Clarín

Cien años y una nueva vida para el rascacielo­s que quisieron demoler

Ícono de la arquitectu­ra porteña, tiene bares en su terraza, visitas guiadas y lo usan para películas. Un edificio que ya empezó con los festejos de su centenario.

- Silvia Gómez sgomez@clarin.com

Visitas guiadas, bar, restaurant­es, shows de tango, exhibicion­es de arte, roof top, set de filmacione­s, produccion­es de moda. El Palacio Barolo llega a sus cien años convertido en mucho más que un símbolo arquitectó­nico de la Cuidad de Buenos Aires. Sorteó décadas de abandono, se reconstruy­ó sobre su propio mito y hoy su fachada, cúpula y faro son una postal porteña. Mole de hormigón, el Barolo comenzó a desandar los festejos centenario­s.

La historia de este edificio - Monumento Histórico Nacional desde 1997- se remonta hasta los primeros años del 1900 y a dos italianos que legaron a la Ciudad una obra inclasific­able y disruptiva para aquellas épocas. Por un lado, quien fue su propietari­o, Luis Barolo; y por el otro, el arquitecto Mario Palanti.

Barolo era un empresario que en Argentina hizo su fortuna al instalar la primera hilandería de lana peinada. Como inversión, le encargó a Palanti la construcci­ón de un edificio de oficinas, con galería comercial.

Aportó el dinero, pero además le dio al arquitecto un cheque en blanco de confianza: que su proyecto fuera mucho más que un emprendimi­ento comercial. Palanti entendió todo y, entre 1919 y 1923, construyó el edificio que hoy es un faro -real y simbólicod­el patrimonio porteño.

Para aquellos años fue un adelanto técnico, no sólo porque se trató del primer rascacielo­s de Latinoamér­ica, sino porque se construyó íntegramen­te en hormigón. Además su estética escandaliz­ó a críticos y profesiona­les de la arquitectu­ra que continuaba­n explorando el estilo dominante en los edificios y palacetes más importante­s de la Ciudad, el Beaux Arts. Ecléctico y con una carga simbólica avasallant­e, se impuso aún frente a la pretensión del Concejo Deliberant­e de aquellas épocas que ordenó su demolición.

Tuvo años de mucha oscuridad.

Miqueas y Tomás Thärigen están detrás de buena parte de las actividade­s culturales que ocurren puertas adentro del Barolo. Y tienen además una historia de vida entre las paredes del Palacio: "En 1926 nuestro bisabuelo, Carlos Jorio, alquiló un escritorio en el edificio, como se estilaba en aquellas épocas. Y en 1950 compró una oficina. Nuestro tío, Roberto Campbell, es el histórico administra­dor del edificio. De chicos, el faro era nuestro lugar de juegos favorito. Para nosotros venir acá era una aventura que se completaba con el entorno, lo que significab­a -y significa- la Avenida de Mayo y el Palacio del Congreso", contó a Clarín Miqueas.

Miqueas marca un punto de inflexión en la historia del Palacio: la ley de alquileres de 1940, que congeló los precios e impedía el desalojo por falta de pago. “Poco a poco el edificio se fue transforma­ndo en un sitio inviable. No se pagaban las expensas y muchas oficinas estuvieron prácticame­nte tomadas. El deterioro fue tremendo”, contó. De hecho, muchas partes de la fachada del edificio fueron “planchadas”, los ornamentos se quitaron porque el mantenimie­nto era inviable y los desprendim­ientos podían herir a los peatones.

Fueron décadas de abandono, hasta que la situación comenzó a revertirse a fines de los 90, cuando asume la administra­ción del edificio don Campbell. En el Barolo no hay quien no le reconozca su incansable trabajo para reflotarlo. Un cambio importante­s fue en 2001: colocaron dos paños de vidrios en ambos accesos, por Avenida de Mayo y por Hipólito Yrigoyen. Así se puso fin a años de invasión de palomas y murciélago­s. Luego, las mejoras siguieron en ascensores, calderas y cúpula, entre otras.

Durante décadas el edificio tuvo muy poco mantenimie­nto. Eso se revirtió a fines de los 90.

Casi en paralelo, el Barolo resurgió de la mano de una historia cautivador­a, que se transformó en mito: Palanti se habría inspirado en los versos de la Divina Comedia, de Dante Alighieri, para diseñarlo. También se dice que Barolo pretendía traer a la Argentina las cenizas del Dante para salvarlas de una Europa en guerra.

Carlos Hilger es el arquitecto que desarrolló la teoría: según su visión, los rastros de la obra literaria no se hallan en la estructura, sino en la espacialid­ad, en lo simbólico.

En 2019 Hilger relató su teoría, que se publicó en un informe especial de Clarín: “Cien son los cantos de La Divina Comedia, cien los metros del edificio. La división general del edificio y del poema es ternaria: Infierno, Purgatorio y Cielo. Nueve son las bóvedas de acceso al edificio -numerados y descriptos con frases en latín en cada bóveda- como el número de jerarquías infernales. Los pisos superiores y la cúpula simbolizan los siete niveles del purgatorio. La cúpula está inspirada en un templo hindú dedicado al amor y es el emblema de la realizació­n de la unión del Dante con su amada Beatrice”.

Otro hito en el Barolo es la recuperaci­ón de su faro, una obra del arquitecto Fernando Carral, quien tiene su oficina en el edificio y tuvo a su cargo la restauraci­ón. La obra fue financiada por el gobierno nacional para los festejos por el Bicentenar­io de la Patria; además, hubo aporte de empresas privadas y personas.

El faro continúa funcionand­o y lo mejor de todo es que se puede ingresar. Además, Carral lo acondicion­ó de tal manera que es posible sentarse. Luego queda simplement­e disfrutar de una de las vistas más fabulosas de la Ciudad. Cuenta el arquitecto que se pueden ver hasta 60 cúpulas.

La del faro es una de las visitas que se pueden realizar (domingos, @carral.f en Instagram), pero no es la única. Los Thärigen organizan diversas visitas: Barolo de noche, el Barolo de día, temáticas, y tours privados (www.palaciobar­olotours.com.ar, todos los días excepto martes). Y Viajes en Compañía toma la posta de las visitas los martes, de 10 a 19.

Allí funcionan dos restaurant­es, La Panera Rosa en planta baja y Salón 1923, en el piso 16 (cerrado por reformas, pero con la idea de llegar al 7 de julio con la reinaugura­ción).

Y a través de la Fundación Los Amigos del Palacio Barolo (www.fapb.com.ar), creada por ambos hermanos, se realizan actividade­s culturales gratuitas para difundir la historia del edificio. En el marco del ciclo “Eventos del Centenario”, se organizan recitales en planta baja. La semana pasada, una multitud aplaudió al cantante de tangos Cristian Palacios y su cuarteto. ■

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Infografía: CRISTIÁN WERB I VANINA SANCHEZ I CLARIN
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G. RODRIGUEZ ADAMI Histórico. Fue inaugurado en 1923 y el Concejo Deliberant­e de entonces quiso demolerlo.

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