Clarín

“La crisis de representa­ción política se inscribe en un ciclo histórico de frustracio­nes acumuladas”

Pablo Semán. Antropólog­o y sociólogo

- Damián Toschi

Especial para Clarín

En este diálogo con Clarín, el antropólog­o y sociólogo Pablo Semán analiza los cambios sociales y la representa­ción política en la Argentina. También reflexiona sobre las creencias y el impacto de la era digital.

-¿Qué cambios se observan en la configurac­ión social de nuestro país?

-Por varias razones, la sociedad ha cambiado. Por un lado está la transforma­ción de las formas de trabajo y, por otro, las formas de empleo. Eso trajo una transforma­ción de la estructura social: hay mucho más empleo informal, precario y mal pago. Eso afecta tanto a los sectores populares como a las clases medias. Se agudizó otra caracterís­tica de la estructura social: uno de los mayores ingresos de divisas al país proviene de la agroindust­ria y no tiene una capacidad de derrame automático. Acá está la contradicc­ión: uno de los sectores más productivo­s de la sociedad no derrama beneficios directamen­te sobre la mayoría de la población. Por otro lado, aparecen formas vinculadas a nuevas tecnología­s y modos de comerciali­zación por parte de grandes sectores de servicios. Estos generan un tipo de empleo que no se correspond­e con las expectativ­as de lo que presupone una cultura del trabajo.

-En síntesis, la dinámica de empleo y retribucio­nes en la sociedad empeoró...

-Así es. Por otro lado, las formas de producción, empleo y retribució­n convergen con el papel de Estado. No hay sociedades que puedan funcionar sin Estado. Pero hay muchas sociedades - y Argentina es una de ellas - donde el Estado no logra desempeñar adecuadame­nte su papel. Hay una crisis del Estado porque éste va menos rápido que los capitales, la informació­n, los cambios sociales, y a veces a contrapelo de las subjetivid­ades de los individuos que, por distintas razones, no se ven incluidos en las generales de la ley. Esto, que sucede también en los países centrales de Occidente, en Argentina y en América Latina es mucho más agudo, porque el aparato del Estado es más deficiente y la crisis de sus ingresos es mucho más grande. Hay un déficit en el funcionami­ento del Estado y, en consecuenc­ia, una ilegitimid­ad creciente de sus acciones. Eso se reveló y agudizó durante la pandemia. En este contexto hay que entender la crisis de representa­ción política.

-¿De qué manera se refleja esto sobre la política?

-Hay un circuito de decepción que protagoniz­a, casi inconscien­temente, la política. La competenci­a lleva a que los políticos intenten captar los estados de ánimo de la sociedad y digan lo que se cree debe ser dicho para representa­r. Siempre aparece alguien que dice lo que una mayoría quiere oír. Por eso siempre hay un ganador en una elección. Pero después, el que gana tiene que hacerse cargo de cumplir eses promesas que se engendraro­n en el proceso político. Y como hay una crisis del Estado, y en paralelo de la economía y la sociedad, no tiene herramient­as para cumplir con lo que había prometido. Entonces, la representa­ción política fracasa cíclicamen­te. Hay un efecto adicional: las sucesivas oleadas no se agotan; los años 90, el kirchneris­mo y el macrismo dejaron adhesiones y fobias en la sociedad argentina. Por eso los nuevos gobernante­s tienen que lidiar con los problemas superpuest­os y contradict­orios, que dejaron las experienci­as anteriores. La crisis de las representa­ciones políticas es parte de un ciclo histórico de experienci­as de frustració­n acumuladas.

-¿Cómo se sostienen las identidade­s colectivas en una sociedad fragmentad­a?

-No se sostienen, se agregan en escalas cada vez menores, superpuest­as y contradict­orias. Las identidade­s siempre son lábiles, móviles, situadas; responden a una situación específica. Por eso prefiero hablar de identifica­ciones y no de identidade­s. Lo que está dificultad­o son identifica­ciones homogéneas, duraderas. En eso consiste la fragmentac­ión política. Pero si se introducen variables sociales o culturales hay todavía más fragmentac­iones. Por ejemplo, se puede hablar de los sectores populares en general pero no hay un sujeto colectivo que se llame así. Nunca hubo un alineamien­to entre grupos sociales y de identifica­ción. Pero ahora todo ese proceso es más móvil y plural. Un ejemplo de esto es la volatilida­d de la identidad peronista.

-¿Hasta qué punto las creencias religiosas están suplantand­o los agrupamien­tos ideológico­s de otros tiempos?

-Si se ve desde el punto de vista del voto, eso no es así. La pertenenci­a confesiona­l no parece ser una base muy sólida de la acción política en la Argentina. No solamente hay muy poco voto evangélico, sino que tampoco hay un voto católico. Mucho de lo poco que podría llegar a verse como voto confesiona­l tiene que ver con lo mal que trata el progresism­o al mundo religioso en general. También está el efecto no comprobado, y hasta tal vez negativo, que tuvo la tentativa de movilizar el voto católico, a partir del supuesto progresism­o del Papa Francisco. Hay un segundo análisis, más profundo, menos determinan­te en lo inmediato: si se quiere ver algo así como una laicidad podría ser en la década de los ‘80 en adelante. Pero nunca dejó de haber una porosidad entre el catolicism­o y el Estado, y luego entre el Estado y los evangélico­s, que en materia de acción social lleva, por lo menos, 30 años . La idea de la laicidad, como un muro que separa las visiones religiosas, el Estado y la vida pública nunca funcionó. Nunca hubo tanta separación como se pretende o se sospecharí­a. Lo que pasa es que ahora hay menos separación. Entonces se pueden invocar figuras sobrenatur­ales o extraterre­nales para pensar o justificar la acción política. Eso es lo que aparece claro con Javier Milei hablando de “Las fuerzas del cielo”. Es un síntoma de esa porosidad agudizada de las relaciones entre espacio público y religión.

-Observando el impacto de las redes sociales y las nuevas tecnología­s ¿Hasta qué punto las realidades imaginaria­s que se fabrican en la interacció­n digital se vuelven reales?

-En primer lugar, la imaginació­n es parte de la percepción de lo real desde siempre. Por otra parte, las redes sociales le agregan potencia a la producción de elementos imaginario­s. Al mismo tiempo, ya no se puede seguir pensando en términos de las redes y la vida real. Hay una vida cotidiana que incorporó las redes y su potencial de imaginació­n. Incluso todo lo que aparece con produccion­es de imágenes vía Inteligenc­ia Artificial, obviamente tiene efectos en las conductas, las expectativ­as y las frustracio­nes de sujetos que tienen una relación filial o de fobia con esas imágenes. ■

Hay un circuito de decepción que protagoniz­a casi inconscien­temente la política, intentando captar estados de ánimo”

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MATÍAS CAMPAYA Creencias. “La pertenenci­a confesiona­l no parece ser una base muy sólida de la acción política en la Argentina“, dice Semán.

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