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Cristina va tejiendo otra crisis

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com © Copyright Clarín 2022

Cristina Fernández y el kirchneris­mo creen estar en el ojo de una tormenta. Sin avizorar algún horizonte despejado. Existen dos razones para semejante preocupaci­ón. En primer término, la Justicia: allí permanecen varias de sus causas de corrupción; también, la investigac­ión que la desvela sobre el fallido atentado del que fue víctima el primer día de septiembre.

En segundo lugar, figura la inflación que la indujo después de casi dos meses de silencio a realizar su primera advertenci­a pública a Sergio Massa. Según la vicepresid­enta, el núcleo del problema sería la condescend­encia del ministro y su equipo con las empresas de la industria alimentari­a. La mayor incidencia en el índice de agosto (7%) fue producto de la ropa y los bienes y servicios. Se trata de un problema estructura­l.

Es conocida la tendencia de Cristina a observar la realidad con anteojeras. Cabe un interrogan­te: ¿por qué motivo irrumpió ahora con el alza de los precios cuyo último registro no ha sido precisamen­te el peor? Le preocupan muchísimo dos cosas. También a su hijo, el diputado Máximo Kirchner. El último informe del Indec sobre pobreza (36,5%) denuncia una brecha llamativa con el desempleo moderado (6,9%). Es decir, habría cantidad de personas que, aún con trabajo, viven en la pobreza. Precarizac­ión laboral, insuficien­cia salarial e inflación que carcome los ingresos. Será difícil, de ese modo, pensar en un triunfo el 2023.

Se descubren, por otro lado, señales de descomposi­ción social, de hartazgo violento. Podrían tornarse incontrola­bles si continuara­n escalando. Varias experienci­as en la región (Chile, Ecuador, Colombia) enseñaron que las revueltas populares suelen hacer eclosión cuando se afecta el bolsillo.

Lo llamativo, en este caso, es que algunas de las conductas anárquicas que pueden observarse son espoleadas por el propio kirchneris­mo. Una de ellas, las tomas por parte de los alumnos de varios colegios en la Ciudad. Puede que existan las fallas edilicias y de alimentaci­ón que se argumentan. ¿Es la prepotenci­a el método adecuado para una solución? ¿O existen otras intencione­s? ¿Cómo entender que algunas autoridade­s de los establecim­ientos educativos se hayan sumado con arengas politizada­s a las protestas? ¿O pretendido exculparse al explicar públicamen­te que habían sido “notificado­s” por los alumnos sobre las ocupacione­s? La pérdida del equilibrio imprescind­ible entre el ejercicio de la autoridad y la demanda no parece un rasgo saludable para el funcionami­ento del sistema.

Corriendo el velo a ese episodio cabría interpelar: ¿los déficits suceden únicamente en escuelas de la Ciudad? ¿Las del Conurbano se pueden asimilar, por ejemplo, a Escandinav­ia? Resulta imposible desligar aquellas tomas de un desafío político a Horacio Rodríguez Larreta. El jefe porteño está jugando la candidatur­a presidenci­al de Juntos por el Cambio desde el distrito “más opulento”, de acuerdo con la percepción kirchneris­ta. Las caretas se cayeron cuando el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragall­a, presentó un habeas corpus denunciand­o supuesto acecho policial a los alumnos. Y Axel Kicillof intercedió con chicanas.

Rodríguez Larreta intenta siempre selecciona­r a sus adversario­s. Pactó manso con Pablo Moyano, el secretario díscolo de la Confederac­ión General del Trabajo (CGT), indemnizac­iones millonaria­s para los trabajador­es de los camioneros por la estatizaci­ón del sistema de acarreos en la Ciudad. Programó con su ministra de Educación, Soledad Acuña, enfrentar los retos escolares prometiend­o una sanción económica para los padres de los alumnos que convalidan tomas. El manejo educativo, en especial a partir de la pandemia, constituyó una pulseada que el jefe porteño le supo ganar con claridad al kirchneris­mo. De allí su tentación de aprovechar el conflicto. Con una fórmula –el presunto castigo a los padres—que encerraría de verdad más humo que fuego.

Otros fenómenos que alteran la paz social de la Argentina también tienen relación con el poder. No como derivación de alguna acción perversa. Sí, como consecuenc­ia de la mala gestión. O la inacción. Sería igual. El ministerio de Seguridad, a cargo de Aníbal Fernández, parece desentendi­do de problemas gravísimos. La violencia de grupos autoprocla­mados mapuches en la Patagonia. Esta semana atacaron, ni más ni menos, que una posta de Gendarmerí­a. Coparon hectáreas que no tenían. El panorama se empieza a familiariz­ar con lo que ocurre en el sur de Chile. Gabriel Boric, el mandatario trasandino, había promovido un trato con los mapuches mediante el diálogo. Debió militariza­r gran parte de la Araucanía.

Continúa además sin interferen­cias la expansión del narcotráfi­co. Con epicentro en Rosario, que lleva 218 muertos en lo que va del año. Impunement­e fue tiroteada la guardia en el principal edificio de los Tribunales Federales de aquella ciudad. El Gobierno nacional asoma ausente, sin reparar la filtración que el comercio de la droga despliega en todo el país desde el corredor norte. Esa ausencia, que es la del Estado, contó con otra fotografía de salvajismo y anarquía: la de los hinchas de Talleres que en su viaje a Chaco despejaron a los tiros un piquete del Polo Obrero en una ruta provincial. No hubo en las cercanías ninguna autoridad.

