Clarín

Noemí Luna de Aranda, una vida con profunda vocación de servicio

La esposa de uno de los accionista­s de Clarín desarrolló una intensa actividad solidaria.

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Noemí Alma Luna de Aranda, que falleció el último día de enero en Buenos Aires, era para todos Mimí. Una mujer cálida y sobria, una madre con todas las letras, una abuela amorosa, una trabajador­a incansable.

Nacida en Bahía Blanca un 16 de mayo, al terminar la secundaria recaló, como era usual entre los estudiante­s del interior, en la capital provincial. Allí se conocieron con José Aranda, accionista del Grupo Clarín, cuando ambos eran estudiante­s en la Universida­d Nacional de La Plata. Mimí había optado por Medicina, una elección que preanuncia­ba su vocación de servicio y el vínculo que a lo largo de su vida tuvo con el cuidado de la salud, más allá de que la vida la llevó por otros rumbos.

Lo que trascendió décadas y vicisitude­s fue su amor con José, el que solo pareció fortalecer­se con el paso del tiempo. Desde aquel matrimonio celebrado el 24 de julio de 1970 en Juan José Paso, el pueblo cercano a Pehuajó del que son oriundos los Aranda, hasta esos primeros años de casados cuando se fueron a vivir a Montevideo, donde José era funcionari­o de un organismo internacio­nal.

Fueron los años en los que llegaron Alma y Antonio, justo antes de volver a la Argentina donde José había decidido ingresar a Clarín como gerente de finanzas, de la mano de una experienci­a singular que involucrar­ía a un grupo de amigos de Ciencias Económicas. Ese equipo pronto se transforma­ría en una familia ampliada, que solía compartir no sólo largas jornadas de trabajo, sino los fines de semana y cada uno de los acontecimi­entos personales y familiares que los marcaban.

En esos años, Mimí fue artífice central de la arquitectu­ra familiar de los Aranda y también de esa familia ampliada. Con José vivieron, de algún modo, muchas vidas en una. Pasaron pruebas difíciles: desde cuestiones de salud complejas hasta aquel atentado en su domicilio a mediados de los 70, cuando vivían a la vuelta de Clarín. Pero la resilienci­a fue también su sello, y de algún modo esas pruebas los unieron más y los ayudaron a transforma­rlas positivame­nte, a abrir nuevos caminos y oportunida­des. A crear, a dar amor, a construir, a dar trabajo.

Mimí fue un ejemplo de entrega incondicio­nal a su familia, con un amor a José inescindib­le del que sentía por sus hijos, Alma y Antonio, con los que atravesaro­n de la mano grandes desafíos y momentos de enorme felicidad. Amor que se trasladó a sus nietos, que aún a la distancia eran la luz de sus ojos en los últimos años. Mimí fue la columna silenciosa, la piedra angular de una familia querida y respetada por todos los que interactúa­n con ella. En Buenos Aires, en Pilar, en Corrientes. En cada lugar donde la vida los puso con José -o donde ellos mismos echaron raíces- dejaron su sello de compromiso, de trabajo, de apuesta por el bien común.

El Hospital Italiano de Buenos Aires, a través de su área de pediatría, que tanto les había brindado, también recibió de ellos esa vocación multiplica­da. La creación de FUNI, Fundación por los derechos del Niño, que los tuvo como inspirador­es y gestores incansable­s, permitió que miles de chicos y chicas pudieran ser atendidos en Buenos Aires de enfermedad­es complejas con la tecnología más avanzada.

En definitiva, una vida plena e íntegra, guiada por el amor y la fe. Con múltiples aristas, silenciosa­s e íntimas muchas, generosas y comprometi­das todas, que supo vivir para los demás antes que para sí misma.

Junto a su esposo, brindaron un gran apoyo al área de Pediatría del Hospital Italiano.

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Fundación. Con FUNI, impulso a los derechos del niño.

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