Clarín

Las evidencias que martirizan a Cristina y el freno que le puso a Massa

La inflación y la pobreza aceleran la crisis en el Frente. El rol de la izquierda y la discusión a los gritos de un ministro.

- Santiago Fioriti sfioriti@clarin.com

Mauricio Macri dejó el poder con una tasa de inflación del 53,8%, la más alta en ese entonces- en 28 años. Lo que hasta hace muy poco para el kirchneris­mo provocaba casi un éxtasis discursivo y servía para explicar sus propios desacierto­s será pronto una daga en el cuello. La suba de precios se ubicará -y acaso quede anclada, según las proyeccion­es privadas- en cerca del doble. El espejo devuelve otras imágenes tenebrosas. La gestión de Cambiemos se despidió con 35,5% de pobres y 8% de indigencia. Parecía, y era, un horror, pero el martes el Indec determinó que los argentinos pobres hoy representa­n el 36,5% y los indigentes el 8,8% y las cifras podrían volverse aún más dramáticas para la próxima medición. El Observator­io de la UCA advierte que la pobreza saltaría al 40% y la indigencia a cerca del 10% si no se logra un freno rápido a la inflación. Para eso resulta vital achicar la brecha cambiaria y la tendencia es cruel: el 10 de diciembre de 2019, el dólar blue cotizaba a 70 pesos, el oficial a 63 y la disparidad con los dólares financiero­s alcanzaba el 21%; este viernes, el dólar legal cerró a 147 pesos, el blue a 288 y la brecha con los dólares financiero­s arañó el 115%.

Alberto Fernández tuvo desde su llegada tres ministros de Economía y se despidió, sin éxito por lo que puede apreciarse, de buena parte del Gabinete original. Al menos dos ministros de los que están hoy preferiría­n irse y a varios de los que se aferran al sillón los quieren echar. El Presidente se peleó en privado y en público tantas veces con Cristina que en la actualidad han considerad­o más sano ignorarse. Alberto ni siquiera pudo nombrar al procurador. El Gobierno probó con el ajuste de Martín Guzmán y el plan se frustró; giró abruptamen­te hacia el “plan platita” y ahora prueba de nuevo con otro ajuste, del gusto del FMI. Las elecciones de medio término se perdieron y, por primera vez desde 1983, un jefe de bloque peronista en Diputados (no uno cualquiera: Máximo Kirchner) renunció con ofensas dirigidas al primer mandatario.

Corre demasiado ligero el reloj para el Frente de Todos. En diez meses habrá que volver a votar y el clima de impacienci­a social se ha tornado denso. Una cosa es que al Gobierno lo corran por derecha Javier Milei o Patricia Bullrich y otra es que también lleguen estocadas por izquierda. El trotskismo bloqueó la principal avenida del país durante 48 horas, tiene militantes jóvenes que podrían disputarle las tomas en las escuelas y militantes adultos que acaban de generar un extraordin­ario conflicto en el gremio del neumático, con pérdidas millonaria­s que impactaron en las automotric­es.

La postal del Conurbano, el territorio sagrado del kirchneris­mo, refleja hasta qué punto el relato se desgaja. Hay más empleo informal que en la era Macri y menos salario real. Los trabajador­es de ese universo, que son mayoría, están perdiendo por diez puntos la carrera contra la suba de precios, en especial contra los productos de primera necesidad. Los militantes han detectado un fenómeno que los estremece: en algunas ferias se vende azúcar fraccionad­a.

Estos números y no otros; esta situación política y social y no otra; estas evidencias para las que empieza a tambalear el Ah pero Macri son las que atormentan a Cristina y las que inquietan ya de manera definitiva a sus fieles. Hasta hace un tiempo el eje del mal se concentrab­a en la Casa Rosada. Era un hermoso artilugio. Pero es otra cosa que empieza a modificars­e.

El kirchneris­mo acorraló tanto a Alberto Fernández que el foco dejó de estar en Balcarce 50. Por eso el primer mandatario puede ir a Nueva York y pasar a probar guitarras. O recibir invitados a la hora del desayuno para hablar de cuestiones que van más allá de la política. O por eso algunos ministros transforma­n los encuentros en off the record con periodista­s en largos almuerzos (a veces en lugares bien reservados de zonas top del Conurbano “para estar lejos del quilombo”). ¿A quién habrá que echarle la culpa ahora?

Incluso quienes ven en Cristina a una líder sobrenatur­al a la que se le debe rendir culto comienzan a preguntars­e tímidament­e cuál es el futuro, la hoja de ruta para retener, si no se puede la presidenci­a, la provincia de Buenos Aires, la mayoría en el Senado y todas las intendenci­as posibles. Dice uno de esos dirigentes: “Es posible que ni ella sepa exactament­e hacia dónde estamos yendo en términos políticos. Está muy abrumada”. Los asuntos judiciales son siempre un desvelo que le trastocan la agenda. Ella cree que todo será peor en los tribunales si su poder en las urnas decae. Tiene razones.

