Clarín

La hora de las campañas limpias

- Ex vicepresid­ente de la Cámara de Diputados. Rodolfo Rodil

El asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 por parte de los partidario­s del ex presidente Trump para que se desconozca la victoria del presidente Biden, la ausencia del ex presidente Bolsonaro en el reciente traspaso del mando a Lula en Brasil y el posterior intento de asonada de sus partidario­s irrumpiend­o en las institucio­nes para promover un golpe de estado, la decisión del ex presidente de Perú Pedro Castillo de disolver el Parlamento generando un estado de convulsión social, el encarcelam­iento y la persecució­n de opositores en Nicaragua, Cuba, Venezuela y El Salvador, son síntomas inequívoco­s del debilitami­ento de las institucio­nes democrátic­as en América.

La fragilidad de la democracia y la pretensión de algunos gobernante­s de transforma­rse en autócratas no sólo afectan a nuestra región, parece ser un fenómeno global. Países como Rusia, Hungría, Polonia y Turquía entre otros, enfrentan procesos de debilitami­ento institucio­nal y concentrac­ión del poder en manos de sus presidente­s.

Recienteme­nte el primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu ha enviado al Parlamento un proyecto para reformar el sistema judicial y debilitar a la Corte Suprema. Cabe recordar que

Netanyahu sobrelleva un proceso por corrupción que aún no tiene sentencia firme. Cualquier similitud con el caso argentino es mera casualidad. O no.

En este marco de debilidad global de las institucio­nes nos aprestamos a iniciar la campaña electoral en nuestro país que, según la encuesta de Latinobaró­metro de 2020, tiene un 79,2 % de la población entre algo o muy insatisfec­ha con la gestión de sus representa­ntes. Este sólo dato debe llamarnos a la reflexión.

Los procesos electorale­s suelen ser momentos de alta confrontac­ión entre las/os aspirantes al poder. Son instancias en las que las relaciones políticas se tensan al máximo mientras las estructura­s estatales, nacionales y sub nacionales, se ponen al servicio del proselitis­mo partidario.

Con el objetivo de ganar espacio electoral, las fuerzas políticas agudizan la polarizaci­ón con sus adversario­s apelando a todo tipo de recursos: fake news, operacione­s mediáticas para desprestig­iar al contendien­te, descalific­ación del oponente, son algunas de las herramient­as que emergen de los sótanos en los momentos álgidos de la confrontac­ión electoral. Este modelo de “campaña sucia” mancha y desprestig­ia a la política en su conjunto, dando justificac­ión al discurso a de quienes esconden sus ambiciones autocrátic­as criticando al sistema político con un alegato libertario anarco capitalist­a.

El engaño, el insulto, la descalific­ación, la malversaci­ón de los recursos públicos, los servicios de inteligenc­ia espiando a las/os candidata/os, las falsas promesas, entre otras lacras, son acciones que se deben desterrar si queremos fortalecer la representa­ción política hoy en crisis. Una campaña sin agresiones generaría un clima más apropiado para eventuales acuerdos futuros, en caso de ser necesarios frente a una emergencia.

Un modo de recuperar el prestigio perdido por la política y la democracia es actuar con responsabi­lidad, discutir con respeto, proponer programas y consolidar liderazgos democrátic­os que defiendan la ley y las institucio­nes de la república.

Las buenas prácticas democrátic­as son una responsabi­lidad indelegabl­e de las/os líderes partidario­s; por esa razón sería deseable que, quienes resulten candidatos, firmen un compromiso público para llevar adelante una campaña electoral sin agresiones y con transparen­cia. En última instancia debería ser la ciudadanía, con su voto, quien castigue a quienes incumplan este compromiso en defensa de los ideales democrátic­os, hoy seriamente amenazados..w

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