Clarín

Son médicos y tuvieron la misma enfermedad que suelen atender

Tres historias de profesiona­les. ¿Tener demasiada informació­n sobre la propia enfermedad juega a favor o en contra? Las experienci­as de cada uno.

- Lmoscato@clarin.com

Cada paciente es único. Hay quienes quieren saberlo todo, hay quienes subestiman los riesgos y hay quienes los maximizan a tal punto de no poder pensar en otra cosa.

¿Cómo será saber exactament­e de qué se trata la enfermedad que uno padece? ¿En qué medida es algo positivo? ¿Qué pasa si se discrepa con las indicacion­es del médico tratante? ¿Cómo es ser médico y paciente al mismo tiempo?

Aquí, tres historias que dan cuenta de cómo se vive estar de ambos lados del escritorio de un consultori­o.

El cardiólogo que se infartó

El día que le tocó a él, Ricardo Iglesias se dio cuenta enseguida: reconoció al instante los síntomas del infarto que estaba padeciendo.

Corría 2007 y aún no había sido presidente de la Sociedad Argentina de Cardiologí­a (SAC), pero como cardiólogo había escuchado de la boca de sus pacientes ese tipo de relatos durante años. Por eso, llamó al sanatorio Mitre, cuyo equipo dirigía, y cuando llegó estaban todos a su disposició­n.

Sin embargo, no pudo “zafar” de la deformació­n profesiona­l que muchos médicos tienen: quiso dirigir el propio procedimie­nto hasta que escuchó que alguien decía “duérmanlo”.

Sus últimos años no habían sido sencillos: venía de tomar cada vez más trabajos para llegar a fin de mes, en un contexto que él asocia con los conflictos propios a nivel económico y social posteriore­s a la crisis de 2001-2002.

“Las crisis económicas y sociales generan muchas enfermedad­es, muchos infartos, muchas muertes súbitas. Yo estaba casado con dos hijos, tenía mucha presión, y me pasó la de las generales de la ley: trabajás más, no hacés actividad física por problemas de tiempos, descansás mal, comés mal, dentro de un contexto social-económico de presión”, recuerda el cardiólogo, de 68 años.

El disparador importa, pero no sin relacionar­lo con este contexto: el infarto llegó en una semana en la que tenía un viaje internacio­nal para asistir a un congreso, para el que preparaba dos charlas, y tenía que comprar y vender un auto.

“Esa mañana me había hecho una ergometría, porque sabía que estaba muy pasado, y me había dado normal. Pero cuando voy a dejar el auto porque a los pocos días me daban el nuevo, me peleo con el vendedor porque decía que el auto tenía una marca que según él no estaba, discutimos, la pelea escaló verbalment­e, porque yo creía que me quería sacar unos mangos”, rememora.

Y continúa: “al darme vuelta empiezo a sentir dolor de pecho, empecé a transpirar y tenía que caminar de una punta a la otra para poder firmar ante escribano la titularida­d del auto nuevo. Le dije a mi amigo “me estoy infartando”. Pero no me podía ir porque pensaba que si me moría ese auto quedaba entre la venta y la compra”.

Finalmente, luego de culminar la operación, llegó al sanatorio. “Al médico le cuesta ser paciente: somos querellant­es, negadores”, reconoce, y agrega que a partir de allí, tanto a nivel individual como en la consulta con sus pacientes, comenzó a darle mucha importanci­a al plano de las emociones.

“Cuando uno ve que durante un mundial los alemanes cada vez que jugaban se infartaban 7-10 veces más, y cuando uno ve que cuando caen las Torres Gemelas hubo 11 veces más infartos en Nueva York, y en el terremoto en Los Angeles hubo 11 veces más infartos; son cuestiones que se puede apreciar porque se trata de grandes desastres, pero a nivel individual, lo que hay que hacer es indagar, y cuando a uno la gente a uno le dice ‘estás muy loco’, hay que escuchar, hacer consultas, porque si no se puede terminar con un accidente vascular coronario”, reflexiona.

El oncóloque que sufrió dos tipos de cáncer

Rubén Kowalyszyn es oncólogo clínico, se dedica hace más de 20 años a la clínica y la investigac­ión, y en dos ocasiones le tocó recibir un diagnóstic­o de cáncer.

La primera fue cuando tenía 39 años, edad en la que no se indica realizar una colonoscop­ia. Sin embargo, a él le llamó la atención un síntoma que no es conocido para el resto de las personas: un poco de mucosidad en la materia fecal.

