Clarín

El señor del baño

- Nazareno Brega

El señor Hirayama se despierta, se cepilla los dientes, emprolija su bigote y se afeita. Riega las plantas de su diminuto departamen­to, se pone un mameluco que dice The Tokyo Toilet, las llaves de su pequeña camioneta y se va a trabajar como encargado de limpieza de vistosos baños públicos, que deja pulcros hasta sentirse orgulloso de su minuciosa labor.

Así comienza Días perfectos, lo nuevo del alemán Wim Wenders, y también cada día de su protagonis­ta, que repetirá meticuloso cada uno de sus pasos a lo largo de una semana. Hirayama apenas se desvía de su rutina para escuchar algún clásico del rock en cassette en el estéreo de su van, leer algún libro antes de irse a dormir o sacarle fotos a un árbol con su vieja cámara mientras almuerza.

La ducha diaria en un baño público, la cena en el bar, que incluye el coqueteo minimalist­a con la encargada, y los sueños en blanco y negro cierran esa rutina diaria inalterabl­e de Hirayama.

Wenders le regala a su protagonis­ta el mismo nombre que la familia de Cuentos de Tokio, de su admirado colega Yasujiro Ozu, a quien el alemán alguna vez le dedicó el documental Tokyo-Ga.

Los hábitos del personaje principal se ven perturbado­s apenas por la incapacida­d de un joven empleado, interacció­n que parece forzada para señalar con nostalgia que todo tiempo pasado fue mejor, y por la aparición de una sobrina que insinúa un pasado lleno de problemas familiares sin resolver.

El arco argumental de Hirayama en es mínimo, como si Wenders sufriera de pie plano narrativo. Profundiza en ese conflicto interno del personaje al mostrar cómo una desviación invisible de lo cotidiano puede ser el puntapié inicial para un cambio de vida. Wenders construye en esas variacione­s impercepti­bles de la rutina un crescendo que la transforma en un mantra cinematogr­áfico.

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Hirayama. Junto a su sobrina.

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