Clarín

Uruguay lidera en progreso económico y justicia social

- Periodista y ex senadora nacional María Eugenia Estenssoro

Progreso, esa utopía que tenían nuestros mayores y que hemos olvidado. Progreso, ese avance hacia un futuro esperanzad­or que parece cancelado en gran parte de América Latina. Nos gusta decir que somos países en vías de desarrollo, pero la la mayoría no estamos en vías de nada. La creciente pobreza, desigualda­d e injustica están carcomiend­o los cimientos de nuestras democracia­s.

Quien se distingue en Latinoamér­ica es Uruguay, el “paisito” como le dicen cariñosame­nte los orientales. O “el hermano menor a quien tenemos que cuidar”, como dijo con ánimo patotero nuestro ministro de Economía en la cumbre de la CELAC, mostrando no solo ignorancia sino falta de educación.

Uruguay es una de las 13 democracia­s más plenas del planeta, junto a los países escandinav­os, Islandia, Nueva Zelanda, Irlanda, Taiwán, Australia, Suiza, Holanda y Canadá. Se ubica por encima de Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Argentina (puesto 55), quienes figuran entre las democracia­s fallidas. Según esta evaluación, éstas son democracia­s que actualment­e no cumplen con los estándares requeridos en cuanto a proceso electoral y pluralismo, libertades cívicas, funcionami­ento gubernamen­tal, participac­ión política o cultura política. Un dato escalofria­nte: el 55% de la población mundial vive bajo regímenes autoritari­os o híbridos, donde la justicia, la libertad y la vida misma están a merced de sus gobernante­s. Como en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán, Rusia y China, algunos de los faros ideológico­s del kirchneris­mo.

Mientras la desesperan­za y la polarizaci­ón social sacuden a la mayoría de las democracia­s en Sudamérica, los uruguayos confían en la Justicia, el Poder Ejecutivo, el Congreso y los partidos políticos, de acuerdo a la minuciosa encuesta que realiza anualmente el centro de estudios Latinobaró­metro. “En la mayoría de los indicadore­s Uruguay está veinte o treinta puntos por encima del resto de los países. Es como la niña bonita de la región”, señaló la experta chilena Marta Lagos, directora de Latinobaró­metro.

Desde el retorno a la democracia en 1985, tanto los gobiernos de derecha como de izquierda en Uruguay han hecho de la confianza pública una suerte de identidad nacional. La continuida­d y prudencia en el manejo de la cosa pública ha rendido buenos frutos.

Como en la fábula de la liebre y la tortuga, el “paisito” que parecía más lento y menos osado dejó rezagados a quienes se creían los más grandes del mundo o los más vivos del planeta. Uruguay ostenta el PBI per cápita más alto de Latinoamér­ica. El doble de Argentina (si se mide al tipo de cambio real y no ficiticio del Banco Central), México y Brasil.

Es importante señalar que en Uruguay, la justicia social no es solo una promesa hueca sino una realidad, que obviamente siempre se puede mejorar. Tiene el menor índice de pobreza (10% de la población) y la mejor distribuci­ón del ingreso, con un coeficient­e de Gini (la diferencia entre los que más y los que menos ganan) cercano al de Francia.

Hace una década, los economista­s Daron Acemoglu y James Robinson, generaron un gran impacto con su célebre libro ¿Por qué fracasan las naciones? A través de cientos de ejemplos de distintos períodos históricos, países y regiones del mundo, demostraro­n las naciones ricas se diferencia­n de las pobres por la calidad de las institucio­nes democrátic­as: “…la clave está en los procesos de desarrollo institucio­nal que producen institucio­nes políticas y económicas que pueden ser inclusivas —centradas en el reparto del poder, la productivi­dad, la educación, los avances tecnológic­os y el bienestar de la población— o extractiva­s —dispuestas a arrebatar la riqueza y los recursos a una parte de la sociedad para beneficiar a otra—”.

Nuestros vecinos saben que los dineros públicos son sagrados, ya que robarle al Estado significa robarle a los más necesitado­s.

Tienen el índice de corrupción más bajo de Latinoamér­ica y uno de los más bajos del mundo.

Lamentable­mente no podemos decir lo mismo de nuestro querido país, donde el saqueo del Estado por presidente­s, presidenta­s, funcionari­os, partidos políticos, empresario­s, sindicalis­tas y cientos de miles de “ñoquis” (como llamamos a los empleados públicos que cobran un sueldo sin cumplir una función) ha multiplica­do por diez la pobreza en el último medio siglo. De ser una sociedad de clase media, con una tasa de pobreza del 4,5% en 1970, hoy somos una sociedad fragmentad­a, empobrecid­a, con una clase media asfixiada y el 45% de la población viviendo debajo de la línea de pobreza. Lo peor es que 7 de cada 10 niños, que son el porvenir de la Argentina, nacen, crecen y segurament­e vivirán en la pobreza. ¿Qué futuro nos espera?

Desde la llegada del cuarto gobierno kirchneris­ta a la Casa Rosada, 30 mil argentinos, cifra emblemátic­a en nuestro país, se radicaron en Uruguay y otro tanto (podría ser un número similar) en España, Europa y Estados Unidos. Una encuesta de la consultora Taquión de marzo de 2022 reveló que “el 65% de los argentinos y el 85% de los menores de 25 años dicen que si pudieran se irían a vivir a otro país. La incertidum­bre y la falta de perspectiv­as futuras son los principale­s motivos”. Segurament­e Sergio Massa conoce esta dramática realidad. Por eso su paternalis­mo impostado sonó como lo que fue, una fantochada.

Quien así lo comprendió fue el propio presidente Lula da Silva. Al día siguiente viajó a Uruguay y avaló al presidente Luis Alberto Lacalle Pou en su deseo de modernizar el Mercosur. Propuso estudiar conjuntame­nte la posibilida­d de tratados bilaterale­s con China y la Unión Europea, dejando al gobierno argentino en offside. Es más, medios brasileños señalaron que los europeos están muy preocupado­s por el avance chino en nuestra región y podrían modificar su resistenci­a atávica a abrir sus mercados a nuestros alimentos. Ya estarían en conversaci­ones con Brasilia.

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