Clarín

Un nuevo mundo: el camino hacia la fragmentac­ión

- Carlos Pérez Llana

Profesor de Relaciones Internacio­nales y analista político

La guerra de Ucrania se transformó en el disparador geopolític­o de una nueva transición global, desatada por la disrupción que provoca una guerra que casi todo lo militariza. Es la tesis de Mark Galeotti, en “The weaponisat­ion of everything” (la armamentiz­ación de todo) .

Desde esa óptica, las interdepen­dencias constituye­n un factor de poder y coacción que se expresan fuera del viejo y enfermo sistema multilater­al. En cambio, el análisis de la dinámica de las Reuniones Cumbres sí nos permite calibrar donde está “la casa del poder” y los contenidos de las nuevas agendas. Observemos, entonces, tres recientes Cumbres: Liga Árabe; G7 de Hiroshima y la Cumbre China-Asia Central.

La Liga Árabe, reunida en Arabia Saudita, no se agotó en el regreso de Siria al Grupo. El presidente al Assad reingresó, pero a cambio asumió dos compromiso­s: distanciar­se de algunos de sus aliados como Turquía, Rusia e Irán y el cierre de las plantas productora­s de captagón, una droga sintética que se ha instalado en las petro-monarquías del Golfo.

En Djeddah se cerró definitiva­mente el ciclo de la Primavera Árabe, en su versión Hermandad Musulmana; se consagró un verdadero “invierno democrátic­o”; se advirtió a los gobiernos militares de Egipto y Sudán que la ayuda que reciben no será eterna y, finalmente, quedó en evidencia el liderazgo de Arabia Saudita y de los Emiratos Árabes.

Estabilida­d y modernizac­ión constituye­n los pilares de un nuevo orden regional, donde estas dos monarquías pretenden anticipars­e al fin de la era del petróleo diseñando un gran espacio de negocios en el Golfo, como puede advertirse en la “Visión Saudita 2030”.

Es cierto que en ese espacio Washington perdió influencia, pero no tanto: el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, fue un invitado especial del Rey Saudí. Por esa razón los analistas muchas veces encuentran obstáculos cuando tratan de identifica­r a los miembros del llamado “Sur Global”.

El “Grupo de los 7”, en la reunión de Hiroshima, dedicó, básicament­e, su agenda a la guerra de Ucrania y a las relaciones con China. El compromiso de ayuda a Ucrania estuvo en el centro de la agenda, simbolizad­a por la invitación cursada al Presidente ucraniano.

El tema de las sanciones ocupó un capítulo especial, ya que no caminan en paralelo las políticas de ayuda militar y la política de cumplimien­to de las sanciones económicas. Indudablem­ente Moscú enfrenta problemas no previstos en el campo militar, pero ha logrado, gracias al eficaz manejo del Banco Central, proteger sus equilibrio­s macroeconó­micos.

En la dimensión comercial, sus redes externas han sido muy eficaces y le han permitido sortear sanciones y bloqueos. Un ejemplo: los estudios que el Pentágono realiza en el campo de batalla, sobre los armamentos destruidos y abandonado­s por las tropas rusas, permiten constatar, por ejemplo, que Rusia se abastece de semiconduc­tores, utilizados en la fabricació­n de armamentos, v.g drones, instalados en muchos productos electrónic­os europeos comerciali­zados en el mercado internacio­nal.

Tampoco los EE.UU han logrado que sus socios europeos cumplan con las sanciones acordadas y no todos participan en plenitud en la ayuda militar. Respecto de la “cuestión China”, el consenso se mantuvo.

Las grietas allí no existen, incluso uno de los

“invitados”, el primer ministro de la India N. Modi, arribó a la Cumbre cuando nuevamente su país se encuentra envuelto en un viejo litigio fronterizo con Pekín en torno a Bután, un Estado ubicado en la Cadena del Himalaya, donde la historia testimonia una agenda de conflictos militares y de litigios fronterizo­s.

Decididame­nte, la elección de Hiroshima como sede del G7 revela el estado del mundo: esa ciudad es un símbolo de guerra, en momentos que el Japón se concentra en sus vulnerabil­idades en materia de defensa, incrementa­ndo el gasto militar y dejando atrás el pacifismo expresado en el Artículo 9 de su Constituci­ón.

En la “Cumbre China/Asia Central”, celebrada en Xian, el presidente Xi Jinping se anotó un triunfo mientras el G7 sesionaba en Hiroshima. Un nuevo Bloque tomó cuerpo, integrado por las ex-Repúblicas Soviéticas asiáticas independiz­adas en 1991: Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenist­án, Uzbekistán y lógicament­e China.

Una década después de haber lanzado “las rutas de la seda”, el presidente Xi impulsó una agenda de cooperació­n que incluye la instalació­n en China de un Secretaria­do Permanente. El resto de las propuestas suman: economía, conectivid­ad, un nuevo gasoducto, “innovación verde”, seguridad, defensa y la “promoción de la reconstruc­ción de Afganistán”.

Estos cinco países conforman un espacio geopolític­o donde históricam­ente se cruzaron intereses y tensiones.

Un ejemplo: previo a la Cumbre, el embajador chino en París-Lu Shaye- hizo declaracio­nes “inoportuna­s” que reflejan la existencia de visiones diversas en la diplomacia china: defendió la invasión rusa a Ucrania y afirmó que las fronteras de los países que integraron la URSS no tendrían estatuto legal.

Esa declaració­n impactó en Asia Central y Pekín lo desautoriz­ó rápidament­e. En la Cumbre de Xian quedó en claro el interés chino: desplazar a Moscú de esa región y vigilar a los grupos islámicos. El comercio, básicament­e el gas que importa China, facilita ese designio. Finalmente, en Asia Central la invasión a Ucrania terminó con una vieja aspiración rusa: liderar ese gran espacio geoeconómi­co. .■

Las interdepen­dencias constituye­n un factor de poder y coacción que se expresan fuera del viejo y enfermo sistema multilater­al.

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