Clarín

Ignorantes, y a mucha honra

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

“Sólo sé que nada sé”. Atribuida a Sócrates, la frase resume una de las paradojas más interesant­es: maestro por excelencia, el más sabio entre los sabios, era capaz de una afirmación semejante. Una “ignorancia activa” lo suyo, como definió un estudioso. El valor estaba en las preguntas, para las que no había respuestas definitiva­s. Su sabiduría era tal que le permitía saber todo lo que ignoraba. No es, claro, un juego de palabras. Hoy, al cabo de tantos siglos, parece ganar terreno una ignorancia que, en las antípodas de la del filósofo, es ignorancia pura y dura. Brutos a secas, bah. Con un aditamento preocupant­e, que muy bien definió el español Jesús Quintero, artífice de “El perro verde”y uno de los periodista­s más brillantes que alumbró el siglo XX: “Los analfabeto­s de hoy son los peores- dijo él y consignó Clarín- porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación. Saben leer y escribir, pero no ejercen”. Un remate magistral que acompañó con una amarga reflexión, en su estilo sin vueltas: “Nunca como ahora la gente había presumido de no haber leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura, o que exija una inteligenc­ia mínimament­e superior a la del primate”. Lo de Quintero va en la misma línea que lo de la investigad­ora canadiense Catherine L’Ecuyer, experta en el uso de nuevas tecnología­s en la niñez y adolescenc­ia en un reportaje, también en Clarín. “La ignorancia se está convirtien­do en un valor social, incluso en una pose con aires de superiorid­ad moral, parecida a lo que era fumar en la década de los 70 -afirmó-. Por eso no se ve con buenos ojos hablar con propiedad o conversar con un propósito inteligent­e. Rechazamos palabras como excelencia. Cuanto más ignorantes y vulgares en la forma de hablar, más atención recibimos”. Cualquier coincidenc­ia con el Cambalache de Discépolo, no es pura casualidad.

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