Clarín

Juliette Binoche, entre manjares

Hace de una cocinera en “La passion de Dodin Bouffant”. El italiano Nanni Moretti presentó “Il sol dell’avvenire”.

- CANNES. ENVIADO ESPECIAL Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

Nanni Moretti, otro de los veteranos de Cannes, trae el que espera no sea su testamento fílmico. En uno de los mejores momentos de Il sol dell’avvenire, cuando su personaje, un director de cine, necesita el apoyo de nuevos productore­s, y se reúne con la gente de Netflix, se vuelve tan mordaz como en sus mejores tiempos, cuestionán­dolos como desalmados y riéndose de los algoritmos. Es en esos instantes cuando se disfruta del humor y el sarcasmo, algo no muy corriente en esta edición del festival.

A los 69 años, el director que ganó en 2001 la Palma de Oro con La habitación del hijo, y a quien muchos consideran el Woody Allen italiano, en Il sol dell’avvenire (“El sol del futuro”) se autoanaliz­a y cuestiona como cineasta, esposo y padre .

El realizador de Caro diario y Habemus Papa suele ser autorrefer­encial, y en esta comedia con algo de melodrama también es el protagonis­ta, como en la mayoría de sus películas. Aquí es Giovanni, un director que está rodando un filme de época, ambientado en un pueblito italiano en 1956. Y desea que, en la última escena, su protagonis­ta se suicide.

En un momento, Giovanni interrumpe un rodaje y llama por teléfono a su amigo Martin Scorsese para que lo respalde. Un gag que recuerda a Annie Hall, cuando Woody Allen hablaba con Marshall McLuhan. La diferencia es que la llamada a Scorsese va directo al contestado­r.

Activo militante de la izquierda, Moretti cuestiona el rol que ejerció el Partido Comunista italiano cuando la Unión Soviética reprimió con tanques y dejó un tendal de muertos en Hungría. No parece ser oportunist­a ni tener un ojo en Ucrania. Pero…

Giovanni es un egocéntric­o, y parece uno de esos caballos con anteojeras que no le permiten ver más que lo que tiene delante: su carrera como cineasta. Su esposa, Paola -interpreta­da por otra asidua de su filmografí­a, Margherita Buy-, es su productora y a escondidas va a un psicoanali­sta, porque no sabe cómo decirle a Giovanni que quiere separarse.

Su hija va a componer la música de la película que está filmando, pero Giovanni la escucha por primera vez luego de que ella le presente a su novio, del que desconocía su existencia, un hombre tal vez mayor que el propio Giovanni.

Para los amantes del cine de Moretti, no falta la escena en la que maneja su ciclomotor por su amado vecindario de Piazza Mazzini, ni citas y referencia­s cinéfilas. En eso, no ha cambiado nada. Tampoco en su manera de hablar, aunque el tono de su voz se sienta un poco gastado.

En el set, Giovanni es tan déspota como en su hogar, donde obliga a su esposa e hija a ver Lola, de Jacques Demy, antes de empezar el rodaje de sus películas. En el set no permite que los actores cambien la letra de los diálogos o aporten ideas nuevas.

En síntesis: Giovanni no puede controlar nada, y a esta altura de su carrera, cada cambio que le aparezca por delante será un cimbronazo. Burla o parodia o autohomena­je.

Algo así como una muestra sobre el arte del buen comer, La passion de Dodin Bouffant, de Anh Hung Tran, es una película mucho más intimista que la de Moretti, y que apunta de forma directa a los sentidos.

A fines del siglo XIX, Dodin (Benoit Magimel, a 22 años de ser el joven de La profesora de piano) es un hacendado gourmet que vive desde hace años con Eugénie (Juliette Binoche), su pareja, experta cocinera.

La primera media hora transcurre casi enterament­e en la cocina, donde tienen una ayudante, a la que se sumará su pequeña sobrina, con quienes prepararan toda clase de exquisitec­es. El fuego ardiendo en el hogar, la cocina de seis hornallas, los hornos, los utensilios largos, todo se ve tan delicioso que hasta se podrían oler los aromas de la grande cuisine.

Sí, mejor haber comido algo antes de ingresar a la sala.

Pero entre degustacio­nes varias, debe haber un conflicto. Y es una extraña enfermedad que Eugénie oculta todo lo que puede en la cocina.

Con algo de La fiesta de Babette, de Gabriel Axel, y obviamente mucho menos de La gran comilona, de Marco Ferreri, La passion de Dodin Bouffant es un filme que extrañamen­te mantiene su tono durante los 145 minutos que dura la proyección.

El director de El aroma de la papaya verde (con la que ganó aquí la Cámara de Oro a la mejor ópera prima, en 1993) y Tokio Blues ya no filma con esa “lentitud” que fascinaba a muchos y adormecía a otros. Entrega un filme romántico pero no almibarado, dulce más que agridulce, con una línea de diálogo entre los protagonis­tas en la que Eugénie le pregunta qué es ella para él, si su mujer o su cocinera.

Y la respuesta es para relamerse o chuparse los dedos.w

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REUTERS Radiante. A los 59 años, Binoche luce y se luce en la película del director de “El aroma de la papaya verde”.

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