Clarín

Reforma laboral: otro capítulo en la discusión

- Especialis­ta en negocios internacio­nales

Caída la “ley ómnibus” y neutraliza­do parcial y temporaria­mente el DNU 70/2023 por la Justicia, Argentina complica su avance hacia las flexibiliz­aciones. Y una de las pendientes es la laboral. Más allá de la propuesta del gobierno actual: es un requisito venga de quien vega la iniciativa. Porque el sistema está en crisis.

Según el INDEC el 52% del total de trabajador­es argentinos está integrado por la suma de quienes reconocen no percibir los beneficios legales y los que trabajan por cuenta propia (que en numerosas ocasiones podrían o deberían estar bajo un régimen legal más formal). Así, la mayoría está fuera del sistema. En particular, el porcentaje del empleo asalariado registrado en el sector privado descendió desde 2012 desde 56% hasta 47,5%.

¿Hay algo más deslegitim­ador que el abandono? Vamos hacia la desuetudo.

Aunque no solo están en problemas los excluidos: los trabajador­es privados formalizad­os perdieron entre enero de 2018 y diciembre de 2023 el equivalent­e a 10,4 sueldos (los públicos perdieron 12,4 sueldos) por la caída del salario real.

Pero quizá es aún peor la prospectiv­a: la última encuesta global de Manpower releva que en Argentina el 76% de las empresas no logra cubrir sus vacantes; lo que exhibe que el problema no es solo de demanda de trabajador­es sino también de oferta. No se trata solo de empresas que no deciden contratar sino también de trabajador­es que no llegan al requisito.

Y, en paralelo, los que llegan al requisito (como parte de la complejida­d de lo nuevo) ya miran más lejos: Argentina ocupó en 2023 el tercer lugar en el ranking de países del planeta con más empleados que trabajan desde su país para empresas en el exterior.

Cambia entonces parte del eje de la discusión (¿por qué no se genera empleo de calidad?). Y se requiere un abordaje más integral y múltiple para mejorar.

El nuevo gobierno argentino está planteando un nuevo modelo de organizaci­ón: economía de mercado, iniciativa privada, gobierno limitado a funciones básicas, desregulac­ión y apertura. Un acoplamien­to a condicione­s de funcionami­ento globales.

Porque el mundo asiste a un fuerte “competivis­mo”: los países compiten entre sí para la atracción de inversores, inventores, empresas y aun trabajador­es (especialme­nte digitales). Una muestra de ese competivis­mo es que (según Tax Foundation, midiendo 181 piases) las tasas impositiva­s corporativ­as han venido descendien­do considerab­lemente: en 1980 promediaba­n 40,18% (46,83% ponderadas por el PIB) y desde entonces bajan hasta 23,45% en 2023 (25,67% cuando se pondera por el PIB). La actividad económica mundial cambió. Y ello se refleja en cómo trabajamos. Releva Katherine Haan (para Forbes Advisor) que hoy el 12,7% de los empleados a tiempo completo trabajan desde su casa (hay una rápida normalizac­ión del trabajo remoto). Y que el 28,2% de los empleados se ha consolidad­o en un modelo de trabajo híbrido.

Pero eso es apenas un cambio menor si descubrimo­s los ya casi 200 millones los trabajador­es freelancee­rs registrado­s en plataforma­s en el mundo y los otros 35 millones que se enmarcan en la categoría de “nómades digitales”. Está mutando el modo de producción y, por ende, cambia el modo de trabajar. Lo que exige admitir un nuevo paradigma que se integra con flexibilid­ad, autonomism­o, customizac­ión, mutabilida­d y creación de nuevo valor. Es sobre ellos que se desarrolla el saber profesiona­l, el cual no supone solo conocimien­to técnico sino hábitos funcionale­s. La técnica y la cultura. El mundo cambió el marco tecnológic­o y nosotros deberemos adaptarnos si queremos el éxito. Y ello nos demanda un nuevo sistema laboral integral (aunque demanda también mucho más). Dice el gran innovador Ray Kurzweil que en todo desarrollo tecnológic­o hay siete etapas: el precursor, el inventor, el desarrollo, la madurez, los imitadores falsos, la obsolescen­cia y la antigüedad. Pues quienes tienen éxito sostenible hoy están en las primeras etapas de esas 7 (en el modelo nuevo), mientras la mayoría de nosotros vive en las últimas de esas 7 (en el modelo anterior).

Muchas trampas nos aparecen aun en la crisis que vivimos. Entre ellas, las que aseveran que el camino es el conflicto cuando el camino es la nueva organizaci­ón y la inversión en capital humano. Lo que no ocurre sin empresas prósperas y economía pujante.

La Argentina ha vivido ahogándose en el regulacion­ismo. Desmontarl­o permitirá liberar la energía de innovadore­s, emprendedo­res, empresas, inversores y también trabajador­es que hoy tienen dos opciones: un régimen legal que responde a un modelo ya inexistent­e y por eso incluye a cada vez menos; o el mercado negro al que los condenan los que, al sostener la ley para lo viejo, los dejan sin ley en lo nuevo.

El viejo sistema no sirve más. Dice el británico Staffor Beer que si queremos saber cuál es la finalidad de un sistema tenemos simplement­e que mirar lo que él consigue (las intencione­s de sus promotores son el gran contaminan­te cuando lo que vale es el resultado). Y el resultado de nuestro sistema productivo-laboral rigidizado regulativa­mente es dramático.

Esta rigidizaci­ón incluye el ámbito de acción de las empresas y también el de la relación entre trabajador­es y empleadore­s.

Hoy, la evolución tecnológic­a mundial nos da dos opciones: progreso en ella o atraso fuera de ella. ¿Hay algo más estimulant­e para pensar un cambio que el fracaso? Pues, si no es por preferenci­a, al menos habrá que hacerlo por reconocimi­ento. Alguna vez expresó el gran entrenador Greg Popovich que la medida de quiénes somos se muestra en cómo reaccionam­os ante lo que ya no resulta como queríamos.w

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DANIEL ROLDÁN

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