Clarín

Pettovello pasó del edificio con el mural de Evita a Recoleta

- Natasha Niebieskik­wiat

Cuentan quienes participar­on en la transición del gobierno de Alberto Fernández al de Javier Milei que, entre fines de noviembre y principios de diciembre, Sandra Pettovello pidió conocer la antigua y elegante mansión de Carlos Pellegrini y Juncal, y que el flechazo fue inmediato.

Apenas asumió el nuevo gobierno de la Libertad Avanza, en uno de sus decretos sobre los nuevos organigram­as que publicó el Boletín Oficial se informó que la vieja casona pasaba a la órbita de Capital Humano. Es la cartera en la que Pettovello concentra, como ministra, un fuerte poder al absorber lo que fueron los ministerio­s de Educación, Trabajo y Desarrollo Social.

De esta manera, Pettovello rechazó no sólo de manera arquitectó­nica el emblemátic­o edificio de las avenidas 9 de Julio y Belgrano con icónico mural de Evita Perón, donde semana a semana se concentrar­on todos estos años los movimiento­s sociales pidiendo más planes sociales.

Al elegir la mansión del Bajo Porteño, corazón de Recoleta la ministra también imprimió un concepto del mileismo sobre la ayuda social: distancia, ajuste y mano dura hacia la presión que los líderes piqueteros ejercieron a la par de un poder que creció con el kirchneris­mo y el aumento de la pobreza.

La mansión en la que ahora funciona el Ministerio de Capital Humano es una de las varias joyas que levantó el arquitecto Juan Antonio Buschiazzo, cuyo sello creativo también está en los cementerio­s de Chacarita y Recoleta, en el mercado de San Telmo, y en los hospitales Italiano, Rivadavia y Ramos Mejía. Otra Argentina.

Pero la Casona de Carlos Pellegrini 1285 es un caso emblemátic­o de la Argentina cambiante y de gastos millonario­s en proyectos que se hacen y se deshacen según los tiempos políticos. Porque fue de uso militar como civil.

Cristina Kirchner y el camporismo la tomó para la militancia y el culto a Néstor Kirchner y la izquierda regional mientras que el macrismo, y ahora el mileismo, le lavaron la “cara” con profundos cambios de funciones y una estética sin personalis­mos. ■

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