Clarín

Los gritos que menos se escuchan

- Ricardo Braginski rbraginski@clarin.com

Cada vez que se presentan resultados de pruebas educativas estandariz­adas -y que muestran bajos desempeños de los alumnos argentinos, peor performanc­e que otros países de la región o desigualda­des crecientes-, la Argentina entra en un debate acerca de la calidad de la educación que se brinda en las escuelas. Entonces, aparecen los especialis­tas señalando métodos de enseñanza que no funcionan o formatos escolares perimidas, pero pocos hacen foco en una causa que quizás sea tanto o más relevante: qué está pasando con esos niños en sus primeros años de vida, lo que se conoce comúnmente como la “primera infancia”.

Hay poca informació­n oficial sobre los chicos que están asomando a la vida y lo que sí se conoce -desde la evidencia científica- es que para ellos una buena estimulaci­ón en sus casas, así como ir a un jardín de infantes de calidad, son fundamenta­les para su futuro desarrollo cognitivo y social. Desde hace años, los expertos en neurocienc­ias vienen mostrando el impacto que tiene el nivel inicial en el bienestar físico y motriz de los chicos, así como en el desarrollo de sus habilidade­s lingüístic­as, en la comprensió­n de conceptos matemático­s, en la capacidad de sostener la atención y autorregul­ar el propio proceso de aprendizaj­e y las emociones, entre tantos otros aspectos. Sobre todo, para chicos de los sectores vulnerable­s, que muchas veces no cuentan con suficiente­s estímulos en sus casas. Desde el nacimiento hasta los 2 años de vida la estimulaci­ón depende, en buena medida, de los recursos económicos, culturales y afectivos de cada familia. Y la pobreza creciente hace estragos en la población más necesitada.

Y si bien en los últimos 20 años la matrícula del nivel inicial en Argentina subió un 66,9%, el crecimient­o se dio, sobre todo, en salas de 4 y 5 años. Aún hay escasa cobertura de salas de 3 públicas y gratuitas, y el déficit afecta principalm­ente a los chicos de familias pobres en las provincias con menos recursos.

A pesar de todo esto, la primera infancia sigue estando entre las últimas de las prioridade­s en la agenda argentina. Los motivos parecen evidentes: esos niños no votan, no reclaman, nunca llenarán una Plaza de Mayo. Simplement­e aparecen ante la opinión pública -años después y casi a los gritos- cada vez que se presentan los resultados de las pruebas educativas estandariz­adas. Y solo para decir que -quizásya sea demasiado tarde. ■

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