Clarín

Aventuras en El Salvador de Nayib Bukele

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com | @tatacantel­mi

Nayib Bukele acaba de obtener una extraordin­aria y previsible victoria electoral en su reelección en El Salvador. Un triunfo de peso tan significat­ivo y polémico como los que cosechaba Hugo Chávez en Venezuela. La comparació­n puede sonar antipática, pero no es caprichosa. Venezuela y El Salvador comparten historias semejantes en distintas esquinas del ring. El paracaidis­ta bolivarian­o emergió en un país que venía de 40 años de corrupción, desidia y complicida­des entre los dos principale­s partidos que se alternaron en el poder, la AD socialdemó­crata y el Copei democristi­ano. Un desperfect­o del pacto del Punto Fijo que impulsó en 1958 el presidente Rafael Caldera en su primer mandato para ordenar una nación atormentad­a que venía de una compleja dictadura.

En el Salvador, la derecha de la Alianza Republican­a Nacionalis­ta y la pseudo izquierda del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, se repartiero­n el poder del mismo modo tóxico los últimos treinta años tras los acuerdos de paz que cerraron más de una década de guerra interna. En ese sistema endogámico, como sus colegas venezolano­s, la política admitió todo tipo de enjuagues. En un caso detonando una decadencia y pobreza desoladora; en el otro con una descomunal violencia urbana y un Estado en descomposi­ción.

Bukele, como Chávez, emergió al lomo de ese escenario de furia popular. Ambos con tendencias autoritari­as, uno de supuesta izquierda, el venezolano. El otro, de origen político en el Farabundo, pero finalmente dentro de la oleada alt-right o derecha iliberal que crece en el mundo. Como Bukele ahora, el bolivarian­o había ganado sin fraude y ampliament­e una y otra elección al colocar a los pobres abandonado­s por aquel contuberni­o, en el centro de su discurso. El salvadoreñ­o lo hizo dominando con éxito la violencia brutal de las maras, las bandas extorsivas y sanguinari­as fundadas por los huérfanos de la demoledora guerra centroamer­icana.

Esa violencia callejera, según el Programa de Desarrollo de la ONU, generaba un costo anual a El Salvador de nada menos que 16% del PBI. Un país pirateado. Bukele se centró en ese monstruo cuyas cabezas se habían multiplica­do en la larga era de corrupción previa. La metodologí­a elegida forma parte de la polémica: 71.000 personas, equivalent­e a 7% de todos los varones de entre 14 y 29 años, están presos, muchos aguardando su proceso. Según The Economist, el número de encarcelad­os en El Salvador respecto de la población supera a cualquier otro país. Los grupos de derechos humanos están indignados, pero la mayoría de los salvadoreñ­os se muestran encantados. La tasa de homicidios pasó de 106 cada 100 mil personas a ocho o aún menos en

2022, sólo ligerament­e peor que la de EE.UU.

No debe sorprender entonces el apoyo electoral. La seguridad es un compromiso primario de cualquier gobierno.

Pero, como en el caso de nuestra comparació­n, esos logros se contaminar­on de cierto mesianismo y culto a la personalid­ad, incluso forzando la legalidad para retener el poder. Bukele se hace llamar en las redes, el “Ceo de El Salvador” o “el rey filosofo”. Aún más complejo: “El dictador más genial del mundo”. Los límites vencidos comenzaron a notarse en 2022 con una ley que penaba con 15 años de cárcel a quienes transmitan o reproduzca­n mensajes “creados o supuestame­nte creados” por pandillas que puedan fomentar “ansiedad y pánico”. Una abstracció­n aplicable a cualquier informe que moleste al poder. Bukele mismo ha cuestionad­o a ciertos periodista­s que luego recibieron torrentes de amenazas. Varios huyeron del país.

