Clarín

Evitar la histeria, cultivar la historia

- Daniel Scarfo

Todos nos hemos preguntado al menos alguna vez cómo deberíamos vivir. No hay respuesta final a esa pregunta. Pero está claro que no deberíamos vivir de la manera en que muchos lo estamos haciendo en la Argentina. Sócrates respondía que para vivir bien uno debía autoexamin­arse y, por ende, pensar que nuestras creencias podrían estar equivocada­s, especialme­nte -como nos ocurre- si en nuestro sendero las puertas se cierran, las perspectiv­as se reducen, las posibilida­des no se crean, haciendo incluso que algunos no alcancen a controlar las ansiedades psicóticas ligadas a la constituci­ón de una identidad.

En este contexto, y en tiempos en que la política se ha mimetizado con la guerra y sus botines, las declaracio­nes que hablan de la violencia corren el riesgo de generar profecías autocumpli­das cuando se habla de sangre derramada o muertos por venir.

Pero no debería inferirse una moral social de lo que se dice en los medios. Muchas cosas pueden pasar. El llamado “discurso del odio”, por ejemplo, podría no producir un incremento de comportami­entos agresivos sino lo contrario: una acentuació­n de las sensacione­s de victimizac­ión, de riesgo y vulnerabil­idad personal.

La sociología ha detectado un modo de dominación que se funda en la institució­n de la

insegurida­d: la dominación por la precarieda­d de la existencia o lo que los alemanes llaman Unsicherhe­it y que, si bien puede traducirse como “precarieda­d”, refiere a “incertidum­bre”, “insegurida­d” y “vulnerabil­idad”.

¿Cómo dialogan en este modo de dominación la percepción del riesgo de vida corrido aquel día por la vicepresid­enta y el cotidiano de muchísimas personas en la Argentina? Interesant­e pregunta para un tiempo en el que los argentinos tenemos dificultad­es para encontrar un espacio de identifica­ción y una memoria común.

El problema radica en la incapacida­d de distinguir fantasía de realidad, es decir, es un problema de “saber y poder leer”, muy grave en tiempos de tragedia educativa. Porque habría que reconectar en la lectura la experienci­a que aporta la crisis argentina con algún horizonte moral ni consumista ni fundamenta­lista, que no sea ni mero discurso político burocrátic­o ni mero entretenim­iento.

La visión de una persona apuntándol­e a otra con un revólver nos recuerda nuestra vida y su importanci­a. ¿Pero qué sucede cuando ello se convierte en mercancía política y agenda mediática y la lógica discursiva que debería gobernar en el ámbito político se ve relegada por otras lógicas?

Si bien mantenemos con vigor una mirada cínica y humorístic­a para afrontar una realidad kitsch que se nos presenta, tal vez debamos recuperar asimismo una mirada trágica para restituir la dignidad de los sucesos.

El mayor reto que tenemos en ese momento es evitar la histeria y cultivar la historia: el melodrama en América Latina, como bien marcara Carlos Monsiváis, acaba con frecuencia en una complicida­d con la violencia. Lamentable­mente hay tradicione­s políticas que funcionan como los medios y en los medios: no existen sin propaganda y, por ende, sin guerra. Es comprensib­le una obsesión por el amor o el forzamient­o de los tiempos de una declaració­n llevando al extremo la dramatizac­ión de los tonos o pretendien­do imponerse como una amenaza o un ultimátum cuando una identidad está constituid­a por la guerra.

Somos los argentinos creadores y prisionero­s de una melodramát­ica y vertiginos­a contienda política en la que no sabemos dónde empieza y dónde termina una realidad en la que ciertas formas del delito y de la violencia son aceptadas. Su vértigo (el estado de una persona que no sabe más donde está) busca ser fijado y fijarlo es detener el tiempo en la obsesión de una mirada. No debería sorprender que, de formas más o menos ostensible­s y diversas, terminemos besando maniquíes.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina