Clarín

Esa fea sensación que despierta la ausencia de Nadal

- Javier Frana Ganador del bronce olímpico en Barcelona 1992 y de tres títulos de single y siete de dobles

Hay frases que, con el paso de los años, dejan de ser obvias y toman una real dimensión de la profunda verdad que contienen. Lo cantaba el cubano Pablo Milanés: “El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos”. Parecía simple, parecía una verdad de perogrullo, pero esas ocho palabras, en realidad, no son tan obvias y aplican a la perfección al sentimient­o que atraviesa a todos, o casi todos, en Roland Garros a horas del inicio de una nueva edición del segundo Grand Slam de 2023.

Es que el tenis, con el suizo Roger Federer y el español Rafael Nadal, hizo creer que el tiempo no sólo no pasaba sino que a esos dos fenómenos los hacía mejores. Y el resto feliz, disfrutand­o cómo el paso del tiempo los convertía en genios inmortales.

Hoy, sin embargo, París y el tenis ven cómo esa mágica ilusión de inmortalid­ad se diluye en esa triste realidad. Apenas se acepta que Federer ya no está en el circuito. Y ahora, después de 18 años, hay que aceptar que en París tampoco estará Nadal, su máximo ganador, su dueño. Y se lo extraña.

Y si sacude esa fea sensación de orfandad, vale ponerse un minuto en la piel de Nadal, que desde 2005 hasta 2022 siempre estuvo en Bois de Boulogne. ¿Qué pasará por su cabeza? ¿Qué sentirá cuando mire por televisión el torneo? Es algo que jamás hizo en los últimos 18 años. Fueron 18 años en los que ganó 112 partidos y apenas sufrió tres derrotas -el sueco Robin Soderling en 2009 y el serbio Novak Djokovic en 2015 y 2021, sus únicos verdugos en la cancha-. En ese lapso se coronó 14 veces. Un record fabuloso que solamente Rafael Nadal podía quitarle al Rafael Nadal de 2022.

Claro que ello no lo toma por sorpresa al español, que ya ni siquiera aparece en el top ten del ranking mundial y se desmoronar­á dentro de un par de semanas. Ya son muchos años de lesiones y molestias que lo vienen jaqueando y que ponen en duda no sólo la posibilida­d de que pueda ganar una vez más sino que, sencillame­nte, pueda volver a competir.

Por eso será todo un desafío y un esfuerzo no vivir la edición que se viene con un tinte melancólic­o porque su ausencia no es nada más y nada menos que el paso del tiempo. Es la ausencia previa a la despedida. Y duele.

Alcanza con revisar el cuadro para tomar una mayor dimensión de que se vive la transición en Roland Garros 2023. Como es habitual, y ahí nunca hay sorpresas, el cuadro principal tiene 128 jugadores. Pero sólo hay dos que podrían llegar a repetir como campeones: Djokovic, sin el rodaje ideal sobre canchas lentas pero en busca de su segundo Grand Slam del año, y un añejado Stan Wawrinka. Son tiempos de cambio.

Mientras se lo añora a Nadal, el resto renueva las expectativ­as. Son varios los que sueñan con alzar la copa de los Mosquetero­s. Es que, sin él, el desafío luce un poquitín menos extremo para aquellos que pretenden transforma­rse en los nuevos héroes sobre el polvo de ladrillo sagrado. Quién le impide, por ejemplo, a Carlos Alcaraz, ya como precoz número 1 del mundo, soñar con la locura de proclamars­e “el heredero del trono” que quedará vacante.

Eso sí, le servirá a Alcaraz y a todos los que vienen detrás estudiar el pasado reciente. Federer y Nadal demostraro­n que en el futuro está la superación, la esperanza y la ilusión. Es un mensaje que deberá abrazar la nueva generación. No todo es inmediato. Aunque hay algo que será eterno. Y, tal vez, inmodifica­ble. Nadal será por siempre el rey supremo y la comarca de Roland Garros será por siempre su tierra sagrada.

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