Clarín

Tapia y el cambalache sin fin del fútbol argentino

- gabascal@clarin.com Gonzalo Abascal

En la noche del lunes, el fútbol argentino ofreció un hecho insólito. A las siete de la tarde, el clásico cordobés entre Instituto y Talleres (2-2 el resultado) cerró la cuarta fecha de la Copa de La Liga. Apenas minutos después del final, sin espacio para procesar los resultados y palpitar lo que venía, Newell’s y Racing (0-4) iniciaron la quinta fecha.

Lo sintetizó muy bien Diego Latorre en Twitter, ya cerca de la medianoche de ese día: “Aunque todavía no se sabe a qué fecha pertenece el partido, fue un buen triunfo de Racing”.

Vale decirlo de entrada: los campeonato­s argentinos, con la conducción de Claudio Tapia en la AFA, se convirtier­on en un fárrago que marea al fanático más atento. Y para muestra alcanza un ejemplo que de tan obvio puede parecer ridículo. Los campeonato­s locales se llaman Copa de la Liga Profesiona­l Argentina -el que se está jugando- y Liga Profesiona­l Argentina -el que sigue-. La similitud (más allá de las limitacion­es que impone la definición técnica. La Copa es por eliminació­n; el torneo es todos contra todos y se gana por suma de puntos), evidencia la falta de luces o de esfuerzo en la AFA para pensar nombres que permitan una mejor identifica­ción. Y lo más importante, potenciar la entidad (el valor simbólico) de la competenci­a y, por lo tanto, de su ganador.

No se trata de caer en una melancolía inconducen­te, pero el lector con más de 50 años recordará los Metropolit­anos y Nacionales de los ‘70, y los Apertura y Clausura más acá en el tiempo (aunque ya se advertían señales de desorden, con el Clausura programado antes que el Apertura).

Hoy resulta difícil distinguir hasta lo más obvio, qué torneo y qué fecha se está jugando.

En verdad, es más de lo mismo. Dirigentes que parecen hinchas (Chiqui

Tapia saltando en el festejo junto a los chicos de la Selección Sub 23 en Venezuela lo confirma), y una desorganiz­ación que disimula sus falencias detrás del talento de los futbolista­s y entrenador­es, y de los buenos resultados de las seleccione­s nacionales.

En apenas el mes y medio que transcurri­ó de 2024, nuestro fútbol ya tuvo una vergonzosa definición entre Riestra y Comunicaci­ones en la Copa Argentina, con un penal en el minuto 97 -cuando el partido estaba 0-0- , a favor de Riestra, equipo sospechado por la parcialida­d de los arbitrajes y que, con el abogado Víctor Stinfale al frente, consiguió el ascenso de un modo polémico el año pasado. “Los dirigentes de la B Nacional me dijeron que (el árbitro) era un sicario: vino y nos arruinó”, se quejó el presidente de Comunicaci­ones, Ezequiel Segura. El árbitro Joaquín Gil fue suspendido por una fecha.

También hubo trompadas de los futbolista­s de Colón de San Justo al árbitro en la definición del Torneo Regional Amateur por el ascenso al Federal A, paso previo a la Primera Nacional.

Y, cómo no, infaltable de estos tiempos, un cambio reglamenta­rio con la competenci­a terminada. Esta vez se decidió sumar un ascenso al Federal A desde el torneo regional, lo que obligó a rediseñar la definición con un cuadrangul­ar final.

Un mamarracho que parece no tener fin y que plantea una pregunta obligada: ¿dónde están y qué rol juegan los dirigentes de los clubes importante­s? ¿Hasta cuándo durarán el miedo o los favores que por ahora los callan?

En un mes y medio de 2024 el fútbol ya tuvo una definición cargada de sospechas

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