La vuelta a la vida de siempre, ya sin cábalas
A propósito de la consagración de la Selección con el título mundial en Qatar, cuando el fútbol dejó de ser -durante un mes- más que la pasión de una gran porción de los argentinos, que sufren o disfrutan fecha a fecha con su equipo doméstico favorito, para transformarse en un aluvión absoluto de la población entera en todo el país, el fenómeno de las cábalas se extendió por todas las capas y sexos -especialmente por los normalmente ajenos a la asiduidad futbolera- de una manera exponencial. La de conservación de los mismos lugares de ubicación partido tras partido, exacta, la misma ropa -lavada o no lavada, según la decisión asumida en el momento de la promesay las mil variantes relacionadas con el cuerpo de cada uno, cabello, teñidos, tatuajes y otras ajenas de esfuerzos, viajes, visitas religiosas. Y pasadas las semanas --tras el arribo de los campeones, transformados en ídolos, héroes deportivos, sin grietas, sin partidismos, en estado de éxtasis inédito- todo volvió a la normalidad. A la lucha cotidiana. Cada uno en el lugar que le toca en la sociedad. Y volvieron las manías (no cábalas circunstanciales) de siempre. Y los contratiempos. Por ejemplo, que se caiga alguna pastilla al piso del baño y se necesiten diez minutos para encontrarla. Que se espere un taxi en una esquina anteriormente abundante y no llegue ninguno. Dicen que queda un tercio de los que antes había. Que los colectivos lleguen completos. O que el tránsito siga endemoniado en las rutas los fines de semana. O que la pretensión de jugar un número de quiniela termine con la comprobación que salió en el sorteo anterior. Y bueno, la vida de siempre...sin cábalas.