Hay cosas que no envejecen con el tiempo

Cuando sacó la foto nunca vio ese detalle. Recién ahora nota que en la penumbra de la imagen se proyecta una pelota. No sabe hasta qué punto fue su imaginación -o algún giro irónico de la inteligencia artificial- la que la puso ahí, para recordar esos recreos de guardapolvos blancos, llenos de emoción, corriendo detrás de una redonda, que podía ser de pantimedias (palabra vintage) o de papel.

Volver a ese lugar lo abruma. Son tantos los recuerdos a cada paso que su cabeza estalla. La escuela está llena de gente, porque hay una elección y ahí se vota, pero él zurca esas paredes llenas de padrones ensimismado. Vuelve a ser el chico de seis años que un día terminó arrojado en la división “C”; deja de lado al periodista que cumplió 40 hace días. Camina con una sonrisa dibujada. Todo es tan igual a pesar de las décadas, pero al mismo tiempo tan distinto que asusta. Es la nostalgia en tiempo presente. Cosas que no envejecen aunque pase el tiempo. Va a los baños que eran horribles y ahora no tanto, pasa por donde estaba el kiosco de la cooperadora, recorre los pasillos donde están las aulas de su quinto y séptimo grado. Y vuelve enseguida a ese salón de actos que fue su primera cancha de fútbol, inolvidable, de techos bajos que hoy casi llega a tocar con un salto y en aquellos años parecían inalcanzables. Se acuerda del día que bailó chamamé en ese escenario y cuando le tocó hacer de árbol en un 25 de Mayo. De cuando llevó la bandera, de los desayunos de mate cocido, del Falcón blanco del viejo Diaz que lo llevaba todos los días. Y agradece sacar esa foto, poder volver a su vieja escuela y sentir todo eso otra vez. Como el nene grande que es.