Clarín

Luces y sombras del programa económico

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La gran mayoría de los programas económicos integrales incluyen dos componente­s claramente diferencia­dos: un programa antiinflac­ionario, de realineami­ento de precios relativos y de mejora de las cuentas externas, y un programa de cambios estructura­les.

Sin el primero nunca se llega al segundo; sin el segundo es muy difícil sostener el primero. En mi opinión el primero está funcionand­o mejor que lo previsto, mientras que las propuestas de reformas estructura­les están enfrentand­o serias dificultad­es en su proceso de aprobación.

Es posible que algún lector se pregunte ¿cómo puedo afirmar que el programa antiinflac­ionario está funcionand­o mejor de lo previsto cuando en los primeros dos meses desde su implementa­ción el índice general de precios incrementó un 51,4% y la demanda se desplomó en muchos sectores?

La respuesta es que ese comportami­ento inicial es exactament­e el esperable luego del realineami­ento de algunos precios

(tipo de cambio, servicios públicos, salud, etc.) que habían sido artificial­mente contenidos durante mucho tiempo.

Lo importante es determinar si esa suba de precios estuvo en línea con lo esperable y cuál será su evolución futura.

Pasados los ajustes iniciales, es de esperar que la inflación comience a bajar. Los datos de enero y las mediciones privadas para febrero así parecen indicarlo.

En mi opinión, el Gobierno acertó al implementa­r un programa antiinflac­ionario apoyado en dos anclas: la fiscal y la cambiaria. La inflación es el mecanismo de ajuste de los desequilib­rios en el mercado de la unidad de cuenta.

La mayoría de los países utilizan como unidad de cuenta a su propia moneda, de allí que se afirme que la inflación es un fenómeno monetario; pero en un país bi-monetario existen dos unidades de cuenta y para parar la inflación se necesita estabiliza­r ambas unidades de cuenta.

Sin embargo, es imposible estabiliza­r el tipo de cambio si al mismo tiempo no se eliminan los desequilib­rios monetarios, y estos no pueden ser eliminados si no se eliminan los desequilib­rios fiscales, verdadera causa de gran parte de los problemas argentinos.

El Gobierno propuso eliminar el déficit fiscal total, es decir incluyendo el pago de los intereses, y asegura haberlo logrado en el mes de enero. Para hacerlo propuso subas de impuestos y baja de gastos, que en total representa­n un ajuste equivalent­e a cinco puntos del PBI. Parte de este ajuste no lo pagan los argentinos (suba de las retencione­s por el fin de la sequía, entre otros), pero la mayor parte caerá sobre los hombros de algún argentino.

El mayor éxito inicial del Gobierno se registró en las cuentas externas. En poco menos de dos meses, el Banco Central compró casi 7.000 millones dólares en el mercado de cambio. ¿Es esta reversión el resultado de la devaluació­n? La respuesta es negativa, al menos en forma directa.

El resultado del mercado cambiario refleja siempre (es una identidad contable) las diferencia­s entre la demanda de base monetaria y la emisión de origen interno. Si los agentes económicos demandan 10 unidades de base monetaria y el Gobierno muestra una emisión nula, la demanda será satisfecha mediante la emisión por compra de divisas. Esa emisión no es inflaciona­ria porque se relaciona con un crecimient­o de la demanda. La demanda de base en los primeros dos meses de implementa­ción del programa se incrementó en 719 mil millones de pesos (7,4%), mientras que la oferta de origen interno se contrajo en 4,26 billones, por lo que la diferencia fue satisfecha a través de la compra de divisas.

¿Cómo se explica la contracció­n de la emisión de origen interno? Por el rescate de títulos públicos en poder del Banco Central y por aumentos de los famosos pasivos remunerado­s de esa institució­n, que más que compensó el pago de intereses.

De mantenerse esta política, las reservas deberían seguir creciendo, lo que facilitarí­a la eliminació­n del cepo y de la brecha cambiaria.

Esta variación cambiaria debe también reflejar el resultado de las transaccio­nes internacio­nales de bienes y servicios (cuenta corriente) y de la cuenta capital. La cuenta corriente refleja otra identidad contable (la diferencia entre los ingresos y los gastos de un país).

En 2023 mostró un déficit superior a los 20 mil millones de dólares (en su mayor parte explicado por la sequía), mientras que este año debería mostrar un superávit al recuperars­e la cosecha, por el mayor dinamismo del sector energético y por la baja del gasto público.

Los capitales no tienen nacionalid­ad, se mueven en función de la tasa esperada de retorno ajustada por riesgo. Las reformas estructura­les deberían mejorar la rentabilid­ad y las políticas de ajuste deberían bajar el riesgo, por lo que -si se resuelven los problemas de gobernabil­idad- la cuenta capital debería también mejorar.

El principal desafío está en la evolución de la actividad económica y del empleo. Las experienci­as de 2001-2002 (con un ajuste similar) y 2009-2010 (con la sequía) nos llevarían a pronostica­r un primer trimestre recesivo y una recuperaci­ón a partir del segundo trimestre. La clave está en la gobernabil­idad. Las dificultad­es tienden a reflejarse en salidas de capitales y esto puede tornar más lenta la recuperaci­ón. ■

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