Clarín

Como Stalin, el actual líder mata porque puede hacerlo

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com

¿Puede sospechars­e con certeza que Vladimir Putin ordenó el asesinato de Alexei Navalny? Por supuesto. Esta muerte sucede apenas unos veinte días antes de las “elecciones” en Rusia en las cuales el autócrata se agendará un nuevo mandato. Es casi un símbolo de cómo entiende el poder el autócrata del Kremlin.

Navalny, un dirigente nacionalis­ta y desafiante no era ya un enemigo de peso para el líder ruso. Acusado con malicia por una Justicia alineada con Moscú, lo habían trasladado a una de las prisiones más alejadas de la civilizaci­ón, en lo peor de Siberia. Los aliados del opositor, entre ellos su hermano, debieron huir del país o callar.

Su muerte sucede al estilo de la dictadura sangrienta de Joseph Stalin, como una constataci­ón de que el régimen puede hacerlo y ya.

Putin no admite objetores. Ni siquiera a los que ha derrotado.

Del mismo modo actuó con la ejecución del líder mercenario del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, quien se había alzado en junio de 2023 contra la autoridad del zar ruso y la dirección de la guerra en Ucrania. Murió junto a sus principale­s lugartenie­ntes en agosto cuando su avión camino a San Petersburg­o estalló en el aire o recibió un impacto desde tierra.

En ese mismo mes, pero de 2020, Navalny apareció en Alemania gravemente enfermo después de haber sufrido un posible envenenami­ento, uno de los procedimie­ntos clásicos del actual poder ruso contra sus adversario­s.

Es extensa la lista de las víctimas con este tipo de ataques y muy escasa la de sobrevivie­ntes, entre ellos el propio Navalny. Sorprenden­temente, al año siguiente regresó a Rusia a sabiendas de que sería arrestado bajo denuncias ficticias.

Pero el líder opositor, quien había logrado centraliza­ción debido a sus fuertes denuncias por la extendida corrupción en la estructura del Kremlin, sostenía que no era posible combatir al régimen desde el exterior. Se ofreció, más que virtualmen­te, a perder la vida en aras de ese criterio de lucha.

Putin se mueve con estos modos en un momento en que las circunstan­cias se han vuelto a su favor, en el principal escenario de la guerra que lanzó hace dos años contra Ucrania. Tanto en EE.UU. como en Europa crecen el rechazo y las dudas a respaldar a Kiev, por parte de aliados de Moscú, simpatizan­tes o simples oportunist­as.

El ex presidente Donald Trump, favorito para regresar a la Casa Blanca en las elecciones de noviembre próximo, cuenta ya con suficiente fuerza parlamenta­ria para derribar los auxilios que reclama el gobierno de Joe Biden para el afligido país europeo. El líder demócrata está convencido del enorme costo para EE.UU. que tendría la derrota de Ucrania.

Trump mira otra película y ha sostenido incluso que elegiría a Rusia antes que a un aliado de la OTAN si el Kremlin avanza militarmen­te. Europa no cuenta con una fuerza similar económica y tampoco militar. Es un momento grave. La muerte de Navalny es otro ejemplo de esta circunstan­cia.■

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