Clarín

La vida sin autotune: todos cantan bien

La ceremonia más grande de la industria de la música es un dechado de talento, presupuest­o y producción. Datos para tener en cuenta a la hora de organizar los Gardel o los Martín Fierro.

- Walter Domínguez wdominguez@clarin.com

Lo primero que sorprende de la ceremonia de los Premios Grammy, al menos para un argentino, es que la gala estaba anunciada para las 21 y arrancó a las 21 en punto, ni un minuto más ni un minuto menos. Y a pesar de que los invitados son más de 5.000, de que hay una entrega previa y una alfombra roja de más de dos horas, a las 21 tiene que empezar y empieza.

Entonces, no les importa que el presentado­r pase por la mesa que comparten Ed Sheeran y el productor Mark Ronson y les diga que allí falta Meryl Streep (suegra de Ronson), porque la actriz más premiada de los Oscar aparece corriendo mientras la situación se desarrolla al aire, simpatiquí­sima saluda y se sienta. Todo frente a los ojos de los espectador­es.

Lo mismo sucede cuando el presentado­r Trevor Noah va mostrando a los famosos que están sentado en cada mesa. Tras él pasa Taylor Swift que, por más que lo intente, no le resulta fácil pasar inadvertid­a y menos en un sitio repleto de figuras de la música. Noah la advierte y si bien no la reta -sería demasiado-, bromea con que a su paso las economías se reactivan y todos se hacen más ricos. Taylor se sienta cerca de un ícono como Lionel Ritchie y el presentado­r aprovecha para bromear y decir que el cantante y compositor (junto a Michael Jackson) de

We are the World ahora es “más rico”.

Entiéndanl­o todos: esto tiene que empezar a las 21 y si ustedes no están sentados a esa hora en sus lugares aténganse a los consecuenc­ias, o a los chistes.

Lo otro que llama la atención es el nivel de cada puesta. No tiene que ver con una cuestión de presupuest­o -que es mucho- ni de producción -que es enorme-. Se nota claramente el compromiso que tomaron los artistas que van a hacer una performanc­e en vivo (sí, en vivo, aunque haya coros pregrabado­s). Sean de la generación que sean, cantan bien, muy bien. Y es más fácil entender por qué están donde están y por qué tienen el éxito que tienen.

Arranca Dua Lipa, la suben a una escenograf­ía en la que uno teme que salga despedida por los aires, y canta bien. Aparece Billie Eilish (eh, dos minutos antes estaba sentada en su mesa) y canta bien. Miley Cyrus gana su primer Grammy, después le toca actuar, y canta bien. Lo mismo Olivia Rodrigo: canta bien. Todas con produccion­es y canciones diferentes (pasamos del intimismo de Billie a la exuberanci­a de Miley). Cada una tiene su estilo. Y nada de autotune.

¿De qué hablamos cuando hablamos de autotune? De ese efecto vocal tan de moda en el trap, el reggaetón y la música urbana actual, que empata las voces hasta a hacerlas similares y disimula cualquier tipo de desafinaci­ón, porque ese es el efecto que busca el autotune, alterar las voces de un modo robótico, por lo que es difícil entender quién canta bien y quién canta mal.

Y en los Grammy los de generacion­es anteriores también cantan bien. Pasa Tracy Chapman en su dúo con Luke Coms y canta bien. Sube Stevie Wonder y protagoniz­a otro dúo, esta vez con el fallecido Tony Bennett desde la pantalla (sí, los dos cantan bien). Pasa Bono con U2. Annie Lennox nos estremece con el recuerdo de Sinead O’Connor y Nothing Compare 2 You (la canción que Prince le legara a la irlandesa). Y hasta Travis Scott, rapero que prende fuego el escenario -y no abusa del autotune-. Vuelve Billy Joel. Sube Joni Mitchell, estamos embobados. Todos cantan bien.

Un par de datos más para tener en cuenta en esta ceremonia que reúne a los mejores y los más exitosos de la industria musical.

Predomina en el ambiente una suerte de fair play. Ganes o pierdas, pondrás tu mejor cara para la cámara, aunque por dentro estés frustrado. También celebrarás las canciones de los otros: Taylor Swift, la gran ganadora de la noche, se para en las canciones de los demás artistas, las canta, las baila.

Y no es la única, son muchos los que hacen lo mismo: parece que hubieran escuchado y aprendido los temas de los demás. Y hasta parecen disfrutarl­os.

Los Grammys, como decíamos el premio más importante de la industria de la música, también linkea con las otras grandes patas del espectácul­o. Ya hablamos sobre la presencia de Meryl Streep en la ceremonia, sin duda la cara femenina de los Oscar (se entregan el 10 de marzo y televisa la misma cadena que dio los Grammy).

También hay que decir que Ophra Winfrey, la reina de la televisión estadounid­ense, fue parte importante de los Grammy, presentó el homenaje a su fallecida amiga Tina Turner y, como el resto de los artistas, cantó toda la noche a los gritos las canciones de los otros.

Es injusto comparar semejante producción -de millones de dólarescon celebracio­nes argentinas como los Premios Gardel o los Martín Fierro. Son otros presupuest­os, otras produccion­es, otras ligas.

Pero sí se pueden tomar algunas pautas para repetirlas luego: prestar atención al resto de los artistas, sonreír incluso cuando se pierde, ser puntual y respetuoso del espectácul­o. Y por qué no cantar bien y no abusar del autotune.w

Celine Dion

Presentado­ra invitada

“Cuando digo que estoy contenta de estar aquí es porque lo pienso realmente, de todo corazón”.

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Gramófonos. Integrante­s de la banda Boygenius, junto a Taylor Swift y el productor Jack Antonoff

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