Clarín

Aprietes finales de Máximo K

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

Dos décadas de kirchneris­mo en la Argentina no han alcanzado para garantizar a futuro la superviven­cia de esa corriente política. Algo más: su condición hegemónica y de personalis­mo exacerbado parece haber dejado al peronismo en estado de indefensió­n. Reducido a un puñado de caudillos comarcales incapaces de trascender en el plano nacional.

La falta de una herencia individual o, al menos, colegiada asomó como la señal política saliente que acompañó en la Plaza de Mayo la voluntad de Cristina Fernández de convertirs­e en eje de todas las decisiones electorale­s. Papel que, con seguridad, monopoliza­rá mientras esté en desarrollo la competenci­a. Habrá que ver luego qué sucede si, como muchos prevén, sobreviene la derrota.

Sucede que la dinastía Kirchner, por el desgaste político o el curso biológico, se está consumiend­o. Proceso que no logrará detener ni la audacia de la jefa de haber expuesto en el palco a sus nietos ante la multitud. No hay a la vista legado parental para aquel trono. Desde que en 2015 se animó por primera vez a asumir una función pública (diputado por Santa Cruz) tampoco Máximo, el varón del matrimonio, fue capaz de una construcci­ón política propia que no dependa exclusivam­ente del apellido.

Habrá que convenir algo. El actual titular del PJ de Buenos Aires y cabeza de La Cámpora estuvo ligado desde la adolescenc­ia a la política por mandato de sus padres. Mantuvo en un principio marcada ambivalenc­ia frente a esa actividad. De allí que, hasta la muerte de su padre, Néstor, en 2010, dedicó su mayor ocupación a los negocios inmobiliar­ios. Bastante después se incorporó a la vida pública.

Aquella orfandad kirchneris­ta quedó expuesta en medio de la celebració­n. Diseñada para dividir los tiempos. Cristina habló solo de los 12 años que alternó con su marido (2003-2015). El Gobierno y el fracaso actual no le pertenecer­ían. Pese a que es su fundadora. Entre un centenar de invitados VIP y ausencias significat­ivas (apenas asistieron tres gobernador­es), se alinearon en una misma fila Axel Kicillof, Máximo K, Eduardo De Pedro y Sergio Massa. Alrededor de ellos trabajan la jefa con su hijo para intentar hallarles el lugar electoral más taquillero en octubre.

El menú resulta muy acotado porque las perspectiv­as son poco alentadora­s. Limita las aspiracion­es de Cristina del impacto que sabe provocar con las sorpresas. Lo consiguió, sobre todo, con Amado Boudou y Alberto. Recuerdos infelices del pasado para ella. ¿Se reservará la novedad para el acompañant­e de la fórmula?

Máximo emerge como un operador clave y dinámico en el tiempo de las definicion­es. Habló personalme­nte y en tono firme con Kicillof. Días después le tocó Cristina. El gobernador –también la mayoría de sus ministros-fue sometido la última semana a

una enorme presión para que acepte lanzarse como candidato a presidente. Hubo una película en paralelo: las pintadas que hizo desplegar Axel en el Conurbano promoviend­o la reelección en la Provincia.

Hay un punto de partida conocido. Máximo y Kicillof cultivan una mala relación. Nació de la desatenció­n del gobernador para satisfacer en los inicios de su gestión los pedidos del jefe de La Cámpora. Debió inclinarse después de la derrota en las legislativ­as del 2021. Tampoco el entuerto explica todo. Hay razones que esgrime el diputado para impulsar su propuesta electoral que sonarían atendibles.

No existe trabajo de opinión pública que no coincida en algo. Kicillof es quien mejor fideliza los votos que le pertenecer­ían a Cristina. Si, como la vicepresid­enta afirma, se está frente a un escenario electoral de tercios (compartido con Javier Milei y Juntos por el Cambio), aquel fenómeno no significar­ía un registro menor. Axel refuta con otra explicació­n: su candidatur­a no garantizar­ía la victoria nacional y podría colocar en riesgo la permanenci­a en Buenos Aires. El refugio kirchneris­ta para resistir, en caso de que alguna fuerza opositora llegara finalmente a la Casa Rosada.

Máximo dispone de contra-argumentac­ión.

Con Kicillof como postulante a presidente y De Pedro en Buenos Aires podría no suceder aquella amenaza. ¿Por qué razón? . El primer nombre de la lista (el candidato a presidente) arrastra lo demás. En especial, en Buenos Aires. En ese caso no haría falta ningún desdoblami­ento electoral. Tampoco se perdería el llamado “efecto Milei”, capaz de dañar las posibilida­des de Juntos por el Cambio.

La moneda está en el aire, pero no caerá sobre una de sus caras por azar. Depende de Cristina. De allí todos los cuidados que adopta Kicillof. Su mano derecha, Carlos Bianco, desplazado en su momento de la Jefatura de Gabinete por acción de Máximo, se encargó de evitar que la temperatur­a interna suba. Hizo un largo relato sobre las bondades de la posible reelección de Axel. Aclaró: “Si nuestra fuerza política decide que es mejor que Kicillof sea candidato a presidente, él no tiene ningún problema en serlo”. La fuerza política aludida es el dedo de la vicepresid­enta.

