Clarín

Tres minutos como Rocky Balboa

- Hconvertin­i@clarin.com

No sé qué les pasará a ustedes con estas cosas, pero yo escucho la música de “Rocky” y me entran unas ganas bárbaras de hacer lo que no hice nunca: correr como un loco por las calles del barrio, tirar piñas al aire, sentir la puntada del esfuerzo aeróbico y, aun así, continuar. A los tres minutos, cuando el tema finaliza, me calmo y vuelvo a ser el campeón del sedentaris­mo. A veces pienso que, sin las composicio­nes de Bill Conti, “Rocky” hubiera sido una película más de boxeadores, la típica fabula del perdedor que se yergue sobre la pobreza, tiene su momento épico y vuelve a la mugre. Siguiendo este razonamien­to, Sylvester Stallone le debe casi todo (éxito, millones, fama, carrera) a la adrenalíni­ca “Gonna Fly Now”, a la angustiant­e “Going to the Distance” y a la conmovedor­a “The Final Bell”.

Hay músicas que parecen contener el género cinematogr­áfico para el que fueron escritas: la de la serie “Misión Imposible”, por ejemplo, obra del argentino Lalo Schifrin, es “la” banda de sonido que simboliza el espionaje, de la misma manera que Ennio Morricone definió el western con muchas de sus partituras. ¿O existe mejor acompañami­ento para una cabalgata en el desierto que “¿El bueno, el malo y el feo”? ¿Qué otro tema le pondríamos a un duelo al sol que no fuera “El éxtasis del oro”?

Me arriesgo a decir que estas composicio­nes funcionan como memes. Uno las escucha y, aunque no haya visto la película para la que fueron escritas, ya se ubica en un determinad­o territorio narrativo. John Carpenter creó con sintetizad­or una musiquita muy sencilla para su primer filme de la saga “Halloween” (1978). Hoy, casi medio siglo después, ese repiqueteo sobre el teclado sólo puede significar una cosa: algo malo y espantoso está por ocurrir.

Sigo arriesgand­o: todos los golpes bajos de “Cinema Paradiso”, de Giuseppe Tornatore, hubieran exprimido menos lágrimas sin la música de Morricone (un crack de toda la cancha), y me pregunto cuánto habría llorado mi hermana con “Love Story”, más allá del dramón de Ali McGraw muriéndose de cáncer y dejando en el desconsuel­o a Ryan O’Neal, sin la efectivísi­ma canción de Francis Lai y Carl Sigman.

Alguien podrá decirme que es el guion el que le da una impronta determinad­a a la banda de sonido, el que la encuadra dentro de un (permítanme la pomposidad) campo semántico y no al revés. Puede ser. No soy experto en nada y menos aún en música. Pero volviendo a los temas de “Rocky”, no me los imagino teniendo la misma eficacia simbólica acompañand­o escenas de un documental de veganismo.

La película de Stallone era de muy bajo presupuest­o y sólo tenía 25 mil dólares destinados a su banda de sonido, lo que incluía cachet de compositor, orquesta y costos de grabación. El único que aceptó por esa plata fue Bill Conti, que se despachó con una obra maestra que llegaría en 1977 al número uno de los charts, sería nominada al Oscar y se volvería un himno inoxidable.

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