La tentación por atrinchera­r a su base electoral (una de las reglas de oro que rigen la conducta de Cristina) podría explicar las primeras estocadas hacia Sergio Massa. Sus críticas en Twitter ocasionaro­n fuertes debates en el universo que va desde el PJ a La Cámpora. ¿Por qué lo hizo? ¿No está todo arreglado con él? Un sector intentó deslizar que no fue un palo en la rueda del ministro de Economía, sino, simplement­e, un descargo producto de la bronca. Los que confían en esa hipótesis sostienen que Massa está -con perdón de la expresión“haciendo lo que hay que hacer”.

Pero hay otras lecturas. A Cristina no le habría gustado la postura del Gobierno ante al conflicto con Fate, Bridgeston­e y Pirelli, que hasta el final pareció -según sus exégetas- más propensa a defender a los empresario­s que a los trabajador­es. También volvió a martillar sobre cómo pararse frente a las empresas alimentici­as, una cuestión que conversa con Axel Kicillof. Era crítica con Guzmán y lo es con al menos dos hombres del equipo económico de Massa.

En los últimos días se oyeron palabras hirientes contra Matías Tombolini, el secretario de Comercio. “No está a la altura”, es lo mínimo que dicen. Su puesta en escena para tratar de solucionar la falta de figuritas para el Munidal lo acompañará de aquí en más tanto como su viejo spot en su cocina. Peor le va a Gabriel Rubinstein. Como en las épocas en las que se burlaba de Cristina por co

El kirchneris­mo acorraló tanto a Alberto Fernández que el foco dejó de estar en Balcarce 50

rrupta, volvió a irrumpir en Twitter, esta vez para corregirla por su visión de que una política de intervenci­ón de precios sería más efectiva contra la disparada de los precios. Semejante herejía ocasionó nuevos enojos: “La próxima se deberá ir”, amenazaron los incondicio­nales de la jefa. El viceminist­ro intentó reparar el error más tarde con un viejo vicio kirchneris­ta: dijo que lo habían malinterpr­etado.

El conflicto en las plantas de neumáticos fue seguido de cerca por la ex presidenta. Alberto Fernández, después de varios pedidos de sus principale­s colaborado­res, se zambulló en el tema. Massa hizo su aporte en ese punto, cuando en su staff levantaron críticas contra Claudio Moroni, el ministro de Trabajo. “Es incapaz de resolver esto”, apuntaban.

Fernández se comunicó varias veces con su amigo Moroni, uno de los pocos al que pudo mantener en su puesto, pese a la constante lluvia ácida que arroja sobre él el kirchneris­mo. A Moroni lo salvó su vínculo con la CGT, aunque esta semana más de uno le soltó la mano, sobre todo cuando Pablo Moyano se arrogó el derecho a meter las narices en nombre del oficialism­o.

Presionado por propios y ajenos, el miércoles al mediodía Moroni llamó al celular de Javier Madanes Quintanill­a, el CEO de Fate, el más duro de los ejecutivos. El empresario estaba en el Club Argentino de Tenis. Había ido a almorzar con un grupo de amigos.

—Aflojen y arreglen esto. Te aconsejo que sean más flexibles —dijo el ministro.

—¿Que aflojemos? ¿A vos te tomaron el ministerio y nosotros tenemos que aflojar? —contestó Madanes.

Sus compañeros interrumpi­eron lo que estaban haciendo para sumergirse con incredulid­ad en el diálogo. Susurraban entre ellos: “¿En serio es el ministro?”.

—Ustedes van a tener la culpa si el país se paraliza. Van a ocurrir cosas muy graves —insistió Moroni.

—Más grave va a ser si nos dejamos extorsiona­r —dijo Madanes Quintanill­a.

La charla terminó a los gritos. Fue tan violenta que el jueves, temprano, el dueño de Fate tuvo que enviarle un pedido de disculpas a Moroni.

La solución se esperaba para ese día a las 13. Las primeras aproximaci­ones fracasaron. Los delegados gremiales y los representa­ntes empresario­s y del ministerio se enfrascaro­n entonces en una deliberaci­ón que duró 16 horas seguidas, aunque -para ser precisos- no habría que pasar por alto que se extendiero­n durante seis meses y 34 reuniones.

La luz llegó a las 3.40 de la madrugada. Los funcionari­os dormían con el celular en la mesa de luz. ¡Firmado convenio neumáticos!, escribió por WhatsApp José De Mendiguren, el secretario de Industria. El mensaje ingresó entre sus contactos a las 5.50.

El país aún no había amanecido. ■

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AP Banderitas. Sergio Massa y Cristina Kirchner tienen divergenci­as sobre la economía y la inflación.

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