Clarín

El día que Maradona llegó al Gran Premio de Mónaco y revolucion­ó Montecarlo

Fue en 1995. Llegó al Principado con Claudia Villafañe, no encontró hotel y le pidió la gorrita a Schumacher.

- Sabrina Faija sfaija@clarin.com

Faltaba poco más de un mes para que se cumpliera un año del día en que esa mujer vestida de blanco lo había tomado de la mano y lo había alejado de la cancha. Y 18 semanas para que terminara la suspensión de 15 meses que la FIFA le había impuesto por el consumo de efedrina. Diego Maradona estaba de vacaciones en Francia cuando viajó a Mónaco para cumplir un sueño: ver el Gran Premio de Fórmula 1.

El 27 de mayo de 1995, Maradona fue Diego, el fanático de los autos que se sacó una foto con el tetracampe­ón Alain Prost, habló en italiano con Niki Lauda y le pidió la gorrita a Michael Schumacher, quien ya había ganado el primero de sus siete títulos y se encaminaba al segundo con Benetton.

Con jeans, remera gris, zapatillas negras y anteojos de sol con vidrios violeta tornasolad­os, Maradona llegó al paddock media hora antes del comienzo de la segunda sesión clasificat­oria.

Según la crónica de Clarín, Maradona “no caminó mucho antes de que lo reconocies­en los fotógrafos y antes de que lo invitasen a un almuerzo de pasada en la carpa de Williams junto al presidente de la FOCA, Bernie Ecclestone, y al ex campeón mundial de la categoría, el francés Alain Prost. Prost logró la foto con el ídolo; Maradona también”.

“Estoy impactado. Este es un Gran Premio que nunca pude ver. La gente se vuelve loca, todo es muy espectacul­ar”, le dijo, traductor mediante, a Ecclestone poco antes de interrumpi­r la comida para darle una nota a Sylvia Tamsma Piquet, la ex esposa del piloto brasileño Nelson Piquet, para la TV italiana.

El GP de Mónaco es el más codiciado por el jet set, pero al campeón en México 1986 ese mundo le era ajeno. Según reveló en el primer contacto con la prensa durante ese fin de semana, tanto él como su séquito de siete personas -en el que estaban Guillermo Coppola y Carlos Fren, con quien había armado la dupla técnica en Mandiyú y Racing- tuvieron que alojarse en Menton, 20 kilómetros al norte de Montecarlo porque no había lugar en los hoteles de la ciudad. “Encima a una amiga de Claudia le tuvieron que tirar un colchón en la pieza porque si no se quedaba en la calle”, remarcó asombrado.

De vuelta en los boxes, perseguido por los paparazzi y rodeado de los fanáticos que deseaban un recuerdo en una época ajena a las selfies, Maradona invirtió el rol al cruzarse con Niki Lauda, uno de sus ídolos, e intercambi­ar unas palabras antes de ubicarse en su lugar definitivo para ver la clasificac­ión, justo encima de los boxes. Con tapones en los oídos y abrazado a Claudia Villafañe alentó a Jean Alesi y Gerhard Berger aunque debió resignarse a ver cómo los Ferrari quedaron detrás de Damon Hill quien se llevó la pole con el Williams.

Pero a su primer día todavía le faltaba un encuentro: la visita al campeón del mundo. Cuando los motores se habían apagado Maradona llegó al motorhome de Benetton donde había dos mesas. En una estaba el alemán Michael Schumacher, que acababa de quedar segundo en la clasificac­ión, y en la otra se ubicó él.

En el medio de una charla en italiano de 15 minutos con integrante­s del equipo, el argentino salió de su rol de ídolo y se animó a un pedido terrenal. “Decile si no me regala la gorrita”, le encomendó a uno de los italianos de Benetton señalándol­o a Schumi y su gorra negra con la leyenda “Campeón del mundo de F1”. Schumacher cumplió el deseo pero Maradona se encontró con lo impensado: la gorrita no le entraba.

Con el souvenir en su mano izquierda, Maradona estrechó la derecha con Schumacher y se sacaron un puñado de fotos. El domingo ya no habría tiempo para otra cosa: había un Gran Premio por correr. ■

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