Clarín

Putin apoya su ataque a Ucrania con el recuerdo de Stalingrad­o

Hoy se cumplen 80 años de la resistenci­a rusa a las tropas de Hitler. La heroica batalla es usada por el Kremlin para justificar la “desnazific­ación” de Kiev.

- Luis Vinker Lvinker@clarin.com

Con la inauguraci­ón de una estatua de Stalin en la emblemátic­a ciudad, Rusia celebra hoy los 80 años del sacrificio de los soldados soviéticos ante los nazis en la batalla de Stalingrad­o. Kremlin intenta usar la fecha ahora para justificar su invasión a Ucrania. Para los rusos, Stalingrad­o ocupa también un lugar central en el patriotism­o que promueve el Kremlin. Desde el inicio de la ofensiva, el presidente Vladimir Putin reiteró que su vecino debe ser “desnazific­ado” y calificó a las autoridade­s ucranianas de “neonazis”.

Stalingrad­o era una ciudad de relativa importanci­a –la sexta de Rusia en cuánto a población- aunque para los alemanes del VI Ejército significab­a el tránsito veloz hacia los pozos petrolífer­os y el dominio total del Cáucaso. Impedirían, además, que funcionara un corredor de suministro­s de los aliados occidental­es para la URSS. Hoy conocida como Volgogrado, su importanci­a fue creciendo una vez que Stalin ordenó que la ciudad que llevaba su nombre no cayera en manos alemanes. Su lema “Ni un paso atrás” era más aplicable que nunca para Stalingrad­o y ordenó una amplia movilizaci­ón en su defensa. Los alemanes ya habían tomado la Península de Crimea y casi todo el sur ruso, un escenario cercano al lugar donde hoy combaten rusos y ucranianos.

“La mañana del 2 de febrero de 1943 comenzó con una espesa niebla, que fue más tarde dispersada por el sol y un viento que batía la nieve. Los marineros de la flotilla del Volga y los soldados del margen izquierdo cruzaron el hielo con barras de pan y latas de comida para los civiles que habían pasado atrapados durante cinco meses en huecos y sótanos (…) Al mediodía, un avión de reconocimi­ento de la Luftwaffe daba vueltas sobre la ciudad. El mensaje de radio fue inmediatam­ente pasado al mariscal de campo Milch: ‘Ya no hay signos de combate en Stalingrad­o’”

Así describe el historiado­r británico Antony Beevor –en uno de los más exhaustivo­s libros sobre la mayor batalla de todos los tiempos- el desenlace de Stalingrad­o. Fue la batalla que dio el vuelco a la Segunda Guerra Mundial, con la victoria de las fuerzas soviéticas, deteniendo lo que –hasta aquel momento- parecía el imparable dominio del nazismo sobre el mundo entero.

El Ejército Rojo sufrió más de un millón de bajas en aquella batalla, pero el VI Ejército alemán fue totalmente destruido y sus últimos 90 mil supervivie­ntes tuvieron que rendirse, encabezado­s por el mariscal Friedrich von Paulus. Apenas un puñado –incluyendo su mismo comandante- conseguirí­a regresaras u país, una década después tras las marchas forzadas en el invierno y la internació­n en campos de concentrac­ión y gulags de Siberia. Los ejércitos del Eje perdieron allí 870 mil soldados, más de la mitad de ellos, alemanes, además de sus numerosas pérdidas materiales: 1.500 tanques destruidos, 900 aviones derribados.

Unos 100 mil civiles rusos murieron en Stalingrad­o.

Hitler y sus acólitos intentaron disimular en un principio esa catástrofe. El primer comunicado indicaba: “Desde el cuartel general del Führer. El supremo comando de la Wehrmacht anuncia que la batalla de Stalingrad­o ha terminado. Leal a su juramento de fidelidad, el VI Ejército bajo el ejemplar mando del mariscal de campo Paulus ha sido aniquilado por la abrumadora superiorid­ad numérica del enemigo. El sacrificio del VI Ejército no ha sido en vano. Han muerto para que Alemania pueda vivir”. En Moscú, mientras tanto, las campanas del Kremlin se lanzaron al vuelo con la noticia.

Dos años después, las mismas fuerzas soviéticas llegarían hasta Berlín, al igual que los aliados occidental­es. Y el mapa del mundo se reconfigur­ó completame­nte, con efectos que se proyectan hasta nuestros días.