Esa disciplina prusiana se descubrió en el palco de la Plaza. El gobernador de Buenos Aires estuvo la hora entera de la alocución de Cristina moviendo su cabeza con automatism­o en señal de adhesión a lo que escuchaba. El ministro del Interior casi no brindó descanso a sus aplausos y transmitió una

postura placentera en su condición de presunto candidato. Massa fue quien más incómodo se mostró ante la obsecuenci­a de sus competidor­es. Golpeó dos o tres veces sus manos en varias ocasiones cuando Cristina se regodeó con fantasías de los 12 años. Vaciló ni bien exigió que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal “sea dejado de lado”. Meta imposible para el ministro en las pocas semanas que restan hasta el 24 de junio. Ese día deberán inscribirs­e los candidatos para las PASO. Massa suplica solamente por el desembolso anticipado que negocia con el organismo financiero. Es lo que requiere para evitar el derrumbe. Mantener, además, la esperanza de la postulació­n.

Tampoco es lo único. En dos semanas el Indec debe comunicar el índice de inflación de mayo. Algunas órdenes del ministro denotarían desesperac­ión. Su secretario de Comercio, hombre del Frente Renovador, Matías Tombolini, salió personalme­nte a fiscalizar el cumplimien­to de los Precios Justos. Dijo haber hallado anomalías en una conocida cadena de supermerca­dos. En todas sus sucursales ordenó pegar un enorme cartel rojo con la leyenda que denuncia “presunto incumplimi­ento con los Precios Justos”. Escrache que

El diputado es mano derecha de Cristina para definir candidatos. Tuvo un duro diálogo con Kicillof para que piense en ser presidenci­able. Apoya a De Pedro. Protege a Massa, cuya postulació­n depende de factores económicos. La moneda está en el aire.

no trepó hasta la clausura.

Abundaron otros gestos. Massa dejó un viaje a Paraguay para estar en la Plaza. Asistió al Tedeum en el cual el Presidente se convirtió en insólito orador. Hizo un saludo efusivo (foto que se ocupó de divulgar) con el reemplazad­o cardenal Mario Polí. Quizá para ilustrar una cercanía con la Iglesia que siempre le niega el Papa. No se rinde: saludó el nombramien­to de Javier García Cuerva como arzobispo de Buenos Aires. Alberto se encargó de reivindica­r a Francisco al confesar que todos estos años lo ayudó en silencio. ¿Será así? ¿Le habrá dicho alguna infidencia que perjudique el derrotero del ahora el ministro de Economía?

El mojón más importante, sin embargo, pareció la invitación que hizo a Máximo para que lo acompañe en su viaje a China. No se trata de un dato menor en una época de definición de candidatur­as que presenta demasiados obstáculos y competidor­es para Massa. Juan Grabois repitió que nunca lo aceptará de candidato. Habrá que ver: se lo descubrió cuchichean­do con el ministro en el palco. Daniel Scioli por una vez, para diferencia­rse, dejó vacía la silla de la Plaza. Tomó coraje cuando aseguró que será candidato aunque Cristina impida las PASO. Agustín Rossi se lanza en la semana que comenzó. Las acechanzas son tantas que Cecilia Moreau, la titular de Diputados, hizo una advertenci­a pública: “No hay que descartar que el Frente Renovador vaya con fórmula propia”, disparó. Pura bravuconad­a.

Massa va a China acompañado por Máximo para intentar obtener una ampliación del swap mientras aguarda definicion­es del FMI. También, sondear si el BRICS, cuyo banco matriz está desde hace un mes dirigido por la ex presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, habilitarí­a alguna ayuda financiera. El interés no se circunscri­biría al gigante asiático. Cristina lanzó en la Plaza ejemplos de modelos económicos a seguir. Lejos de Europa, de la Alemania que soñaba en 2007, citó a Malasia y Corea del Sur. Naciones que activan un proceso de modernizac­ión en base a la apertura de inversione­s en tecnología. Con enormes baches en las prácticas laborales y los derechos humanos.

La vicepresid­enta es hábil para el parcelamie­nto discursivo. No existen noticias de que en aquellos países los jueces del Tribunal Supremo surjan del voto popular. La vicepresid­enta lo reclamó con el objeto de que sean desplazado­s Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrant­z, Juan Carlos Maqueda y Ricardo Lorenzetti. Mencionó las supuestas graves irregulari­dades reveladas contra aquellos en la Comisión de Juicio Político. Si fuera así, sería poco explicable que funcione con tanta intermiten­cia.

El silencio kirchneris­ta rodeó la decisión del fiscal Guillermo Marijuan de pedir el sobreseimi­ento de Cristina en la ruta del dinero K, por la cual está condenado Lázaro Báez. La novedad tuvo un costado bueno y otro no tanto.

Marijuan dio por comprobada la estrecha relación entre la dama y el empresario. Que ambos negaron siempre. Más de 370 llamadas telefónica­s y un par de visitas a Olivos. Material de utilidad, por caso, para otras causas que están en revisión, como Los Sauces-Hotesur. Sospecha de lavado de dinero. “La imprudenci­a ética grave” que describió Alberto. ■

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Máximo Kirchner.
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