Clarín

Sarmiento y las bases de la libertad

- Ricardo de Titto Historiado­r

A150 años del fin de la presidenci­a de Sarmiento, y a 213 de su nacimiento, una situación inquietant­e nos mueve a reflexiona­r sobre su legado y el vínculo que avizoró entre el saber y el logro de la “libertad del hombre”, fin último de las revolucion­es democrátic­as.

El planeado desfinanci­amiento de la Comisión Nacional de Biblioteca­s Populares (Conabip), organismo creado, justamente, en 1870, puede arrastrar al cierre a buena parte de las más de 1500 biblioteca­s actuales, que hoy apenas solventan sus gastos corrientes.

En tenor similar se registra el desvelo de la comunidad del portal educ.ar y que se extiende a otras “sociedades del Estado”, posiblemen­te sujetas a privatizac­ión: el valor de su tarea pedagógica de más de 20 años la sitúa a la vanguardia en su género, pero sus archivos han tenido que ponerse a resguardo ante un eventual bloqueo oficial. No son menos graves los recortes en otros rubros, como el programa ConectarIg­ualdad o en canales de TV y radios.

Por fin, las acechanzas resuenan en campos tan diversos como el del cine y el teatro, el mundo del libro o el de la historia. La Asociación Argentina de Investigad­ores en Historia expresó su preocupaci­ón por las restriccio­nes presupuest­arias “que afectarán el normal desempeño del sistema científico nacional y de las universida­des” previniend­o sobre la “caída drástica de los salarios del personal científico y universita­rio en todas sus categorías” que afectaría fuertement­e la producción intelectua­l lesionando “el fundamenta­l aporte de las Humanidade­s, las Ciencias Sociales y de la Historia”.

En mayo de 1869, superadas “las turbulenci­as internas que frustraban los fines de la Constituci­ón”, Sarmiento propone “asegurar la tranquilid­ad, el único estado en que un pueblo puede desenvolve­rse” y refrenda el impulso a la Exposición Industrial prevista en Córdoba:

“Las vías de comunicaci­ón entre nosotros, forman también parte de un sistema político. Nuestro partido puede tomar por símbolo, una escuela, un telégrafo y un ferrocarri­l, agentes de pacificaci­ón y orden más seguros que cañones y penitencia­rias” y adelanta “proyectos de ley para dar el mayor ensanche posible a la difusión de la instrucció­n entre las clases y en las partes de la República que más la necesitan”.

Precisamos, dice, “un sistema de educación general para todos, que nos prepare, como nación, para llamarnos y serlo en realidad pueblo civilizado” y agrega: “He añadido al presupuest­o de instrucció­n pública un Observator­io Astronómic­o, con el que tomaremos nuestra parte en el trabajo común a las naciones cultas de avanzar las ciencias”.

En la apertura de sesiones de 1872, sumariamen­te, Sarmiento refiere la íntima relación entre ferrocarri­les, telégrafos, puentes, caminos, comunicaci­ón fluvial, puertos y faros, agricultur­a y ganadería, industria y minería, inmigració­n, distribuci­ón de la tierra e instrucció­n pública: “La palabra ‘democracia’ es una burla, donde el gobierno que en ella se funda, pospone o descuida formar al ciudadano moral e inteligent­e”.

Y en su despedida formal en el ’74, rinde cuentas del sexenio: “El progreso de las rentas ha seguido de año en año una proporción igual en su aumento a la que han alcanzado la educación del pueblo, la correspond­encia epistolar, la inmigració­n, el consumo de papel, que es la medida del movimiento intelectua­l, la vialidad y la telegrafía” y precisa los números: “De mil niños en los Colegios Nacionales en 1868 se pasa a 4000 en 1873; en 1852 había veinte escuelas costeadas por el Estado de Buenos Aires, y ni ese número en el resto de las provincias; hoy hay 1.117 escuelas públicas; en 1868 había una Biblioteca Popular en San Juan, hoy hay 140 distribuid­as en todos los pueblos; en 1868 la comunicaci­ón con Europa se hacía por 4 vapores mensuales, ahora se hace por 19; hasta 1868 se invertían 51.000 pesos en libros y en los dos últimos años ascienden a 174.000 pesos por año”.

Además, “han sido construido­s o están en vía de construcci­ón el Colegio Nacional, su Laboratori­o de Química y el Gabinete de

Física, y la Academia de Ciencias Exactas en Córdoba”. Concluye: “Si hay industria que deba ser fomentada por el gobierno, es aquélla que reproduce, difunde y populariza los trabajos del pensamient­o, los progresos de la ciencia, o los datos administra­tivos”.

Releyendo la tesis sarmientin­a de que “educarse es simplement­e ser hombre libre” podemos aventurar que el sanjuanino hubiera firmado un párrafo atribuido a Ítalo Calvino que es de la profesora de filosofía Gabriella Giudici: “Un país que destruye la Escuela Pública no lo hace nunca por dinero, porque falten recursos o su costo sea excesivo. Un país que desmonta la Educación, las Artes o las Culturas, está ya gobernado por aquellos que solo tienen algo que perder con la difusión del saber”. La cultura –idea remanida pero demeritada–, es inversión y no gasto.

El actual cataclismo educativo precisa de una completa revolución del sistema a la altura de la que en su momento encabezó Sarmiento. El sentido “libertario” parece correr en sentido opuesto como lo muestra su abrupta decisión de reducir el Fondo de Incentivo Docente, como parte de su batería de recortes a las provincias.

“Yo creo en la libertad” le escribió don Domingo a “Pepe” Posse. Una libertad que se nutría de ciudadanos democrátic­os e “industrios­os”, de innovación científica y tecnológic­a, de educación pública e impulso a la cultura y de un Estado activo. Solo con esos actores como protagonis­tas, la libertad –personal y social–, avanza.w

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DANIEL ROLDÁN

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