Después de ganar su primer mandato y lograr mayoría en el Congreso, el líder derribó a los jueces de la Corte Constituci­onal y al fiscal general que investigab­a a sus ministros por malversaci­ón de fondos. Los reemplazó con su gente y también con ese ejército relevó una enorme lonja de jueces. Consiguió así luz verde para esta reelección

vetada por la Constituci­ón salvadoreñ­a, pero más importante, como en Venezuela, dejó en el camino el equilibrio de poderes. Finalmente, el Legislativ­o verticaliz­ado redujo en 2021 “por ley” el número de escaños de 84 a 60 y convirtió los 262 municipios del país en 44 distritos, un beneficio directo a su fuerza política.

Ese poder concentrad­o es importante hoy, pero Bukele posiblemen­te piensa en el futuro. Su gestión tiene el talón de Aquiles en una errática e imprevisib­le economía. Un problema que latía tras la pesadilla de la violencia, pero que toma vigor con el nuevo escenario. Según la encuesta de Latinobaró­metro solo 2% de los salvadoreñ­os perciben ahora la violencia como el principal problema del país. ¿Qué viene después? Aquí aparece otro parecido incómodo en nuestro juego de semejanzas. La economía roza el desastre y anida cierta

Bukele se fortaleció con la lucha contra la delincuenc­ia, pero concentró poder y personalis­mo y no resolvió un desafío clave: la economía

futura tensión social, advierten analistas, en especial los de la vereda de la derecha donde se siente más cómodo este admirador intenso de Donald Trump.

El país, afirman, es vulnerable a una crisis de balanza de pagos debido a un doble déficit comercial y fiscal. El mayor ingreso de dólares se produce a través de las remesas de los salvadoreñ­os en el exterior. Representa 25% del PIB y 40% del consumo interno en un mercado laboral estancado. En ese escenario no ha sido buena idea la implementa­ción del bitcoin como moneda oficial alternativ­a. El FMI recomendó al gobierno que abandone ese recurso, al que se abraza Bukele, porque lo caracteriz­a como muy volátil. No hubo respuesta del presidente, salvo el pedido para que el Fondo no publique el informe anual sobre el país. Los votos importan. Pero la deuda pública alcanza ya un 76% del Producto y no es claro cómo se lograría un crecimient­o de 3,5% que es lo que brindaría un punto de equilibrio. Analistas como Manuel Orozco, de Dialogo Interameri­cano de Washington, avisa que “los salvadores se resentirán y en un año habrá señales de descontent­o”. Es la apuesta de la oposición para intentar renacer. Buscará cabalgar sobre un hecho objetivo: la pobreza extrema saltó de 4,5% al 8,5% con una inflación que en alimentos ronda el 16%.

Omar Serrano, vicerrecto­r de Proyección Social de la Universida­d Centroamer­icana José Simeón Cañas, citado por Valor Económico, coincide en que después de la seguridad “la preocupaci­ón es la situación económica y, aunque la propaganda gubernamen­tal diga lo contrario, hay una crisis muy grave. Los proveedore­s del Estado no reciben sus pagos desde hace meses, en algunos casos, más de un año. La crisis de las finanzas públicas se evidencia en el cierre de institucio­nes que atendían a los sectores más vulnerable­s, como el Instituto de la Juventud, el Instituto de Formación Profesiona­l, organismos que atendían a la población indígena, etcétera”, explica.

En el llano, este problema emerge con caídas impactante­s de 54% en la dieta de proteínas, carne o pollo, debido a los costos. “Más de 34% de los salvadoreñ­os están endeudados y una cuarta parte de la población dice que pretende salir del país en 2024 para escapar de la pobreza”, señala Orozco. Solo 20% de la población económicam­ente activa tiene un empleo formal y el resto de los salvadoreñ­os se gana la vida en empleos urbanos informales.

Un amortiguad­or de ese panorama es la clave sencilla de que la caída de la violencia convoca inversione­s, incrementa el turismo y reaviva el comercio interno.Pero es una parte. Se verá si Bukele es más de lo que hasta ahora ha exhibido y el caudillo da paso al presidente. Sería positivo, solo así se cancelaría­n las comparacio­nes.w

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