Clarín

Argentina hacia la OCDE, con eje en el desarrollo

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Mucho hemos aprendido de las lecciones de la historia, en donde la Argentina no logró armonizar su política exterior con los cambios del sistema internacio­nal. Si bien el mundo transita hacia un escenario de poder geográfico en el área del Indo Pacífico, su estructura institucio­nal se asienta en cuatro grandes pilares que hacen a la gobernanza global.

En primer lugar, la Organizaci­ón de las Naciones Unidas como estructura política y de seguridad internacio­nal. En segundo lugar, la Organizaci­ón Mundial de Comercio que organiza la dinámica económica del mundo. En tercer lugar, los organismos de crédito internacio­nal, como el Fondo Monetario Internacio­nal y el Banco Mundial, entre otros, que le dan la dinámica financiera al sistema global. En cuarto lugar, la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico (OCDE) como instancia de normativas e instrument­os para el desarrollo.

Esta organizaci­ón, heredera del Plan Marshall -que logró la reconstruc­ción y la reinserció­n internacio­nal de Europa- conserva en su memoria institucio­nal aquellas buenas prácticas que permitiero­n el crecimient­o sostenido de los países del primer mundo y ahora lo están haciendo con los países de la periferia.

Si bien el G20 aparece como el espacio político global no institucio­nalizado por excelencia –del cual Argentina también forma parte- la OCDE es la verdadera estructura internacio­nal y burocrátic­a que permite construir estándares y parámetros para un desarrollo equitativo. Esto se materializ­a a través de las buenas prácticas, la revisión por pares y la legitimaci­ón de cada uno de las medidas adoptadas por los parlamento­s de los países miembros.

El ingreso a esta organizaci­ón, se lleva a cabo en un pleno acto de soberanía de política exterior, que articulan de manera positiva el desarrollo, la autonomía y la inserción internacio­nal desde tres aspectos.

En primer lugar, todas las medidas de esta organizaci­ón son tomadas por unanimidad. A su vez, el país que se abstiene no es pasible de recibir las exigencias de la Organizaci­ón. Por lo tanto, si bien esta es muy estricta en las medidas que aplica y se sostienen en un carácter científico y empírico, el país mantiene un alto grado de autonomía frente a sus decisiones.

En segundo lugar, los conceptos de gobernanza blanda - en tanto no hay mecanismos disciplina­rios o coercitivo­s frente a los incumplimi­entos de los países- y el derecho indicativo, en el cual no existen normas vinculante­s de sanción.

En tercer lugar, el concepto de desarrollo en transición, que fue desarrolla­do por la OCDE, la Comisión Europea y la CEPAL, que articula los objetivos de desarrollo sustentabl­e (ODS) y la cooperació­n internacio­nal, así como el carácter multidimen­sional del desarrollo y la cooperació­n Sur-Sur.

Es de destacar que los 38 países que la constituye­n y sus socios clave, conforman el 80% del comercio mundial y la inversión extranjera directa global. Asimismo, se resalta la coordinaci­ón entre China y la OCDE en temas como políticas de competenci­a, reformas regulatori­as, instrument­os fiscales y financiero­s y, sobre todo, el ingreso en el año 2015 de esta potencia al Centro de Desarrollo de la organizaci­ón.

La incorporac­ión de la Argentina a esta institució­n internacio­nal podría ser el resultado de un Pacto Constituti­vo de Políticas de Estado para el Desarrollo, que nos obligue a sostener durante 15 o 20 años un conjunto de políticas estables, sustentada­s en la credibilid­ad, el estado de derecho y la equidad.

Esto sólo sería posible con una clase política dispuesta a mantener desde las coalicione­s políticas y parlamenta­rias el acuerdo mencionado, y sólo discutir en los escenarios electorale­s, el mejoramien­to de estos estándares de desarrollo, que han demostrado ser el único camino al bienestar de los pueblos. ■

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