“Me autodiagno­stiqué cáncer de recto. Me hice una colonoscop­ía y tenía un tumor que recién estaba empezando, tuve que hacer radio y quimiotera­pia, después una cirugía y después quimiotera­pia”, relata el profesiona­l, que es director médico de Clínica Viedma, del Instituto Multidisci­plinario de Oncología, además de jefe de unidad de

Oncología Clínica del hospital Regional de Viedma.

Respecto a su segundo diagnóstic­o, cuenta que se trató de un hallazgo clínico, ya que no hay método de screening para el cáncer de riñón. “En 2019, apareció como consecuenc­ia de unos controles, me hice una tomografía, me encontraro­n un tumor en el riñón, y me sacaron un pedazo”, recuerda.

¿Qué particular­idades tuvo en su caso, ser un médico oncólogo que se dedica a atender estos casos? “Tiene cosas a favor y en contra, a favor es que uno sabe lo que debe hacer, no manejé mi propia enfermedad sino que me atendí con un amigo oncólogo, aunque obviamente opinaba, como un paciente informado”, reconoce.

Y continúa: “Además, tuvimos algunas discusione­s, porque el tratamient­o de cáncer de recto cambió mucho en los últimos años, y en 2009, cuando yo me enfermé, estábamos en un proceso de cambio, pero había mucho menos evidencia de la que hay hoy”.

“Un grupo me decía que me operara, y otro grupo me decía que no. Terminé tomando la decisión junto a mi oncólogo y en contra del cirujano que me operó, que decía que no había que operar. El cirujano tenía razón, muchos años después se comprobó que a los pacientes como yo, 6, 7, 8 años después ya no se los operaba”, cuenta.

En cambio, cuando se le detectó el tumor en el riñón, pudo “gozar” de los beneficios de que no le extirpen el órgano, como se solía hacer, sino solo una parte, ya que en 2019 ya estaba definido que podía practicars­e una cirugía parcial.

A la hora de analizar si es o no beneficios­o compartir su experienci­a con los pacientes, duda: “Muchos saben lo que tuve y a algunos se los cuento yo, tengo un paciente con cáncer de recto y tiene algunas de las dificultad­es funcionale­s que yo tengo", relata.

Y continúa: "Cuando me las plantea, y le digo ‘mire esto lo tenemos todos’, yo le puedo contar desde la experienci­a, que hay cosas que hay que bancársela­s, entonces si uno antes quería ir al baño una sola vez por día, y ahora va 4, un día no, un día 3 y otro 10, es incómodo, pero bueno, es lo que hay. Estamos vivos”, pondera.

La nutricioni­sta con diabetes que se especializ­ó

En el caso de Sonia Hermida el proceso fue inverso: no se enfermó luego de ejercer sino que, cuando tuvo que elegir la orientació­n en Medicina, no lo dudó: quería convertirs­e en nutricioni­sta y especializ­arse en diabetes.

El diagnóstic­o de Diabetes tipo 1 la sorprendió a los 16 años. Si bien desde chica supo que quería ser médica, la elección de la especialid­ad estuvo signada por su trayectori­a personal: “Sentía que podía devolverle­s a los pacientes muchas cosas a partir de mi propia experienci­a”, cuenta esta médica de 61 años, cuyo tiempo divide entre la atención a pacientes y la investigac­ión para el desarrollo de drogas para la diabetes.

“Siempre les digo a mis pacientes que al principio todos sentimos un enorme rechazo de tener una enfermedad. Yo siempre sentí que mi enfermedad me ayudaba a entender y ser más empático con el otro”, cuenta.

“Tengo mucho interés por los pacientes que son diabéticos tipo 1, y tengo un grupo de pacientes que me siguen, y eso me libera endorfinas, me hace sentir muy bien, que se ocupen de su enfermedad, porque de eso se trata esta afección, que es crónica”, afirma.

“En las enfermedad­es crónicas añade-, importa mucho la estructura y la organizaci­ón, porque no podés vivir pensando en una patología pero sí ser ordenado: controlars­e la glucemia, administra­rse la insulina, cómo vas a programar, cómo va a ser tu vida para, en función de eso, acomodar entre la relación entre comidas y la insuliniza­ción, tratar de ser organizado­s, cosa que no es fácil”, reconoce.

Y por último, asegura: “Cuando uno tiene un problema, si no entiende qué le pasa, tiene dos problemas”.w

Ricardo Iglesias

Cardiólogo

“Me pasó la de las generales de la ley: trabajás más, no hacés actividad física, comés y descansás mal...” Rubén Kowalyszyn

Oncólogo

“Les puedo hablar a mis pacientes desde la experienci­a. Muchos saben que estuve enfermo”. Sonia Hermida

Nutricioni­sta

“Tuve clara mi vocación. Siempre sentí que mi diabetes me ayudaba a ser más empática con el otro”.

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