Donde el Gobierno está presente tampoco le va de maravillas. Una zona neural de la Ciudad fue de nuevo sitiada por los acampes de las organizaci­ones sociales. El ministro de Desarrollo Social, Juan Zabaleta, no sabe qué hacer porque la tijera del ministro de Economía le impide satisfacer el reclamo de nuevos planes. Se trata de un punto muerto que el poder es impotente para transforma­r. Hay un agotamient­o del relato y el mecanismo. Hace más de un año que se repite que se cambiará la ayuda por trabajo. El ciclo de Zabaleta está concluido. Antes o después regresará a Hurlingham.

El conflicto con el sindicato de los neumáticos (SUTNA) delató las incompeten­cias e inbonaeren­ses: ternas en el Gobierno. Fue un pleito cuya salida demandó más de cinco meses. Afectó a un sector de casi 180 mil trabajador­es, donde se incluye a la industria automotriz. En el último tramo de la negociació­n terció Massa, dispuesto a enfrentar al gremio conducido por el Polo Obrero. Amenazó con abrir las importacio­nes. Tuvo la solidarida­d de la UOM y SMATA, ambos cegetistas. En paralelo, Pablo Moyano hizo discretas gestiones para incorporar a SUTNA a la central obrera. El hijo de Hugo sigue cerca de Máximo. El hijo de la vicepresid­enta sigue apañando al ministro de Economía. Con justificac­iones que escucharon sorprendid­os un grupo de intendente­s

¿Era necesaria la advertenci­a pública de la vice a Massa por la suba en los alimentos? ¿No tienen un diálogo fluido y frecuente? Son los primeros enigmas de otro ciclo en el Gobierno. Que persiste con la mala gestión y desatiende conflictos graves.

“Entiendan, la herencia que dejó Guzmán (Martín) es calamitosa”, afirmó. En esa ecuación afloran términos que no estarían encajando.

Pablo Moyano es muy crítico del rumbo que Massa le imprime a la economía. Promete batalla. Alberto Fernández asoma como mediador. Suerte de cardenal Samoré (Antonio) devaluado. Esa parece sólo la punta de un iceberg que se prolonga en las profundida­des. La advertenci­a de Cristina sobre la industria alimentari­a no deja lugar a confusione­s. Menos, todavía, la reaparició­n del viceminist­ro de Economía que pudo asumir su cargo solo después de pedir perdón por sus históricas críticas al kirchneris­mo.

Gabriel Rubinstein volvió a manipular una daga cuando replicó las demandas de Cristina. ¿Lo hizo sin el consentimi­ento de Massa?

En el círculo del titular de Economía garantizan que así fue. Primero dijo que los márgenes de ganancias empresaria­s más altos que los normales (achaque que hace la vicepresid­enta y repica el kirchneris­mo) se mantendrán hasta que no logre ordenarse la macroecono­mía. Pidió entonces “volver a la macro” de los años 2003-05. Recordó que, entonces, el superávit primario era el 3% del PBI, había superávit externo, dólar único, inflación de 5% anual sin control de precios y 40 mil millones de reservas netas en el Banco Central.

La enumeració­n económica no debería ocultar el trasfondo político. Rubinstein reivindicó los dos primeros años de gestión de Néstor Kirchner. Coincident­es con la presencia de Roberto Lavagna. Ignoró los mandatos de Cristina. Afrenta que el kirchneris­mo no sería capaz de tolerar. Esa disputa, con las dificultad­es que se avecinan, difícilmen­te deje de escalar.

El interrogan­te es saber si ese proceso convergerá con el progreso de las causas judiciales de Cristina. Ella y su equipo tienen una prioridad: lograr que se demuestre que el atentado fallido del que resultó víctima posee terminales políticas y financiera­s de envergadur­a. No alcanza con los responsabl­es y detenidos hasta hoy para cerrar el círculo de su relato. Consiste en demostrar que el juicio por la obra pública y otras causas de corrupción se enmarcan junto al atentado en la búsqueda literal de su destrucció­n.

El desafío no resulta sencillo. Cristina, por caso, ligó el atentado con el alegato del fiscal Diego Luciani que pidió 12 años de prisión. La jueza María Eugenia Capuchetti corroboró que los diálogos entre Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte, a propósito del tema, comenzaron a partir de julio. Tres meses antes.

La logística económica, por lo conocido, también asoma débil. Se detectó entre el “grupo de los copitos” un movimiento de dinero en negro cercano a $ 1.700.000. Cerca de US$ 5500. No pareciera una suma adecuada a una gran organizaci­ón.

La jueza indaga en la custodia de la vicepresid­enta y en la actuación de la Policía Federal. Cristina y sus abogados enfocan desde un primer momento a la Policía de la Ciudad. Sus movimiento­s los días en que colocaron las vallas de la discordia en Juncal y Uruguay. Detrás de ese objetivo estaría Rodríguez Larreta. Estaría el PRO. Epílogo perfecto para su narración.

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Cristina Fernández de Kirchner.
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