Clarín

El control remoto juega con nosotros

- Juan Tejedor jtejedor@clarin.com

El control remoto es como Buzz Lightyear. Como el verdadero, no el grandulón de la película que salió ahora. El verdadero Buzz es el muñeco, igual que el verdadero Woody, Cara de Papa, Rex, la pizarra, los soldaditos, juguetes inmóviles ante la vista ajena que cobran vida cuando nadie los ve.

Así es el control remoto, nuestro mejor juguete de adulto (¿se atrevería Alessandra Rampolla a decir lo contrario? No creo). Quieto sobre la mesa del comedor o el apoyabrazo­s del sillón, espera ese instante en el que la gente está en otra cosa para jugar a la escondida.

A veces lo hace con la tele encendida y se regodea en nuestro fastidio por no poder librarnos de Robertito Funes o los compilados de Beto Casella. Otras, con la pantalla en negro, calcula el momento en que está por empezar el partido y (sospecho) ríe en silencio mientras nos ve correr, levantar repasadore­s o arrodillar­nos entre las sillas, desde su trinchera en la zanja acolchada donde se juntan el asiento y el respaldo del sofá. Siempre favorecido por los televisore­s modernos, de botones escasos y ocultos en lugares que no sabemos.

Si fue día de limpieza, el truco que sabe es ocultarse a la vista de todos, debajo del mismísimo televisor. En la cama tiene otro, mágico: se desvanece de repente y ya no está en ningún lado, hasta que en un agite de mantas salta por el aire, lo mismo que las pilas.

Al final se cansa de jugar, aparece, creemos que ganamos, apretamos el botoncito rojo de encendido y… era una trampa: cuatro tipos de camisa y saco, una chica y un ex futbolista discuten a los gritos sobre Battaglia. El control remoto, otra vez, se ríe para adentro.

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