No sos vos, soy yo
Le saco el señalador a un libro de ciencia ficción a medio leer y se lo pongo a uno recién comenzado de crónicas. Este movimiento de un segundo (que podría interpretarse como una puñalada al revés) implica dos cosas: el fracaso (mi fracaso) en la lectura del primero y la nueva expectativa que abre la lectura del segundo. Abandonar un libro es todo un tema, incluso dejando de lado el saladísimo precio de las novedades editoriales (si pagaste 5.000 pesos por una, ¿la vas a descartar al tercer capítulo?). En la mesita de la compu todavía me espera la novela que empecé antes del Mundial con el señalador puesto en la página 111. ¿Me gustaba? Sí. ¿Estaba bien escrita? Obvio. ¿Qué pasó? No lo sé. Quizás, las peripecias del protagonista dejaron de interesarme lo suficiente como para abstraerme de otras ocupaciones, exploré nuevos libros y me fui por la tangente para no regresar. ¿Descartado para siempre? De ninguna manera. Ahora vienen las vacaciones, tal vez lo lleve en la mochila. Hay lectores que nunca abandonan un libro aunque leerlo sea un martirio. Toman la lectura como misión y la cumplen hasta el final, como reconoció alguna vez Martín Kohan en una entrevista. Julio Cortázar se bancaba hasta lo insoportable “confiando siempre que en las últimas diez páginas encontraría el gran momento, algo que rescataría la totalidad de la obra”. A mí, abandonar ya no me cuesta, pero me llena de culpa, más allá de que entiendo que leer es un placer (genial, sensual) y no hay que cargarlo de obligaciones. Pero por las dudas, vuelvo al libro de ciencia ficción, le acaricio la bonita portada y le digo: “No sos vos, soy yo”.