Luces y sombras de un pintor fundamental en la historia del arte
La obra del italiano Mauro Bigonzetti sobre el artista barroco tuvo una lucida actuación de la rusa Maria Khoreva.
Especial para Clarín
El Ballet del Colón, que dirige Mario Galizzi, llevó a escena el domingo una obra de velada completa que es también un estreno absoluto para la compañía: Caravaggio, del coreógrafo italiano Mauro Bigonzetti.
De Bigonzetti conocimos el año pasado Cantata, montada con el Ballet Contemporáneo del San Martín, que tenía un carácter muy festivo y celebratorio y se inspiraba en músicas y rituales, plenos de vida, provenientes del sur de Italia.
Nada más ajeno a Caravaggio, basada en Michelangelo Caravaggio, una figura fundamental en la historia de la pintura occidental, que nació en Milán en 1571 y murió en Porto Ercole, en la región de Toscana, en 1610. El verdadero nombre de Caravaggio era Michelangelo Merisi y el apodo provenía de un pueblo de la Lombardía, la región del norte de Italia de la que era originaria su familia.
Su vida fue relativamente breve, estuvo atravesada por acontecimientos dramáticos y concluyó de una manera extraña, sobre la que pesan distintas suposiciones.
La vida del pintor y sus enigmas
Para hablar del ballet de Bigonzetti es preciso en primera instancia referirse a esa vida, de la que en realidad persisten muchos más enigmas que sólo los de su muerte. “Su pintura y él como persona entraron en mí como un amor a primera vista. Caravaggio fue alguien separado de la tierra; tenía una fuerte conexión con las cosas más elevadas”, explicó el coreógrafo a Clarín.
Caravaggio fue un pintor extraordinario que llevó la técnica del claroscuro a un nivel sin precedentes;
una buena parte de su obra está vinculada a escenas y personajes religiosos y fue protegido por gente de la iglesia, fundamentalmente por el poderoso cardenal y diplomático Francesco Maria del Monte (1549-1627).
Sus cuadros comenzaron a ser adquiridos por banqueros, financistas y aristócratas y su fama creció muy rápidamente. Pero por otro lado tenía la reputación de ser un hombre pendenciero y violento, que frecuentaba los ambientes más marginales de la ciudad de Roma.
En 1606 se vio obligado a exiliarse por un presunto episodio criminal y murió cuatro años más tarde, después de haber cambiado varias veces de residencia.
El ballet de Bigonzetti
Mauro Bigonzetti inició su proyecto de crear una obra inspirada en Caravaggio sabiendo que no quería contar su recorrido vital ni representar sus cuadros. Recurrió entonces a figuras simbólicas: en distintas relaciones con el pintor aparecen La Luz, La Sombra, La Belleza y dos figuras masculinas identificadas como Solista 1 (posiblemente un amante de Caravaggio) y Solista 2 , cuyo rol es más bien enigmático.
Por otro lado hay dos amigos del pintor, que juegan roles bufonescos, y una quiromántica que se une a ellos.
Finalmente está el cuerpo de baile, quizás intentando mostrar el mundo en el que se movía Caravaggio, poblado por espadachines,
La obra alcanza sus estados más plenos en los dúos y tríos del primer y segundo acto.
músicos y prostitutas; pero estas escenas colectivas están armadas con diseños muy exactos, muy prolijos, y así la idea de la fiesta y los excesos –si de eso se trata- se desvanece.
Un cuerpo de baile para destacar
El coreógrafo se ocupó detenidamente de la elaboración de los dúos y tríos que ocupan parte del primer acto y todo el segundo; y es en estos momentos cuando la obra alcanza sus estados más plenos.
Es cierto que Bigonzetti no da un lugar metafórico, salvo en algunos breves pasajes, a esa oscuridad y esas tinieblas que rodearon la vida del pintor. Y es quizás por ese motivo que la manera de representar a Caravaggio tiene menos fuerza que la de los personajes simbólicos.
Roberto Bolle, un bailarín italiano con una extensa e importante carrera internacional, pareció estar tanteando las posibilidades de su personaje Caravaggio en la primera parte, pero luego se afirmó en la segunda.
La rusa Maria Khoreva, primera figura del Ballet Kirov de San Petersburgo, fue sublime de principio a fin como La Luz: delicadísima, con una técnica sutil, bailó como si respirara cada pasaje de la coreografía.
Pero también las bailarinas de la compañía del Colón interpretaron magníficamente sus roles: Ayelén Sánchez, la Sombra, y Camila Bocca, la Belleza. Todas sus escenas fueron hermosas y muy comprometidamente bailadas. Excelentes también Nahuel Prozzi (Solista 1, en un dúo muy difícil con Bolle), y Jiva Velázquez como el Solista2.
También es preciso destacar a Emanuel Abruzzo y Emiliano Falcone, estupendos como los bufonescos amigos de Caravaggio, y a Lola Mugica, como la vivaz quiromántica.
Y si bien el cuerpo de baile tuvo un rol más indeterminado, no por eso dejó de entregar su cuerpo y su alma a lo que hizo.
Bien por el Ballet del Colón, bien por esta compañía. ■