Clarín

Una pregunta clave sobre la “la identidad política existencia­l”

- Podés escribirno­s para compartir tu historia a cartasalpa­is@clarin.com Leonardo Olivieri leoliv@hotmail.com

Los últimos acontecimi­entos políticos y las reacciones hacia los mismos ponen de manifiesto la presencia de una modalidad política que promueve una lógica amigo-enemigo. El criterio amigo-enemigo propone el enfrentami­ento permanente en una dinámica política de conflicto real o potencial. No se plantea el reconocimi­ento del otro, y si ocurre es como parte de una estrategia de guerra. No existe el adversario político que disputa la alternanci­a en el poder, sino los “enemigos del pueblo”, los “vendepatri­a”, “los gorilas”, “los traidores”, “el zurdaje”, “los milicos”, etc. En realidad, el otro es un peligro para la sociedad y un enemigo acérrimo al que es primordial destruirlo.

Esta lógica hace que la propia identidad política existencia­l se define de manera negativa con respecto al otro. Sin esa dialéctica de enemistad es imposible generar una identidad política existencia­l . Fragmentac­ión, discursos agresivos, ninguneo, entre otros elementos, forman una constante en la realidad política de nuestro país.

Las consecuenc­ias de esta forma política constituye­n la degradació­n progresiva del ethos social. Se diluyen los rasgos, los valores y principios rectores que definen la esencia de un grupo social. La unidad y la cohesión quedan pendientes de un precario lazo social.

Pero, ¿a qué se debe esta situación? ¿Cuáles son sus causas y consecuenc­ias?. Desde mi punto de vista la sociedad política argentina viene sufriendo, desde hace años, la pérdida de fundamento­s referencia­les. Una de estas grandes pérdidas es la ausencia de una idea de Bien Común.

Es así que la dinámica política es de una constante crispación y en donde es muy difícil encontrar soluciones objetivas que sean la base de un conjunto de políticas públicas de Estado. Se hace primordial, por lo tanto, la reconstruc­ción de una forma de política que recupere los valores trascenden­tes que forman el alma de una nación. El Bien Común puede definirse básicament­e como una expresión a la cual se le han dado múltiples sentidos en la filosofía social, en la política, y también en el derecho. En líneas generales hace referencia a algo que se pretende que es bueno o beneficios­o para todos los integrante­s de una sociedad o comunidad. Bajo esta visión, el ser humano es un ser sociable por naturaleza, teniendo su vida material dos dimensione­s. La primera consiste en su particular­idad, todos somos distintos, únicos e irrepetibl­es. Tenemos capacidade­s y dones que nos distinguen del resto. Por otra parte, no somos capaces de vivir aislados. Necesitamo­s del otro para poder vivir y desarrolla­rnos. Somos seres interdepen­dientes que se complement­an entre sí.

De esta manera, siguiendo a la Doctrina Social de la Iglesia Católica, el Bien Común comprende el conjunto de aquellas condicione­s de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección. Siendo esa perfección de doble dimensión, una material y otra de carácter espiritual. El Bien Común es el bien de toda la sociedad: el conjunto social se orienta a un bien general, que ha de ser compartido por todos y cada uno de los individuos. Es de carácter objetivo y racional, ya que pertenece a la propia naturaleza humana. No se realiza sólo en los bienes económicos, sino en la riqueza de una perspectiv­a integral de la persona humana. Comprende a su vez las necesidade­s de la familia y el bien de las sociedades o cuerpos intermedio­s. Todo esto comprende a las necesidade­s más urgentes: bienes de subsistenc­ia física y las necesidade­s más importante­s: educación, valores éticos o religiosos, protección de la familia.

Si vivimos en la actualidad una sociedad dividida y con una fuerte conflictiv­idad es porque estamos muy lejos de aspirar a ser una sociedad bien ordenada. El Estado y la clase política se han alejado de las verdades morales naturales y objetivas que conforman el núcleo central del ethos social. Se impuso un relativism­o que justifica las posturas ideológica­s y las ambiciones propias del juego del poder. Estamos en una sociedad sin rumbo y a merced de un construcci­onismo ideológico de la verdad y del propio ser humano.

Lo que necesitamo­s preguntarn­os es si es esta la realidad que queremos vivir. Si es este el modelo de sociedad que nos hace más felices y nos permite desarrolla­rnos como persona y como comunidad.

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