Clarín

¿De Derechos Humanos no se habla?

Mal paso. El elogio del líder brasileño a “la democracia” venezolana parece un grave retroceso y deja a sus rivales de la criticada derecha los valores morales de la denuncia de los abusos en esos regímenes.

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com

Meses antes de ganar las elecciones brasileñas en octubre pasado, en una extensa entrevista a la revista liberal The Economist, Luiz Inácio Lula da Silva postuló que considerab­a dictadores a los líderes de Venezuela o Nicaragua, definición que extendió a cualquier dirigente que se perpetuara en el poder. “La democracia es alternanci­a, si no se la respeta lo que queda es dictadura”, sostuvo. Poco después, en enero último, el canciller del flamante gobierno del PT, Mauro Vieira, en su primer reportaje internacio­nal tras ser designado, remarcó a Clarín y a este cronista la defensa de ese criterio que constituir­ía la guía institucio­nal del nuevo gobierno.

Pero hace pocas horas, Lula, anfitrión de la cumbre de presidente­s sudamerica­nos, recibió en Brasilia con alborozo al líder venezolano Nicolás Maduro, abulonado con fraudes al poder las últimas dos décadas y defendió como “democrátic­o” a ese modelo totalitari­o y represivo. Aún más grave, consideró como puras “narrativas” las acusacione­s de dictadura contra un régimen que mantiene presos políticos a quienes tortura en prisiones del estilo de la ESMA como el Helicoide y censura cualquier alternativ­a de prensa independie­nte. La consigna, parece ser, de derechos humanos no se habla.

Es válido que Brasil, cuya importanci­a regional obliga a una amplitud de criterios, reanude relaciones con Venezuela, entre otros países que padecen dictaduras. El criterio del aislamient­o, como testimonia el caso cubano, no sirve para modificar estos sistemas, más bien los consolida. La apertura hacia Venezuela, por lo demás, estuvo en la agenda que Lula da Silva discutió con su colega Joe Biden en Washington en la visita realizada poco después de asumir.

Pero la cercanía no debería confundirs­e con complicida­d. En el caso norteameri­cano esa demanda se basa en una cuestión utilitaria por el interés de ser parte de la apertura petrolera y minera que Maduro puso en marcha en Venezuela desde 2019 encabezada por el ahora destituido y posiblemen­te detenido, ex ministro Tarek El-Aissami. Ese movimiento interesa a Washington debido a las consecuenc­ias energética­s de la guerra en Ucrania pero preocupa al mismo tiempo porque moviliza a los competidor­es europeos, chinos y rusos. De modo que el aislamient­o devino en una dificultad. Aquel giro pro mercado, recordemos, vino acompañado de un ajuste que dolarizó el país, pero no resolvió la pobreza que encierra a la mayoría de los venezolano­s.

Hoy, el discípulo de Hugo Chávez es tratado de derechista o liberal por los sectores que se autopercib­en de izquierda del experiment­o bolivarian­o. Al revés que antes, los supermerca­dos están con sus góndolas llenas, pero se necesitan dólares o su equivalent­e para acceder a ellos. Por eso hay siete millones de venezolano­s rodando por las Américas en una de las mayores migracione­s de la historia de la región y del mundo.

Ese panorama es un problema adicional para el discurso elogioso de la “democracia venezolana” por parte de Lula. Lo dirige a un hombre que ha transforma­do su tiranía adornada de relatos libertario­s en una dictadura clásica de la que se aprovecha un pequeño grupo de millonario­s socios del régimen.

Este Lula irritado y provocador no es el mismo de espíritu práctico que en sus pasados gobiernos invitó a su residencia al entonces presidente de EE.UU. George W. Bush para diferencia­rse del ruidoso repudio que le hicieron al líder norteameri­cano en Mar del Plata, Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Diego Maradona. Épocas del ALCA, el controvert­ido plan estadounid­ense de apertura al libre comercio que el establishm­ent brasileño clausuró debido al enorme y absurdo desequilib­rio hacia el norte que tenía esa propuesta.

El líder del PT, quien ya derrapó gravemente al intentar mediar en la guerra de Ucrania ladeándose voluntaria o involuntar­iamente hacia la vereda de Rusia, corre estos riesgos, al parecer, para conformar a un sector interno que busca mantener calmado. El ala de izquierda del PT, que es solo una fracción del gabinete pero mayoritari­a en el Planalto, sede del Ejecutivo, brama contra el modelo de prolijidad fiscal que lleva adelante el ministro de Hacienda Fernando Haddad, hermanado con la titular de Planificac­ión, la ex senadora derechista Simone Tebet, cuyo funcionari­ado incluye a ex burócratas de Paulo Guedes, el ex jefe del área económica de Jair Bolsonaro.

La presidente del partido, Gleisi Hoffmann, factótum de ese sector rebelde, que ha estado casi en silencio desde la asunción de Lula, reapareció en estas horas para repetir los elogios del mandatario a Maduro y a su régimen carcelario.

El problema de estas construcci­ones proferidas por una dirigencia que se dice socialista es que acaban encerrados en una grave paradoja. Abandonan en manos de la derecha, que repudian, los valores y banderas morales de la denuncia de los abusos en Venezuela, Nicaragua y Cuba o del sangriento horror que el autócrata ruso ha producido en Ucrania.w

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AFP De la mano. La foto de los líderes presentes, con Maduro, Lula y el argentino Fernández, entre otros.

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