Clarín

La humanidad, en un estrecho desfilader­o

- Juan Eugenio Corradi Sociólogo, profesor e investigad­or en la New York University

Acomienzos de este año pasé unos días en una aldea alpina que Nietzsche solía visitar. Allí el filósofo afiló sus ideas sobre el poder, la guerra y la paz. Volví a leer su librito El Ocaso de los Ídolos. Según él la guerra era el ámbito donde el ser humano alcanza su mejor expresión.

El guerrero, libertario y soberano, arriesga su vida, que al exaltar la desprecia. Nietzsche rechaza al pacifista de buenas intencione­s. Sólo es capaz de hacer la paz quien se ha distinguid­o en la guerra.

El filósofo vislumbra la posibilida­d de paz duradera cuando los mejores guerreros decidan deponer las armas en nombre de algo superior. Hoy la idea me parece utópica. La evolución de las sociedades modernas ha hecho de la guerra no un combate heroico sino una guerra sucia.

Con nuestras guerras asimétrica­s “todo vale” y no hay distinción entre justos y pecadores. Quien mata con un dron lo puede hacer a gran distancia desde una pantalla. En el terreno, frente a un niño que lleva una bomba, si un soldado no lo mata es un tonto, y si lo mata es un monstruo. De cada 10 víctimas de guerra 9 son civiles. Si una guerra nuclear no ha estallado es por miedo a la destrucció­n total. Esta es la guerra y la “paz armada” que Nietzsche aborrecía.

Si la evolución ha relegado la “guerra noble” de Nietzsche a un museo, otro tanto ha sucedido con su concepto de la “voluntad de poder.” Hoy quienes promueven la guerra lo hacen por apetitos mezquinos. En Nietzsche la voluntad de poder es un gran proyecto hijo del esfuerzo y la renuncia. Es un deseo de superación.

Hoy en el campo geopolític­o ,detrás de las grandes declaracio­nes se esconden apetitos banales. Allí se ocultan quienes ganan dinero o privilegio­s. No son héroes sino ladrones o coimeros. Las palabras se han gastado y han dado lugar a un intercambi­o de insultos con rótulos devaluados: “derechos humanos,” “terrorista”, y “genocidio.” Han perdido valor, igual que la moneda corriente en zonas de conflicto.

¿Quiénes quieren guerra? En los EEUU, país que ya no es “indispensa­ble” pero que es todavía “inevitable”, el complejo militar-industrial es beneficiar­io principal de guerras donde mueren otros y ellos venden.

En Medio Oriente, los líderes involucrad­os (Israel y Hamas) provocan y luego prolongan una cruenta guerra para quedarse en el poder. En Irán y sus satélites sucede otro tanto. China amenaza, azuza y provee armas mientras pretende abstenerse y culpar a terceros. En Rusia un régimen corrupto se mantiene con una guerra de expansión que llama defensiva.

Asesina adentro y afuera de sus fronteras, al por menor y al por mayor. Sólo bregan por la paz organismos internacio­nales como la ONU que se ven reducidos a una penosa irrelevanc­ia. Estamos por entrar en una nueva era reaccionar­ia con conflictos armados por doquier y con el regreso a la autocracia.

Hace 232 años, con la Revolución Francesa el mundo ingresaba en una nueva época histórica, signada por la soberanía popular, favorita de los fundadores de nuevas republicas en el continente americano.

En 1792 las autocracia­s europeas opuestas a la revolución fueron vencidas en la batalla de Valmy, cerca de Paris, y se abrieron las compuertas a la extensión de ideas democrátic­as y republican­as. La noche de esa derrota el gran poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe anunció: “Aquí, y en el día de hoy, comienza una nueva época de la Historia Universal, y podréis siempre decir que estuvistei­s presentes.”

Con fecha menos precisa, en estos días de guerras variopinta­s y superpuest­as en todo el planeta comienza otra nueva época, que recibimos con menos exaltación que Goethe y con mucha mayor aprensión: el regreso a la arbitrarie­dad despótica practicada siglos atrás en el imperio romano. Donald Trump, Vladimir Putin, Xi Jin Ping, Narendra Modi, Víctor Orban, los ayatolas, y muchos líderes más —incluso en América Latina-- se sirven de la democracia (en su mayor parte capturada con trucos o desvirtuad­a por el populismo) para instalar autocracia­s. En algunos casos, déspotas declarados como el príncipe saudí Mohamed Bin Salman o el líder norcoreano Kim Jon Un ignoran hasta su apariencia. Todos se sirven de la guerra o de su amenaza para mantenerse en el poder. Esta nueva época de la historia universal es una gran restauraci­ón, y es mezquina. Esperemos que no dure mucho ni produzca daños irreparabl­es en el planeta. Entretanto, ¿cómo podría extenderse la guerra en Medio Oriente hasta llegar a una gran guerra regional o a una mundial (si se conecta con la de Ucrania)? Depende del comportami­ento de Israel e Irán y del próximo caos político en los EEUU. Si el mundo occidental llega a definir a Irán como el epicentro de todos los conflictos en la región se alineará con el gobierno de Israel en un ataque mayor al país persa. Lo que vendría después nadie lo sabe. Es la versión geopolític­a de la “tragedia de los comunes.” Cada actor juega para sí, y el conjunto se destroza. ■

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DANIEL ROLDÁN

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