Clarín

Lo único que nos une a todos

- John Carlin BARCELONA. ESPECIAL PARA CLARÍN

No es habitual que el eco de un orgasmo llegue a miles de kilómetros de distancia, pero tal fue el caso de una mujer cuyos espasmos y alaridos durante un concierto musical en Los Ángeles fueron noticia esta semana en la Argentina y en todo el mundo.

Detrás del éxtasis hay un misterio. La identidad de la mujer no se ha hecho pública. No ha aprovechad­o la oportunida­d de hacerse famosa en las redes sociales. Existen dudas de si realmente respondió a la quinta sinfonía de Tchaikovsk­i con “un ruidoso orgasmo a cuerpo completo”, según uno de los testigos, o si, como algunos han especulado, se había dormido y despertó con un espectacul­ar sobresalto al oír una partitura particular­mente volcánica del segundo movimiento de la obra.

Bueno, se non è vero, è ben trovato. Pero yo prefiero creer que sí es verdad. Si se trata de un caso de fake news, me lo trago, feliz. No, no estoy a punto de a confesar que la música me provoca orgasmos. Pero lamento no ser capaz de ello. Me sentiría orgulloso de poseer semejante exceso de sensibilid­ad. Ahora, pelos de punta: eso sí. Ni un poema de Shakespear­e, ni un cuadro de Picasso, ni siquiera un golazo de Messi me asaltan con más fuerza sensorial que la música de Tchaikovsk­i o, entre miles más, la de Billie Holiday, Mick Jagger o Amy Winehouse.

las artes plásticas, ni las literarias, ni las futboleras compiten con las artes musicales, que están por encima de todas las demás creaciones humanas en su capacidad de despertar emoción. Si me dijeran que durante el resto de mis días tendría que limitarme a disfrutar solo de una expresión artística, si tuviera que elegir, tengo claro que descartarí­a las palabras, la pintura y-con enorme pesar—el fútbol. Me quedaría con la música.

Lo pensé esta misma semana, incluso antes de enterarme del orgasmo que sacudió el mundo. El lunes por la noche estaba frente al televisor explorando la mina de oro que es YouTube y tras ver a Bertrand Russell hablando de un encuentro que tuvo con Lenín, y a David Hockney explicando a Van Gogh, y una entrevista de los años sesenta con Brigitte Bardot, y una colección de los grandes éxitos de Messi, piqué con el mando en una interpreta­ción de Anna Fedorova del concierto para piano número dos de Rachmánino­v.

Al escuchar a la joven pianista ucraniana tocar el segundo movimiento de la obra de Rajmáninov me transporté a no sé dónde, pero lejos, muy lejos de las banalidade­s cotidianas que nos acechan o del imperecede­ro cretinismo humano manifestad­a hoy en fenómenos como el de Donald Trump o Vladímir Putin.

Si hubiese habido alguien a mi lado no se hubiera fijado en que estaba sintiendo algo que combinaba el orgasmo con lo que supongo que sería un encuentro con una apariencia divina. Las convulsion­es no fueron físicas sino mentales; los gritos no salían de la boca, resonaban en el alma. Mi silencio contrastab­a con la marea de sonidos que entraba por mis oídos y me inundaba el cerebro, borrando todo pensamient­o que no fuera el segundo movimiento del concierto para piano número dos de Serguéi Rachmánino­v. Y, sí, claro, se

Joseph Conrad, uno de los más grandes escritores de la historia, dijo que “la música es el arte de las artes”.

me pusieron los pelos de punta, aquella reacción humana tan incontrola­ble y tan misteriosa ante la presencia de lo sublime.

Ahora, ojo, que nadie piense que mis gustos se limitan a la élite de la música clásica, de la que en realidad sé poco (aunque sé lo suficiente para creer que la quinta, séptima y novena sinfonías de Beethoven son absolutame­nte insuperabl­es como inventos del ingenio humano). Me conmuevo también cuando doy el salto en YouTube de Fedorova a Phil Collins tocando ‘In the air tonight’ en vivo; a la espléndida, recién fallecida Tina Turner dándolo todo en Amsterdam con su himno ‘the Best’; a ‘Everlong’ de los Foo Fighters en Wembley; al “zulú blanco” Johnny Clegg cantando ‘Asimbonang­a’ con Mandela bailando a su lado, Mandela que declara al final de la canción que la música le da, más que cualquier otra cosa, la paz.

La verdad es que sé mucho más de literatura que de música. A mi humilde manera he dedicado toda la vida a juntar y a vender palaNi bras. Pero me rindo ante los compositor­es y los cantantes y los virtuosos del piano, del violín y de la guitarra. (Me olvidé de mencionar a Paco de Lucía entre las joyas disponible­s en YouTube. Búsquenlo.) También se rindió uno de los grandes escritores de todos los tiempos, el polaco Joseph Conrad nacido, acabo de descubrir, en Ucrania.

En el prefacio a su libro ‘El negro del Narciso’ Conrad escribe que la música es “el arte de las artes”. ¿Porqué? Porque trasciende todas las lenguas y culturas, porque no se requieren conocimien­tos para interpreta­rla, como es el caso de la literatura o la pintura o la escultura. Porque, como Conrad explica, “el artista apela a esa parte de nuestro ser que no depende de la sabiduría –apela a aquello que en nosotros es un don y no una adquisició­n y que, por consiguien­te, es más permanente, más duradero. Apela a nuestra capacidad de gozar y asombrarno­s, a la sensación de misterio que rodea nuestras vidas; a nuestro sentido de compasión, de belleza y de dolor; al latente sentimient­o de comunidad con toda la creación que hay en nosotros– y a la sutil pero inquebrant­able convicción de que existe una solidarida­d que une la soledad de innumerabl­es corazones, la solidarida­d de nuestros sueños, de nuestra alegría, de nuestra tristeza, de nuestras aspiracion­es, de nuestras ilusiones, de nuestra esperanza, de nuestros miedos –la solidarida­d que une a todos los hombres los unos a los otros, que mantiene unida a la humanidad– a los muertos con los vivos, a los vivos con los que aún no han nacido.”

¡Buff! Casi música, estas palabras, ¿no? Casi el segundo movimiento del concierto para piano número dos de Rachmánino­v, o el de la quinta sinfonía de Thaikovski. Pero ni Conrad llega.w

 ?? ?? Virtuosa. Anna Fedorova, nacida hace 32 años en Kiev, es una de las más celebradas pianistas en la actualidad. Ya la pudimos admirar en el Teatro Colón.
Virtuosa. Anna Fedorova, nacida hace 32 años en Kiev, es una de las más celebradas pianistas en la actualidad. Ya la pudimos admirar en el Teatro Colón.
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