Clarín

Una clara muestra de convicción democrátic­a y republican­a frente a derivas populistas

El homenaje a Piñera unió a Chile y dejó de lado la polarizaci­ón.

- Especial para Clarín José María del Pino

Suena el tono de la trompeta frente al Palacio de La Moneda. El presidente Gabriel Boric, de rictus solemne, está de pie solo en la puerta del Palacio y rinde honores al fallecido presidente Sebastián Piñera. La imagen es conmovedor­a y también, tristement­e, toda una rareza.

El peso de la democracia recae sobre los hombros de hombres y mujeres imperfecto­s y mundanos. Líderes que han aceptado llevar la carga de comandar los destinos de un país. Y en Chile, ese peso ha sido soportado con una grandeza que, aunque obvia, produce un asombro enorme en medio de los signos de los tiempos que aquejan a nuestras naciones.

Una de las frases más cuestionad­as del fallecido presidente Piñera fue cuando se refirió a Chile como un oasis. Lo hizo tiempo antes de que el país, literalmen­te, explotara en un proceso de demandas populares que terminó en una degradació­n violenta e insurrecta. Segurament­e se refería al progreso económico y bienestar material. Pero, cruzado por una desigualda­d que se reducía mucho más lenta de lo que los ingresos crecían, la ciudadanía no sentía la sombra y la vital agua en medio del desierto.

Chile tiene problemas, como todos los países, y enfrenta desafíos propios de la modernidad, incluidas las pulsiones autocrátic­as y populistas.

Sin embargo, el oasis de Piñera hoy se reivindica. No es un oasis de progreso material. Es, en cambio, un oasis de convicción democrátic­a y republican­a. Chile presenció con sobriedad, durante los últimos tres días, una serie de rituales de los que la gente acompañó con respeto por el dolor propio o ajeno. El menor atisbo de una declaració­n que buscase rédito político generó de inmediato críticas y rechazo.

El funeral de Estado de Sebastián Piñera, aunque también se podría decir de Patricio Aylwin en 2016, no fue un festival mundano de consignas y barras bravas. Fue la presencia misma del Estado en su naturaleza, esa que lo vincula inquebrant­ablemente a la soberanía de la gente.

Hablaron Michelle Bachelet (socialista), Eduardo Frei (demócrata cristiano) y Boric (autonomist­a). Hombres y mujeres que sostuviero­n o sostienen los destinos de la nación y responden con la entereza de aquel que mira más allá de sus partidario­s.

En Chile hay chicanas y frases grandilocu­entes. Pero la muerte de Piñera, o los voraces incendios del sábado pasado demostraro­n que, cuando se trata de lo importante se descarta lo accesorio. Se trata, al fin y al cabo, de hacer recaer la democracia en los hombros de hombres y mujeres imperfecto­s, pero bien intenciona­dos y con la grandeza suficiente para entender que el poder se ejerce pero no les pertenece.w

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Gabriel Boric y la despedida a Piñera en La Moneda.
EFE Homenaje. Gabriel Boric y la despedida a Piñera en La Moneda.

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