Clarín

El dilema de restringir el gasto

- Empresario y Licenciado en Ciencia Política Ricardo Esteves

Al orden macroeconó­mico que logró el tándem Menem-Cavallo con la convertibi­lidad en la década de los 90 -el ciclo más prolongado de orden macro en la historia moderna de Argentina- lo condenó a muerte el propio Menem cuando, en su fallido afán de eternizars­e en el poder, sucumbió a las presiones de sindicatos y gobernador­es cediéndole­s recursos que no se compadecía­n con la limitación fiscal del país.

No obstante, correspond­e recordar que en ese contexto de orden macroeconó­mico se produjo el mayor flujo inversor y de modernizac­ión de los últimos 80 años. Mayor incluso que el de los primeros años de la presidenci­a de Frondizi. Aumentó la producción agropecuar­ia y se desarrolló el sistema privado de puertos del río Paraná para poder exportarla.

Se pavimentar­on rutas, se renovó y expandió el parque productor y distribuid­or de energía y el país -otrora deficitari­o crónico- pasó a ser exportador de hidrocarbu­ros (gas y petróleo). Y se modernizar­on y reequiparo­n empresas y prestadore­s de servicios, que mejoraron el nivel de vida de todos los argentinos.

Visto a nivel micro, hasta los consultori­os odontológi­cos pudieron reequipars­e. Amerita no olvidar estas cosas para resaltar la importanci­a que tiene el orden macroeconó­mico en un contexto amigable con la inversión.

Sin embargo, el derroche de la parte final del gobierno de Menem con fines re-releccioni­stas le dejó una bomba a De la Rúa que explotó a mitad de su mandato, provocando una mega devaluació­n gestada por el mercado, para arribar a los pocos años a un nuevo e idílico orden macroeconó­mico de superávit fiscal y superávit de balanza de pagos.

Es verdad que sin cancelar deuda externa. La deuda se empezaría a pagar años después luego de una descomunal quita y a larguísimo plazo. El remanente en default se saldaría recién en el gobierno de Macri con nueva deuda externa, la que, a raíz de una “corrida” debió ser reemplazad­a por otra del FMI a fin de evitar un nuevo default.

La estampida de los acreedores se produjo por el agravamien­to del cuadro fiscal ante la displicenc­ia de no haberse corregido los severos desajustes presupuest­arios (léase: exceso de gastos) heredados del kirchneris­mo. Al no extirpar esos desajustes, se financiaro­n incrementa­ndo esa deuda.

También es de remarcar que aquel nuevo orden macroeconó­mico de los años 2000 convivió con un clima totalmente hostil hacia la inversión y al desarrollo, con incumplimi­ento de contratos y sutiles confiscaci­ones a los concesiona­rios internacio­nales de servicios públicos, inducidos a “ceder” sus empresas a jugadores locales.

Luego sobrevino la guerra con el campo en la embestida por apropiarse aun más de su producción. Y la estatizaci­ón de las AFJP y de YPF mientras el empresaria­do nativo miraba para otro lado para no confrontar con el poder.

Toda la gestión kirchneris­ta del 2003 al 2015 y a partir nuevamente del 2019 estuvo teñida de animosidad hacia el inversor. En sintonía con esa actitud, se aplicó una ciega política de despilfarr­o de recursos públicos con fines clientelís­ticos (planes, subsidios, jubilacion­es sin aportes) que esquilmaro­n las reservas del país y se “comieron” la bonanza que generó la década dorada de los precios de las materias primas que permitiero­n a Uruguay, Chile y Brasil incorporar a la clase media a vastos sectores de sus sociedades.

En Argentina en cambio, nuestras políticas culminaron en un lacerante aumento de la pobreza y en haber arruinado peligrosam­ente una vez más el orden macroeconó­mico, sin olvidar la demolición generaliza­da de la cultura del trabajo. Por si faltaba algo a destruir, vino esta arremetida contra el poder judicial. El kirchneris­mo resultó una tragedia para el país en todos los sentidos. La inflación y el cepo cambiario que se reinstaura­ron en la gestión de Cristina Kirchner son la exterioriz­ación de un severo desequilib­rio fiscal. Ese desequilib­rio surge de un exceso de gastos con relación a la recaudació­n pública (que aumentó asfixiante­mente).

La inflación y el cepo son como la fiebre, que es la manifestac­ión de una infección u otro desequilib­rio del cuerpo. Si el gobierno que asumirá en diciembre durante su mandato no logra ordenar la macroecono­mía habrá fracasado, más allá que pueda enarbolar avances en alguna de las reformas estructura­les. El primer test del éxito deberá reflejarse en un brusco descenso de la inflación -a un dígito- y en la libertad cambiaria. Sin estos pasos cualquier reforma servirá de poco.

Es mucho más complejo y difícil acomodar la macro que lograr alguna de esas reformas, que servirán fundamenta­lmente para reafirmar un clima favorable a la inversión. La clave para alcanzar equilibrio­s macro pasará por reducir fuertement­e el gasto público. Ahora bien, quien ajusta el gasto pierde la siguiente elección. Lo experiment­ó Macri en la parte final de su gestión: condiciona­do por el FMI, ajustó el gasto y perdió. En parte por factores externos, pero sobre todo por la maduración de dos grandes proyectos que el país tenía en pañales, Vaca Muerta y el litio, se le abre a la Argentina una gran oportunida­d que si puede combinarse con orden macroeconó­mico y con un clima favorable a la inversión, podrá por fin encauzarla en un horizonte virtuoso que vaya reduciendo la pobreza, frene la emigración de talentos y permita mejorar el nivel de vida de la sociedad.

La clave será en como administra­r la reducción del gasto con el boicot de una oposición organizada y financiada como nunca antes, y en como sortear el riesgo de una posible derrota electoral de medio término que deje al eventual gobierno sin oxígeno para consolidar las bases para el desarrollo.

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MARIANO VIOR

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