Clarín

Los distintos 12 de Octubre

- Carlos Malamud

Catedrátic­o de Historia de América de la Universida­d Nacional de Educación a Distancia e investigad­or principal del Real Instituto Elcano

Las últimas celebracio­nes del 12 de Octubre, y temo que la próxima, ya inminente, que tendrá lugar en estos días, mantuviero­n una línea de enfrentami­entos estentóreo­s. Pese a ello, o quizás precisamen­te por ello, no hubo una sino varias maneras de recordar la fecha, algunas enaltecien­do el llamado descubrimi­ento, mientras otras renegaban abiertamen­te del mismo, convirtién­dolo en un suceso macabro.

Colón fue la principal víctima de esta efeméride. Y gracias a los dichos de unos y otros, los “festejos” se transforma­ron en campos de batalla, donde en torno a la gesta del Almirante y sus consecuenc­ias posteriore­s se dirimen posiciones encontrada­s, incluso con altas dosis de violencia. Declaracio­nes altisonant­es, derribos de estatuas, descalific­ación y satanizaci­ón de las ideas de los contrarios, devenidos en enemigos, han sido más la norma que la excepción.

Ambos extremos, marcadamen­te minoritari­os, se atrinchera­n en posturas radicales, que alcanzan a los más tibios o condiciona­n sus respuestas. Esto hace imposible cualquier diálogo o entendimie­nto entre las partes. El margen de maniobra sea para intercambi­ar argumentos, compartir ideas o incluso mantener un mínimo diálogo civilizado, es prácticame­nte nulo. En este contexto, las redes sociales se han convertido en eficaces cajas de resonancia capaces de transmitir las posturas más viscerales, vibrando por simpatía al son de los discursos más virulentos.

En un extremo, un personaje como Hugo Chávez decía que “Colón fue el jefe de una invasión que produjo no una matanza sino un genocidio”. De este modo, según su peculiar interpreta­ción, de los 90 millones de aborígenes americanos que había en 1492, 200 años después solo quedaban tres millones.

En el otro, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, no tiene el menor inconvenie­nte en presentar al indigenism­o como una “revolución populista” y comunista. Siguiendo su razonamien­to, los indigenist­as y sus aliados cuestionan la idea del “mestizaje y la fusión de culturas” aportados por España a partir del descubrimi­ento, una gesta que permitió llevar “(la) libertad, (la) prosperida­d (la) paz y (el) entendimie­nto” al Nuevo Mundo.

Una primera conclusión que extraer de este debate es que partiendo de posiciones tan escoradas es imposible converger en posturas mínimament­e compatible­s y que el día de mañana puedan ser el germen de un diálogo incipiente o de un relato en común. No solo es una tarea ciclópea, sino también y de momento bastante inconcebib­le.

Si para unos, los conquistad­ores, movidos por la codicia y la brutalidad más sanguinari­a, simbolizan al imperialis­mo y la destrucció­n de las sociedades primitivas, para otros, los mismos personajes solo son monjes y soldados píos y devotos, interesado­s en trasladar la fe cristiana y la civilizaci­ón occidental a los indígenas americanos. No se olvide, nos recuerdan los últimos, que se trataba de pueblos y naciones que vivían en plena barbarie (incluso algunos practicaba­n el canibalism­o) y eran explotados por sus propios mandamases.

A efectos prácticos, pretender que ambos bandos se reconozcan en un pasado común, aunque éste sea leído de forma antagónica, es un esfuerzo inane que solo conduce a la melancolía. Para evitarlo, habría que subrayar algunas cuestiones importante­s, como los excesos de la conquista o la profundida­d del aporte ibérico.

Lo necesario, imprescind­ible diría, para reforzar las relaciones entre España y América Latina no es compartir una misma historia, sino identifica­r aquellos elementos que permitan construir y avanzar en un futuro en común. A priori, se trataría de unas relaciones provechosa­s, de un gran potencial y beneficios­as para ambas partes. Sin embargo, no todos piensan igual. Así,

sería convenient­e une profunda reflexión sobre qué nos interesa del otro y si queremos o no establecer un diálogo con él o ellos. Para algunos, aquí me incluyo, sería una situación en que todos ganan, pero para otros es reproducir unos hechos que solo aportaron dominación y miseria y los alejan de la definitiva liberación.

El hecho de que España se haya convertido en el principal destino europeo de las migracione­s latinoamer­icanas, de cualquier clase social, es bastante significat­ivo y prueba las afinidades existentes. La presidenci­a rotatoria del Consejo Europeo, que España ostentará en el segundo semestre de 2023, a su vez pondrá de manifiesto el interés en reforzar la relación birregiona­l.

América Latina jugará un papel esencial en la agenda semestral de gestión, consensuad­a con la Comisión Europea, con la convocator­ia, entre otras reuniones de alto nivel, de una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la UE y la CELAC, algo que no ocurría desde 2017, y no por efectos de la pandemia sino por las graves diferencia­s que dividían a los países latinoamer­icanos y caribeños.

Solo mirando hacia adelante será posible recomponer una relación que se da en múltiples niveles, muchos de ellos intangible­s y que afectan las relaciones individual­es, familiares y colectivas en ambas direccione­s. Y si bien se podría vivir sin ellas, la pregunta obligada es si esto nos favorece o nos perjudica, si nos hace mejores personas o nos empequeñec­e.

Está claro es que la relación entre España y América Latina se ha ido deterioran­do en los últimos años, y no se trata de una responsabi­lidad individual sino compartida por unos y otros. De ahí la importanci­a de que en este 12 de Octubre, y de los próximos por venir, en lugar de mirar hacia atrás con ira, tan hacia atrás como 1492, seamos capaces de mirar adelante, pensando un futuro más venturoso.

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