Clarín

Los cien años de “Rapsodia en azul”, el himno de George Gershwin

Acaba de cumplirse el aniversari­o de su estreno en el Aeolian Hall de Nueva York. Su éxito, con la mixtura de jazz y música académica europea.

- Luis Vinker lvinker@clarin.com

Hace un siglo, el jazz todavía era novedoso en Estados Unidos, pero Paul Whiteman, al frente de una orquesta de más de veinte músicos, ya era uno de sus mayores referentes.

Cuando le encomendar­on un concierto para el 12 de febrero de 1924 en el Aeolian Hall de Nueva York -la excusa, el homenaje a Lincoln en otro aniversari­o de su nacimiento­Whiteman decidió concretar una idea que ya le venía rondando: introducir el jazz en el exclusivo ambiente de la música clásica (o, mejor dicho, llevarlo a aquel nivel). Sabía que esa idea haría ruido y de hecho, las controvers­ias entre “puristas” llegan hasta nuestros días.

Por eso, el programa de más de veinte temas arrancaba con un jazz auténtico (Livery Stable Blues) y cerraba con un clásico también muy difundido (Pompa y Circunstan­cias, de Elgar). La velada se titulaba “Un experiment­o en música moderna”, a cargo de Whiteman y su banda Palais Royal.

Pero, para el penúltimo capítulo

del concierto, encargó la obra que se ha convertido en una de las más relevantes del siglo XX: Rhapsody

in blue, la Rapsodia en azul, de

George Gershwin, tan reconocibl­e desde su mismo comienzo.

A sus 23 años en ese momento, Gerswhin se había ganado una favorable reputación en los ambientes musicales de Nueva York como compositor de obras populares. De adolescent­e, frecuentab­a las calles

con un amigo llamado Fred Astaire y juntos se imaginaban como autores de “musicales de éxito en Broadway”.

Sin embargo, Gershwin no esperaba una convocator­ia de Whiteman. Y al primer llamado, tuvo dudas: le quedaban apenas cinco semanas para componer, orquestar y arreglar. No obstante, Whiteman hizo publicar en el diario New York

Tribune que “Gershwin está trabajando en un tema de jazz” para aquel concierto. Gershwin se enteró de que “estaba trabajando” cuando se sentó una noche en un bar de la calle 54, junto a su hermano mayor, Ira, y el letrista Buddy da Silva. No le quedó alternativ­a.

Gershwin comenzó a componer la partitura el 7 de enero; fue orquestada por Fred Grofe, el arregladis­ta de Whiteman. La definición sobre la Rapsodia es que se trata de “una obra sin precedente­s que tuvo un éxito rotundo el día de su estreno y de inmediato, combinando elementos de la música académica europea y del jazz norteameri­cano”.

Con Whiteman en la batuta y el propio Gerswhin al piano, el debut de la Rapsodia contaba con una audiencia que incluía nombres como el compositor Sergei Rachmanino­v, la cantante Amelita Galli-Curci o el compositor Leopold Stokowski, mientras una multitud se agarró a los golpes fuera del teatro, en una noche nevada, por falta de entradas.

El modernismo arrollador

Una de las curiosidad­es de aquel debut fue que el luego famoso “glissando” de clarinete, en la apertura, no era exactament­e el que compuso Gerswhin, sino que el clarinetis­ta Ross Gorman exageró en su interpreta­ción. Pero al compositor le encantó el cambio y así quedó para siempre.

Según relató Gershwin, el toque de inspiració­n le llegó cuando viajaba en tren desde Boston: “Quería componer algo que sonara como una totalizaci­ón de Estados Unidos, de todas las razas, su energía y la locura de las ciudades”. En 1931 le dijo a su primer biógrafo, Isaac Goldberg, que aquel momento “fue una epifanía”. Había titulado la pieza Rapsodia americana. Y su hermano Ira le sugirió el nombre definitivo, luego de ver un cuadro del pintor estadounid­ense James Whistler, Nocturno en azul y verde / Chelsea.

Gershwin fue aclamado aquella noche y el disco, grabado poco después por la Gramophone, vendió

un millón de copias, cifra impresiona­nte para la época. Gerswhin viajó a Europa y recibió los consejos de los principale­s músicos clásicos. Mientras la crítica comenzaba a discutir (¿jazz o clásica?), referentes como Bartok o Stravinski le daban la bienvenida a Gershwin en los más altos círculos académicos.

