Clarín

La irresistib­le pasión por el fútbol en la cancha más alta del país

Está en Caspalá, Jujuy, a 3.400 metros sobre el nivel del mar. En enero fue sede del Campeonato Veraniego Departamen­tal, que disputaron 10 equipos.

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Casas de adobe, sus techos, el viento frío del verano de altura, cabras y ovejas, flores, cultivos de papa o maíz. Todo el valle verde podía verse en los zigzaguean­tes tramos para llegar a la cancha ubicada a más de 3.400 metros de altura sobre el nivel del mar, en Caspalá, Jujuy.

El ascenso no era fácil y algunos jugadores de los diez equipos –uno por localidad– del departamen­to Valle Grande empezaban el camino a las 5 de la mañana para llegar con familiares al primero de los siete partidos. Podía hacerse a pie o en animal, pero la mayoría optaba por la primera opción para subir 1,66 kilómetro empinado a partir de los 3 mil metros de altura.

La cancha más alta del país, con medidas reglamenta­rias y césped sintético, está en la Quebrada de Humahuaca, en Jujuy, a 3.012 metros sobre el nivel del mar. La cancha de este pueblo, elegido como uno de los más hermosos del mundo para visitar según la Organizaci­ón Mundial del Turismo en 2021, se construtó en pocas semanas para albergar el Campeonato Veraniego Departamen­tal Confratern­idad, que se disputa todos los años en Valle Grande. Los jugadores de los diez equipos que participan están acostumbra­dos a jugar en la altura, entre nubes y montañas.

La cancha, invisible desde el pueblo y el camino, se abría a la vista recién al dar el último paso para llegar. Con más montañas de fondo, el cielo cerca y un público colorido por los rebozos bordados de las mujeres, los equipos jugaban en la explanada que antes había funcionado como lugar de pastoreo para el ganado. El Campeonato empezó el jueves 25 de enero. Dos días después, a la siesta, se jugó la final en un pasto que de tanto ser pisado era prácticame­nte tierra.

“El primer campeonato fue en el ‘93. Lo organizó el comisionad­o de ese entonces, Omar Guitian, de Pampichuel­a (Valle Grande)”, cuenta Rodolfo Coronel, vecino de Caspalá, quien formó parte del equipo de su pueblo quince años y jugó un campeonato con su hijo. “Si no hubiese sido por el fútbol, sólo hubiese conocido Santa Ana y Valle Grande, pero nada más”, reflexiona.

Las reglas son estrictas. Los equipos solo pueden estar formados por jugadores del departamen­to o que tengan relación sanguínea directa con personas nacidas en alguna de las diez localidade­s: San

Lucas, Santa Bárbara, Yerba Buena, Alto Calilegua, San Francisco, Pampichuel­a, Valle Grande, Valle Colorado, Santa Ana o Caspalá.

“No hay ni un jugador que sea de otro departamen­to”, enfatiza Coronel. El lugar en el que se juega el Campeonato rota cada año. En 2023, su sede había sido Pampichuel­a, como en el ‘93. Después de diez años, le tocaba a Caspalá.

Caspalá forma parte de los valles de altura jujeños, zonas verdes de yunga entre montañas, como la que alberga esta cancha. “El primero de enero empezamos a trabajar, armamos todo en menos de un mes”, explica Aníbal Tito, presidente del Club Atlético Caspalá.

No solo se trató de subir para llegar a los partidos durante los tres días de competenci­a sino también

Muchos jugadores llegan a la cancha tras caminar varias horas.

llegar a un terreno de roca, paja brava y chilca que había que despejar. “Trabajamos a pico y pala para sacar las piedras y alisar el terreno, a lomo de mula, burro o a hombro para llevar los arcos, los palos, todo. Tuvimos que tirar más de un kilómetro y medio de manguera para tener agua arriba”, cuenta.

Entre los jugadores, las hinchadas y la gente de Caspalá, Tito cree que hubo más de mil personas en el pueblo para el Campeonato, en un departamen­to que, según el último censo, tiene 2.509 habitantes.

La única calle que entra al pueblo, Misiones, sube empinada hasta chocar con una casa de adobe. Por ella, combis y camiones municipale­s, autos y camionetas entraban repletos de adolescent­es y adultos para jugar o alentar y mujeres con pollera, sombrero y rebozo para sumarse a la hinchada. Hace más de treinta años, cuando Guitián pensó el Campeonato, quería que la gente del departamen­to se conociese. Muchos lograron ese objetivo, gracias al fútbol.

El nombre es Club Atlético Porvenir Alto Calilegua porque a su fundador le preocupaba el futuro del pueblo de origen. El entrenador Leandro Corimayo jugó en el equipo en el ‘93, cuando ganaron el primer Campeonato. “En El Alto viven solo una o dos familias todo el año, la gente tuvo que migrar para trabajar o estudiar”, cuenta el técnico. A San Lucas, Santa Bárbara y El Alto solo se llega caminando o en animal por las sendas marcadas entre la vegetación. El viaje puede llegar a durar de cuatro a ocho horas.

Como la mayoría de los equipos, los jugadores empiezan a entrenar después de las fiestas, en enero. Pero juegan juntos en otros torneos durante el año, se conocen. Son hijos y nietos de El Alto, más verde, algo más bajo que Caspalá. En un escudo rojo y blanco, con el cóndor andino sosteniend­o la pelota con sus garras, hay ocho estrellas doradas, una por cada Campeonato ganado. Los campeones de 2023 son el equipo que tiene más trofeos.

“La mayoría respeta al Alto por el fútbol porque lo demás ya lo perdimos casi todo”, lamenta Corimayo. Sin escuela ni Municipali­dad, casi sin habitantes permanente­s, El Alto existe en su Club. Los jugadores, las hinchadas, todos los pobladores fueron a los primeros campeonato­s cuando eran aún menos los pueblos que tenían algún camino disponible para poder llegar. A pie, a lomo de burro o mula salían días antes del primer partido para poder llegar a tiempo. “Antes se sufría más. Ahora es más fácil llegar a un campeonato. Para el primero, en el ‘93, fuimos caminando desde Valle Colorado (son más de ocho horas a pie). Te mojas, a veces comes bien, otras no, pero el fútbol nos une”, cierra Corimayo.

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Pelota en juego. Nubes y montañas enmarcan la cancha de Caspalá, en el departamen­to Valle Grande.

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