Clarín

TRIBUNA La agenda de un educador con propuestas de cambio

- Andrés Delich Ex ministro de Educación

Hace un año falleció Gustavo Iaies. Su muerte temprana e inesperada, nos dejó a sus amigos y colegas sin un interlocut­or imprescind­ible. La educación argentina perdió a uno de sus más comprometi­dos defensores, Gus empezaba y terminaba el día pensando cómo mejorar las aulas y el aprendizaj­e de los pibes. Poner en valor sus ideas, recuperar su mirada vital sobre el sistema educativo es no solo un merecido reconocimi­ento, sino también un recordator­io de la necesidad de priorizar la transforma­ción de nuestro sistema educativo.

Gustavo fue una rara avis en el mundo de la educación. Apasionado, ecléctico, capaz de sentirse en casa tanto en el patio de una escuela como en un foro internacio­nal. Era habitual prender la radio o la tele y encontrar a Gustavo explicando en un lenguaje llano y cercano los temas de la agenda educativa, aportando no solo sus conocimien­tos sino también una buena dosis de sentido común, a veces tan escaso en nuestro país .

Su fenomenal capacidad de comunicar se sostenía en dos pilares: la convicción de que el sistema educativo solo podía cambiar con el compromiso de toda la sociedad y una formación sólida que iba mucho más allá de su expediente académico. Gustavo conocía la escuela y el sistema educativo. Fue maestro de grado en la escuela pública bonaerense, director de un colegio privado de referencia, editor de libros de texto, pionero en el desarrollo de aulas virtuales, consultor, investigad­or y funcionari­o del Ministerio de Educación de la Nación.

A lo largo de su carrera fue afianzando y afinando una serie de ideas fundamenta­les para abordar , lo que para Gustavo era una verdadera obsesión, cómo lograr un cambio real en nuestro sistema educativo.

La primera de ellas es que el sistema educativo cumple sus funciones a partir de un modelo de gobernanza en el que interactúa­n no solo las reglas de gobierno sino también la forma en que se financia el sistema, su estructura curricular y las practicas docentes, y que intentar reemplazar o modificar los resultados no deseados de esta forma de organizaci­ón por programas específico­s suele dar resultados pobres, que duran lo que dura el funcionari­o que los impulsó y colaboran con la inflación de programas o “programiti­s” como la llamaba Gustavo pero no resuelve los problemas de fondo.

Ligado a lo anterior sostenía que las reformas institucio­nales para ser exitosas debían invertir la pirámide y poner a la escuela en el centro del sistema . Esta mirada lo llevo a ser un ferviente defensor de la autonomía escolar y el liderazgo de los equipos directivos de las escuelas como motores de un cambio profundo y duradero.

Lúcido a la hora de hacer diagnóstic­os sobre los males que aquejan a nuestro sistema educativo, Gustavo no dejaba de ver el vaso medio lleno, de creer que el cambio es posible. De ahí su entusiasmo incansable para recorrer el país, participar en foros y conferenci­as, apoyar el trabajo de organizaci­ones locales, seguir investigan­do y comunicand­o.

Hoy, cuando la Argentina busca un rumbo cierto para salir de la exasperant­e decadencia en la que esta sumergida desde hace años, se extraña la voz de Gustavo invitándon­os a dar batalla, a creer en el compromiso social como forma de romper la inercia e impulsar los cambios que las burocracia­s sindicales y ministeria­les se niegan a hacer.w

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