Un demócrata de derecha que supo dialogar y buscar mayorías
Empresario y ejecutivo, se opuso a Pinochet y desafió a su sector. Fue el líder conservador más importante de Chile en el último medio siglo.
“Fue un demócrata desde la primera hora”. Así despidió en cadena nacional, con palabras sentidas y profundas, el presidente Gabriel Boric a su antecesor Sebastián Piñera, quien nació en Santiago en 1949 y falleció ayer en un trágico accidente en el Lago Ranco.
Piñera fue además un senador y un empresario que vivió la vida intensamente. Sus cercanos describen que, detrás de la imagen ejecutiva, a veces desconectada de emociones y acelerada del ex mandatario, vivía un hombre alegre, que no conocía el rencor y se preocupaba personalmente de su entorno más directo.
La historia dirá que Piñera fue, por amplia ventaja, el político de derecha más importante en los últimos cincuenta años en Chile, si no más. Un hombre que entendió la más básica de las leyes de la política: el poder requiere mayorías para gobernar.
En 1980, en el apogeo de las protestas contra el dictador Augusto Pinochet y su propuesta de Constitución, un joven Piñera era uno más de los miles que se juntaron en el Teatro Caupolicán para escuchar al ex Presidente Frei Montalva. Para muchos puede haber parecido obvio, porque su familia era demócrata cristiana, pero intrínsecamente Piñera sabía que su visión económica y de integración social tenía mucho más en común con los sectores que apoyaban a Pinochet que con aquellos que se le oponían.
En 1988 redobló la apuesta. Marcó el voto por el “No” a Pinochet y participó de la campaña contra el régimen. Y al año siguiente, ya en democracia, asumió la jefatura electoral del candidato de derecha, donde realmente estaban sus afectos. Fue electo senador por Santiago, pero en los pasillos muchos desconfiaron de él por años. “Es un demócrata cristiano”, “no es realmente de derecha”, decían miembros de la Unión Demócrata Independiente, un partido con el que siempre tuvo más tensiones y representaba a los sectores más conservadores de la derecha chilena.
Esa disputa con la UDI tuvo su estocada final a mediados del año 2005, cuando decidió aceptar la candidatura a Presidente de la República y competirle al líder indiscutido hasta ese entonces del sector, Joaquín Lavín. Piñera ganó en primera vuelta y luego perdió con Michelle Bachelet.
En 2009 la vida le trajo su ansiada revancha. Con apoyos que trascendieron la frontera histórica de la derecha, gracias al perfil convocante y dialogante que se encargó de cultivar, la derecha al fin construyó la mayoría necesaria para llegar al poder. Y en ese instante, aparecieron los atributos que ya lo tenían como un exitosísimo empresario, pero que aún no había puesto a prueba en la política: las decisiones rápidas, temerarias y la competitividad.
Dicen que era obtuso, pero era otra cosa: su porfía es el reverso de su éxito. Le decían que no, iba y lo hacía. Por eso ganó tanto y, cuando falló, falló de modo rotundo.
Ganó cuando rescató a los mineros en Atacama frente a todos los consejos de sus asesores que le pedían no arriesgar capital político en una búsqueda con pocas chances de éxito. Ganó cuando muchos le dijeron que su plan de reconstruir Chile tras el terremoto de 2010 era impracticable. Por la primera recorrió el mundo mostrando el papel de su éxito; con la segunda, su plan de reconstrucción ha llegado a ser estudiado en las más prestigiosas universidades del mundo.
Ganó también cuando le ocultó el discurso a uno de sus asesores más cercanos, el conservador Cristián Larroulet, y decidió incluir como primer anuncio de su cuenta pública el matrimonio igualitario. Tres de las más importantes leyes sobre diversidades sexogenéricas en Chile llevan su firma por su vocación de mayoría y necesidad de ampliar los horizontes del conservadurismo de su sector.
Ganó cuando se transformó en líder indiscutido a nivel internacional en índices de vacunas y protección contra el Covid porque, apenas supo del virus, salió a negociar con laboratorios para quedar primero en la fila.
Y ganó cuando, seguro de que no había violado los derechos humanos como le acusaban, convocó él mismo a organismos internacionales para someterse a su escrutinio. Vino la ONU y Human Rights Watch, ninguno acreditó
Su imagen estaba volviendo al nivel de sus mejores años
violaciones sistemáticas a los derechos humanos atribuibles a él o su mando directo. Estos informes fueron la base de la defensa para que la fiscalía de la Corte Penal Internacional desestimara iniciar cualquier acción contra él.
Pero también perdió. Perdió cuando, entre el humo de las barricadas y el caos en Santiago, dijo que el país está en guerra contra un enemigo poderoso. No dijo cuál era y parte significativa de la población se sintió atacada. Un divorcio del que nunca se sanó y que sólo en el último año, en una suerte de reivindicación a su legado, parece haber comenzado a repararse. En los últimos sondeos, la imagen positiva del fallecido mandatario volvía a los niveles que lo llevaron dos veces al Palacio de La Moneda.
En el acto por los 50 años del golpe, el propio Boric, que en la campaña lo perseguiría por denuncias de violaciones de derechos humanos en el estallido, le hizo un gesto reconociendo que era “un demócrata”, las mismas palabras que usó ayer para despedirlo.
Sebastián Piñera vivió con intensidad y tomó decisiones con riesgo. Ayer, dicen las declaraciones de testigos, cuando comenzó a perder el control del helicóptero, logró estabilizar la nave y pedirles a sus seres queridos que saltaran. Luego de eso se precipitó al lago. Se va fiel a cómo vivió. ■