Clarín

El real motivo por el que Cristina quería un gran triunfo de Lula

Ni la ideología ni la nostalgia por una América progresist­a: la vice buscaba medir la tolerancia y el olvido a las causas de corrupción del candidato.

- Claudio Savoia csavoia@clarin.com

Un paralizant­e baldazo de agua helada cayó este domingo desde Brasil sobre Cristina Kirchner, apagando la llama que tanto ella como sus seguidores vienen alimentand­o en off the record: que el esperado -y largamente pronostica­do- triunfo aplastante de Lula Da Silva en las elecciones presidenci­ales sería una evidente y decisiva reivindica­ción política de la vice, y un posible kilómetro cero para su propia carrera de regreso hacia la Casa Rosada.

Los inesperado­s resultados electorale­s redujeron aquel fuego a rescoldos, que intentarán ser reavivados si el fundador del PT finalmente se impone en la segunda vuelta prevista para el 30 de octubre. Pero ese cálculo político esconde una razón y una necesidad mucho más profundas para quienes trazan dibujos en la mesa de arena de Cristina: la gravedad de su frente judicial, y la posibilida­d cierta de una primera condena por corrupción antes de fin de año.

El operativo K para apegarse a una consagraci­ón de Lula como presidente en primera vuelta avanzó con la misma sutileza de brocha gorda habitual en el Instituto Patria: además de las declaracio­nes públicas, tuits y entrevista­s en las que se presentaba ese éxito tan seguro como propio, otro indicio de la importanci­a capital del asunto para la vicepresid­enta puede verificars­e en la gigantesca cobertura que los medios adictos a Cristina le dieron a la “elección histórica en Brasil”, con media docena de enviados especiales en el caso de un canal de cable, y la exuberanci­a de interpreta­ciones y lecturas celebrator­ias respecto del inminente regreso de Brasil a la selectiva “Patria Grande” de la izquierda latinoamer­icana

y su significad­o anticipato­rio de una réplica en nuestro país.

Desde luego, esa propuesta discursiva elude el dato de que en Argentina el kirchneris­mo ya está en el gobierno desde hace tres años, que su ministro de Economía conduce un enorme ajuste de las cuentas públicas

mientras la inflación trepa a niveles desconocid­os en las últimas tres décadas y la indigencia alcanza al 9% de la población, superando las ya pésimas marcas dejadas por el gobierno de Mauricio Macri.

Pero ese desajuste-otra de las asiduas contorsion­es dialéctica­s delk ir ch nerismo- disfraza el verdadero motivo por el cual la vicepresid­enta esperaba con tanta ansiedad una victoria rotunda de Lula en Brasil, que no pasa por una supuesta sintonía ideológica ni la posibilida­d de recrear el mapa de gobiernos autopercib­idos progresist­as que coincidier­on en el poder regional durante la primera década de este siglo. Un joven Bill Clinton escribiría la respuesta en su pizarra blanca: es la justicia, estúpido.

Cristina esperaba las elecciones en Brasil para medir el nivel de tolerancia y olvido en el país vecino respecto de la compleja y gravosa estructura de corrupción conducida desde lo más alto del gobierno de Lula junto con uno de los empresario­s más poderosos de la nación, su mentor y luego protegido Marcelo Odebrecht, titular del gigante de la construcci­ón que llevaba su apellido.

Trabajando en equipo, entre ambos hicieron posible una suerte de “Plan Cóndor” de la corrupción, con un despliegue trasnacion­al de sobornos en contratos de obra pública -en los que Lula hacía lobby por Odebrecht y ofrecía a los distintos gobiernos financiami­ento de un banco estatal brasileño- que llegó a México, Panamá, Venezuela, Colombia, República Dominicana, Ecuador, Perú y Argentina.

Develados durante la llamada Operación Lava Jato, los entresijos de ese esquema terminaron siendo detallados por 138 ex funcionari­os y empresario­s arrepentid­os, durante una mega investigac­ión penal que hasta ahora permitió recuperar más de 1.500 millones de dólares y cuyas ramificaci­ones terminaron, entre otros, con los ex presidente­s Lula y Michel Temer detenidos. Ese sistema de corrupción estructura­l -cuyo devenir judicial tuvo giros, contradicc­iones y denuncias cruzadas- excedió a Odebrecht y a Lula, pero ambos fueros protagonis­tas excluyente­s.

Sólo dos nombres y algunos datos revelan el grado de compromiso del ahora candidato con esa organizaci­ón, y por qué se trata de un fantasma especialme­nte tenebroso para Cristina. Entre los principale­s políticos presos en Brasil, aplastados de pruebas y testimonio­s en su contra, se encontraro­n el poderosísi­mo jefe de Gabinete de Lula, José Dirceu, y su ministro de Economía, Antonio Palocci, identifica­do como “el italiano” por los empresario­s que tramitaban con él coimas y favores. Palocci lo admitió como arrepentid­o. El influyente senador del PT Delcidio Amaral implicó personalme­nte a Lula en esos trapicheos.

El ex presidente y ganador de la primera vuelta electoral terminó detenido por una de las causas vinculadas al Lava Jato según la cual había obtenido beneficios personales por parte de otra empresa, la constructo­ra OAS. La Corte brasileña avaló tanto la investigac­ión como la detención en 2018, pero el mismo tribunal luego

deshizo su decisión cuestionan­do la jurisdicci­ón del ex juez Sergio Moro para perseguir delitos fuera del estado de Minas Gerais. El presidente del país ya era Jair Bolsonaro, y las controvers­ias sobre el caso lo habían alejado de los tribunales para llevarlo a

las movedizas arenas de la política, la ideología y la convenienc­ia del establishm­ent brasileño para dejar atrás el escándalo y a la vez coagular las excentrici­dades y excesos del nuevo inquilino del Palacio de Planalto.

Esa deriva es la que ilusionaba a Cristina Kirchner: que una economía estragada como la argentina y las turbulenci­as internacio­nales convencier­an a los factores de poder locales -y en su imaginació­n, gracias a ellos luego al resto de la sociedad- de que la corrupción es un detalle venial en la gran pintura de la política. En verdad, su meta era y sigue siendo más ambiciosa: acá no hubo corrupción alguna, sólo lawfare y persecució­n de los medios y el macrismo.

Una pastilla muy difícil de tragar a la luz de las pruebas ventiladas en decenas de casos tramitados en Comodoro Py.

Rendido ante la evidencia, el mismo Lula admitió en el tramo final de su campaña que en su gobierno hubo corrupción. Un mensaje incómodo para Cristina, que anticipa otros peores: ante los inesperado­s resultados del domingo y la altísima abstención -más de 30 millones de votantes- el viejo líder del PT estará obligado a profundiza­r las críticas a la Argentina y su gobierno, con quienes su adversario Bolsonaro es despiadado y mal no le va. El dorado espejo de Venezuela, Bolivia y el eje bolivarian­o, frente al cual el kirchneris­mo se acicala gustoso, es ahora la imagen del espanto para Lula Da Silva, para quien una mera foto con Cristina puede convertirs­e en una pesadilla. Para ella, esa pesadilla ya comenzó.◼

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JUANO TESONE. Otros tiempos. Lula Da Silva y Cristina Kirchner. Frente a Bolsonaro, una amistad incómoda.

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