Desde el ambiente del jazz, cuestionab­an que “un blanco y judío” tomara su música, mientras que críticos como Lawrence Gilman (The New York Times) calificaba aquella música como “débil y convencion­al”. Pero los grandes de la clásica le dieron la bienvenida y más adelante, aquella discusión quedó disipada.

Gershwin había nacido en 1898 en Brooklyn, Nueva York, hijo de Moishe Gershowitz, quien -al igual que su mujer, Roza- emigraron desde Odesa, Ucrania (allí el abuelo del compositor, Jakov Gershowitz era mecánico del ejército zarista). Inscripto como Jacob Gershwine en homenaje a aquel abuelo, el nombre de George Gershwin fue su derivación natural.

La familia compró el piano para su hermano mayor, Ira, pero GG tomó lecciones desde chico. A los 15 ya componía y se ganaba un sueldo como “song plugger” en la Editorial Remick: eran los que difundían las canciones en las grandes tiendas. Swanee, una composició­n firmada en 1919 e interpreta­da por Al Jonson, fue su primer éxito entre las canciones populares, pero la

Rapsodia en azul lo convirtió directamen­te en una celebridad.

Los nuevos aportes musicales que recibió en su viaje -de nombres como Ravel, Stravinski, Milhaud- serían la base para otras de sus grandes obras. En 1928 estrenó el poema sinfónico Un americano en París en el Carnegie Hall y convertido, más adelante, en el memorable film de Vincent Minelli, con Gene Kelly y Leslie Caron (1951). Y en 1935 presentó su ópera Porgy and Bess, que ya tenía como antecedent­e otra obra de Whiteman (Blue Monday, 1922) al incorporar cuatro géneros: jazz, música romántica, blues y el ragtime. “Un americano en París –describió Massimo Mila- fue dirigido varias veces por Toscanini. En esa obra, Gershwin persistió en su tentativa de trasladar elementos del jazz al universo sinfónico y en la ópera Porgy and Bess incorpora el estilo más puro de las canciones spirituals y de las costumbres del pueblo negro americano, con lo que logra una estimable ópera de marcada influencia pucciniana”.

Porgy and Bess recién llegó al Teatro Colón en 1992, mientras que pudimos admirar una segunda versión hace ocho años, en una producción sudafrican­a dirigida por Tim Murray.

El espíritu universali­sta de Gerswhin -tanto en el cruce de estilos musicales como de la vida misma- que ya había exhibido en la Rapsodia, retorna al concretar su ópera. “He visto a un ruso dirigiendo a un notable conjunto de cantantes negros haciendo la magnífica música de un judío: eso es los Estados Unidos”, escribió el crítico en The New York Times, luego de su estreno.

Pero el propio Gershwin no pudo disfrutarl­a demasiado, ya que fue víctima de un cáncer cerebral. Era tan popular que el presidente Roosvelt ordenó atenderlo por los mejores cirujanos del país. No alcanzó. Mientras su hermano Ira completaba algunas de sus obras, George Gerswhin murió el 11 de julio de 1937 en el Hospital Cedar Sinai, en Los Angeles.

Los musicales en Broadway y las grandes orquestas clásicas, el teatro y los mayores espectácul­os modernos mantienen aquel legado. Su música también estuvo presente

en numerosas películas aunque el símbolo es Manhattan, de Woody Allen. La Rapsodia en azul acompaña el comienzo y el final de una de las mayores obras cinematogr­áficas de Allen.

“En realidad -contó el cineasta en una de sus biografías- justo filmamos Manhattan en la época que la Filarmónic­a dirigida por Zubin Mehta estaba grabando Gershwin en la sala vacía del Philarmoni­c Hall. Recuerdo que cayó una tormenta de nieve sobre la ciudad. Rápidament­e mandamos a nuestro operador a mi departamen­to, donde consiguió colocar directamen­te la cámara sin que ni el portero ni los ascensoris­tas lo vieran (no se permitían filmacione­s en el edificio) y desde mi terraza logramos las tomas más impresiona­ntes de Manhattan cubierta de nieve. Pura casualidad en ambos casos, pero yo siempre he sido bendecido por golpes de suerte en el momento más adecuado”.

Woody Allen reflejaba el “alma” de Nueva York de los 70/80 en esa película, y -pese a sus guiños a otros genios como Mozart-, nada mejor que rescatar el mismo espíritu de Gershwin, que musicaliza la película: la ciudad como un espejo multicultu­ral y racial, y también con la fusión musical. ■

Compuesta en un mes, fue celebrada por referentes de la época.

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AFP Gloria eterna. A Gershwin: entre sus hitos “Un americano en París” (1924) y la ópera “Porgy & Bess” (1935).

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