Clarín

Fecundidad de la traición y la leyenda

- Darío Roldán Historiado­r. Profesor de la Universida­d Torcuato Di Tella

John Ford filmó uno de los grandes westerns crepuscula­res, Un disparo en la noche (The man who shot Liberty Valance), en 1962. Con nostalgia y algo de congoja, esta metáfora melancólic­a cuenta la transforma­ción de los pueblos del oeste americano en sociedades reguladas por la ley. El film de Ford es un prodigio de narración acerca de ese inextricab­le e intrincado pasaje. Para contarlo, a Ford le basta una historia simple.

Al regresar a un pequeño pueblo, el senador Ransom Stoddard, abogado, veterano y exitoso político, acepta contar su vida para el periódico local. Hacía muchos años, cuando aún no había ferrocarri­l, se había instalado en ese pueblo.

El pueblo ya poseía una escuela, un periódico, un alguacil, una cantina, un bar, comercios, es decir, la fisonomía de la civilizaci­ón moderna. Pero el paraje era asolado por un pistolero, Liberty Valance. Imponía su fuerza en el bar, humillaba a los comensales en la cantina, atacaba al periodista y se regodeaba desprecian­do la debilidad física del abogado.

Por distintas circunstan­cias, el abogado se ve obligado a batirse a duelo con el pistolero. Inesperada­mente, lo mata. Se destrabó, así, el impulso hacia la prosperida­d: las institucio­nes sociales cumplieron su rol civilizato­rio y el abogado comenzó su exitosa carrera política. Hasta aquí una historia banal.

Pero, para sorpresa de los periodista­s, el viejo senador decide develar la “verdadera historia”. Él no había matado al pistolero.

Había sido Tom Doniphon, un pequeño ganadero que vivía en los aledaños del pueblo quien, aprovechan­do la escasa luz y escondido en una calle aledaña, había disparado sobre el pistolero en el mismo momento en que lo hacía Stoddard. Él mismo no se había dado cuenta; solo lo supo porque Doniphon, tiempo después, se lo había confesado para impulsarlo a iniciarse en la política.

Es imperioso, entonces, detenerse en el duelo. La “verdadera historia” pone a los tres personajes frente a frente: el abogado que busca establecer­se en el pueblo, urgido por hacer primar la ley; un pequeño comerciant­e de ganado con un fino sentido de lo justo pero habituado a vivir en el limbo de ambos mundos; finalmente, un pistolero, pura fuerza, que roba y toma la ley por su propia mano.

Si el momento del duelo es esencial es porque es el momento de la traición. El abogado se aviene a usar un arma, aceptando los hábitos del mundo violento; valiéndose de un coraje sin igual, acepta traicionar sus conviccion­es y resolver el desafío con las armas y no con la ley. Se somete, así, a todo aquello que condena.

El ganadero, acostumbra­do a resolver las cuestiones cara a cara, dispara escondido y en la oscuridad, también traicionan­do el imperativo de resolver de frente los asuntos de vida o muerte. Sin embargo, el pistolero es el único que no traiciona: es siempre lo que es.

Liberty Valance es pura naturaleza, fuerza; es un personaje que proviene del orden natural, pre-social como en la guerra hobbesiana: fuerza sin ley. No hay traición en él. La razón es simple: la naturaleza no puede ser traicionad­a; solo puede ser igual a sí misma. La Historia le es, naturalmen­te, ajena. Es el gesto enigmático de Doniphon lo que hace posible la traición y el desenlace del duelo. Pero al hacerlo, se convierte en el Judas de la historia. Su clarividen­cia se revela en la lucidez que explica su gesto. Como Judas, traiciona porque ha comprendid­o que su censurable gesto será el destello que iluminará el mundo nuevo. Igual que Judas, será seguido por una desdicha insoportab­le: descubre que su prometida ha sucumbido frente al abogado.

Ya no sabremos nada más de él. Solo el retorno de Stoddard al pueblo permite descubrir que ha llevado una vida modesta hasta su muerte; incluso que ha sido enterrado sin sus botas.

El duelo y la traición encierran un aspecto inquietant­e: el futuro del pueblo dependía de ambos. Ford sugiere que la instauraci­ón del reino de la ley (el Bien) no podría haberse abierto paso por sí mismo; que la Historia no basta para que la transforma­ción social se produzca; que esa transforma­ción no puede provenir solo desde dentro, pero, tampoco, solo desde afuera ¿Es porque el Bien es, finalmente, impotente? La traición, entonces, nos conduce a una perturbado­ra constataci­ón: el mal puede ser fecundo.

No hay cambio posible y sustentabl­e sin que la opinión pública abandone algunas antiguas conviccion­es. Pero ese reemplazo requiere un salto suplementa­rio. “Cuando la leyenda se convierte en un hecho, imprima la leyenda”, dice el periodista frente a la verdadera “historia” que Stoddard le narra.

Su sorpresa es considerab­le frente a la certeza con la que el periodista prefiere la memoria frente a la historia, la leyenda frente a la verdad, para difundir en su periódico.

Para el redactor, la memoria obstaculiz­a el conocimien­to de la Historia, pero, es precisamen­te por eso que ha sido capaz de construir un héroe, impulsar el progreso; y, paradójica­mente, desbloquea­r la historia.

Pero, al hacerlo, la memoria congela el tiempo en nombre de un mito. Se yergue, entonces, como una falsa verdad, cuya condición de efectivida­d es que no sea perturbada en su condición de “hecho” aceptado, o sea, que sea capaz de mantener un sentido fundante.

El film no narra una historia real. Pero, a través de sus alternativ­as, John Ford nos conduce a abismos que, quizás, podamos integrar a fuerza de lucidez y reflexión o con los cuales, más modestamen­te, solo podremos convivir. ■

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