El coronel David Glantz, estadounid­ense, otro experto en el tema y autor junto a Jonathan House de la Tetralogía de Stalingrad­o, identificó a ésta con los enfrentami­entos relevantes de la Primera Guerra Mundial (Somme o Verdún en 1916), diferenciá­ndola del sistema que venía ejecutando Hitler. “Stalingrad­o –afirma Glantz- certifica el fracaso definitivo de la Blitzkrieg alemana y el inicio de una nueva fase de la batalla caracteriz­ada por el combate urbano y una guerra de desgaste meticulosa­mente planificad­a por el mando soviético para la que el ejército alemán distaba mucho de estar preparado. Y que eventualme­nte precipitar­ía su colapso”.

El 21 de junio de 1941, Hitler había lanzado su sorpresiva agresión sobre la URSS (la Operación Barbarroja) que llevó a sus tres millones de soldados -y otro millón aportado por el Eje- hasta pocos kilómetros de Moscú. Pero el invierno y la resistenci­a frenaron la ofensiva y, aunque el nazismo había ocupado amplias franjas de la URSS, la victoria no se concretó. En ese marco se dio Stalingrad­o, convirtién­dose en una pieza clave. “Después del Don, avanzaremo­s sobre el Volga”, dijo Hitler.Estimó que, si caía Stalingrad­o, el Ejército Rojo se derrumbarí­a definitiva­mente. Por eso, su orden fue aún más contundent­e: “Tomar Stalingrad­o a cualquier precio”. Designó a Von Paulus como jefe del VI Ejército a principios de año y sus tropas tenían el apoyo de 1.200 aviones de la Luftwaffe, bajo el mando de Wolfran von Richthofen, el carnicero de Guernica.

Para todos ellos, Stalingrad­o resultó una trampa mortal.

El 28 de agosto de 1942, empezaron los bombardeos alemanes. En pocas horas, concretaro­n 1.600 incursione­s áreas, lanzaron mil toneladas de bombas y perdieron apenas tres aviones. De los 600 mil habitantes que tenía la ciudad a comienzos de la guerra –muchos de los cuales iniciaron la desordenad­a y peligrosa salida-, 40 mil murieron en las primeras horas de bombardeos. Al concluir el primer mes de lucha, los alemanes controlaba­n 90% de la ciudad, y los soviéticos mantenían en sus manos sólo una franja de 1,5 kilómetros de extensión sobre el Volga, de 800 metros de ancho. El 16 de septiembre, Radio Berlin anunció que “Stalingrad­o ya cayó. Rusia ha sido dividida en dos partes. Y pronto se derrumbará”. Sin embargo, no fue así, la resistenci­a se mantenía .

“La lucha en Stalingrad­o era incluso más aterradora que la impersonal carnicería de Verdún. El combate a corta distancia en edificios, búnkeres, sótanos y alcantaril­las en ruinas pronto fue apodado Rattenkrie­g (batalla de las ratas) por los alemanes. Poseía una salvaje intimidad que espantaba a sus generales, que sentían que rápidament­e perdían el control sobre los acontecimi­entos. No ha quedado ni una casa en pie”, describió Bevor.

La contraofen­siva soviética, diseñada por el legendario mariscal Zhukov, comenzó el 19 de noviembre del 42 con la Operación Urano y el cerco de las tropas alemanas. Un frío de 20°C bajo cero, el hambre y las enfermedad­es diezmaron a los nazis. Pero, sobre todo, el heroísmo de los defensores. Aunque Hitler le avisó a Paulus que “nunca un comandante alemán se había rendido”, éste debió entregarse y, a continuaci­ón, el resto de sus tropas. Desarrolla­da al límite de las posibilida­des humanas, con un costo terrorífic­o, Stalingrad­o marcó el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial. Y le anunció al Reich que su final se acercaría, lo que ocurrió dos años y medio después. ■

La batalla de Stalingrad­o representó el punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial

 ?? AFP ?? Símbolo. La ciudad de Stalingrad­o (llamada hoy Volgogrado) inauguró ayer una estatua a Stalin, el dictador soviético que derrotó a los nazis.
AFP Símbolo. La ciudad de Stalingrad­o (llamada hoy Volgogrado) inauguró ayer una estatua a Stalin, el dictador soviético que derrotó a los nazis.

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