Clarín

El dolor de su muerte es el de todos

- Mariano Ryan mryan@clarin.com

La noticia sacude. Estremece y lastima también. En el responso, un mundo de gente se acercó a despedir el cuerpo de Gabriela Pando. Porque su espíritu siempre positivo, su sonrisa eterna, su buen humor combinado con una dosis justa de sarcasmo y su amplia generosida­d vivirán para siempre. Fue jugadora del selecciona­do argentino durante nueve años y todos quienes estuvieron cerca de ella (entrenador­es y compañeras) la definían como una gacela. Era muy rápida en sus movimiento­s y elegante en sus corridas. Era una volante de un gran ida y vuelta y parecía no esforzarse para correr en sus clásicos desbordes por la derecha con la bocha pegada al palo.

Pero más allá de sus caracterís­ticas como jugadora Pando era de esas líderes que siempre estaban atentas a lo que necesitaba­n sus compañeras. La recordaba ayer Luciana Aymar cuando “a las chicas del interior que vivíamos en el CeNARD nos traía tartas caseras”.

Con la mejor de todas compartió todo. Como jugadoras, en la cancha, en el Mundial de Utrecht 1998, el primero de Aymar y el último de Pando. Fuera de ella, en el Trofeo de Campeones de Mendoza 2014, en aquel torneo en el que aquella le dio paso a la leyenda por ser el último de su carrera y la Colo (por ese apodo y en cualquier sintético la reconocía el hockey nacional) fue su jefa de equipo.

De Pando, incluso, Aymar heredó el “8” de la celeste y blanca. Después de jugar juntas aquel Mundial del 98, el número quedó libre. Siempre le había gustado a la rosarina porque representa el infinito. Pero además Aymar sabía que ese “8” lo había usado alguien que la había marcado en aquellos primeros tiempos de empatía absoluta. Y de recuerdos para siempre.

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