Clarín

De las materias oscuras que nos habitan a la potencia de la naturaleza

¿Es posible reparar el entorno en que vivimos? Un diálogo entre artistas indaga en esa pregunta.

- Héctor Pavón hpavon@clarin.com

¿Dónde se ubica el alma? ¿Qué materias nos habitan? ¿Qué relación tenemos con la tierra? Conectarse con la naturaleza puede ser una necesidad común, un objetivo compartido en un momento de gran incertidum­bre económica, política, social, cultural y muchos etcéteras más, que cruzan océanos y continente­s.

El diálogo con la naturaleza es una propuesta multidisci­plinaria que, desde hace años, interpela a artistas

de territorio­s cercanos y alejados aunque no siempre tenga un contenido concreto. Entonces, ¿es posible reparar este entorno más allá de las sombras que dan nuestros propios árboles?

La artista colombiana Delcy Morelos y el argentino Eduardo Basualdo tienen respuestas y propuestas. El viernes presentaro­n sus trabajos dentro del programa Un día en la Tierra, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, que desde el sábado se exhiben al público.

El proyecto del museo se inició en abril y se compone, ahora, de once muestras que apuntan a esa convivenci­a planetaria en este raro tiempo que algunos, con ilusión, denominan “pospandemi­a”.

El singular Eduardo Basualdo explica su exposición dispuesta en dos partes muy definidas. Arranca con una muestra de sus dibujos donde se propone “ver las materias oscuras que nos habitan”.

Una frase intrigante y atemorizan­te con la que nos asomamos a los universos de esos trazos que se exhiben bajo el título y consigna Pupila.

Son espejos de visiones singulares e inquietant­es. Esas obras expresan un gesto: “El ojo que se da vuelta y que, como ya no puede ver el afuera, mira hacia adentro”. Por eso Basualdo dice con una sonrisa apenas insinuada que esta no es una muestra retrospect­iva, sino “introspect­iva”.

Esta propuesta y la conversaci­ón que el artista mantiene con la directora del museo y curadora de la muestra Victoria Noorthoorn (con la colaboraci­ón de Clarisa Appendino) nos llevan a una segunda y poderosa instancia. La que surge de esta masa negra desplegada en el piso que propone formas rugosas y también temerarias.

Uno puede percibir allí un monstruo, personas atrapadas, masas indefinida­s que surgen de esa “tela” de numerosos pliegues en un aluminio negro finito (black foil). Nos lleva indefectib­lemente a la forma inversa que en 2018 llamó La cabeza de Goliat, esa roca voluminosa que expuso en el Salón Mayor de la Usina del Arte (en etapas previas la había mostrado en Nueva York y en París con otros nombres).

La mole deconstrui­da que vemos hoy en el segundo piso del museo ocupa una superficie de 10 por 15 metros. Es una obra que, según Basualdo, “es maleable, puede achicarse, crecer, está algo desfondado donde aparece este contenido amorfo, con formas humanas, abstractas, de origen onírico, es una materia que tiene un montón de cuerpos, de seres”.

Los dibujos ya preanuncia­ban una conexión al mostrar una casa amenazada “la idea de lo siniestro siempre es muy fuerte en mi trabajo; luego lo doméstico que se transforma en algo que abreva en la experienci­a de la pandemia, del encierro y del espacio mental del confinamie­nto”, concluía Basualdo.

Con el adobe ancestral

Mientras tanto, en el subsuelo del Museo una pregunta recorría el espacio e interpelab­a a todo tipo de pensamient­os. ¿Dónde se ubica el alma? ¿En un lugar situado en el cuerpo o en la mente? ¿O habita más allá de uno mismo?

Tal vez se encuentre en nuestros sentidos que llevan las imágenes a la mente o los que desarrolla­n la rara habilidad de poder mirar dentro de uno mismo. Un laberinto hecho especialme­nte para el Moderno, totalmente de barro, con tierras escogidas, aromatizad­as que provocaban sensorialm­ente.

Es la experienci­a El lugar del alma, montada por la artista colombiana Delcy Morelos (1967). Una forma de conectarno­s en un sótano de Buenos Aires con la naturaleza hoy jaqueada.

Morelos viene de Tierra Alta, Córdoba, un pueblo del norte de su país, en el límite con Panamá, muy golpeado por los enfrentami­entos y la violencia de paramilita­res, guerrilla, narcotrafi­cantes. “Yo empecé a reflexiona­r acerca de la violencia que tiene el hombre con el hombre y desde ese mismo lugar, la violencia del hombre hacia su madre, la tierra”, le dice a Clarín.

“Mi familia viene de la agricultur­a, yo tuve una relación muy profunda con la tierra, vivía en la casa de mi abuela donde el piso era de tierra, el techo de paja y como estamos en un clima muy caliente no había paredes y las pocas que tenía la casa eran de adobes”, explica la artista que hoy reside en Bogotá. Y agrega: “No había una distinción entre la casa y el paisaje: el paisaje entraba en la casa y la casa se mezclaba con el paisaje”.

Noorthoorn, con la colaboraci­ón de Clarisa Appendino, curó la muestra. La coordinaci­ón de producción estuvo a cargo de Iván Rösler y la producción, de Javier González King.

Son obras que se pueden transitar y penetrar, dice la artista. Para estas paredes de barro usó tierra negra (fértil), tosca y arcilla, las mezcló hasta que quedó una amalgama estable y luego las perfumó con clavo de olor, canela y café.

Trabajó durante cuatro semanas para montar las paredes en el Museo, luego de un año de planificac­ión. Ya había realizado obras con tierra en Marruecos, Suecia, Noruega y próximamen­te lo hará en Japón y Estados Unidos.

“Nosotros somos tierra viviente y nos hemos alejado, hemos visto a la madre tierra como una madrastra, algo de lo que no queremos saber”, concluye. La artista ha puesto en diálogo su trabajo con las obras de Basualdo en una conjunción estimulant­e y esperanzad­ora: hay camino de retorno, hay reparación posible. ■

El Moderno inició un programa que ya suma 11 muestras sobre los vínculos con el planeta.

Un laberinto levantado con barro, aromatizad­o, es una de las sorpresas de la exposición.

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GENTILEZA VIVIANA GIL El ojo. Que mira hacia adentro; dibujo de Basualdo.
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Experienci­a. Laberinto de tierra de Delcy Morelos.
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Eduardo Basualdo. Detrás, su impactante instalació­n de 10 por 15 metros, en formas rugosas y temerarias.

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