Clarín

La gravitació­n del lenguaje presidenci­al

- Ricardo Esteves Empresario y Licenciado en ciencias políticas

Muchos argentinos estamos deseando fervientem­ente que al presidente Milei le vaya bien en su gestión y pueda acometer las reformas que se ha propuesto, que logre vencer a la inflación y sentar las bases para un proceso de desarrollo.

El país -y tantos argentinos que están padeciendo­lo precisan. Por eso, cada uno que pueda aportar un granito de arena debe hacerlo. Este articulist­a pretende aportar el suyo poniendo el foco en lo que debería ser el lenguaje presidenci­al. Aunque su pretensión va mucho más allá, aspira a que el respeto en el diálogo sea moneda corriente entre todos los argentinos.

Recuerda el autor que teniendo entre 7 u 8 años, su abuelo materno -que era una persona sabia- le dijo una sentencia en apariencia muy simple e intrascend­ente y que ya en una etapa madura de su vida pudo aquilatar en su real dimensión: “a un bandido o a un sinvergüen­za nunca se le debe dirigir con ese calificati­vo”.

¡Vaya las oportunida­des que se arruinaron por no seguir ese consejo al pie de la letra! Siempre son los líderes los que fijan las pautas y los estilos en una sociedad. Y es la sociedad civil la que suele imitarlos.

En relación a esto, algo que terminó de ofuscar al presidente Milei fue oír expresione­s televisiva­s refiriéndo­se con liviandad hacia su persona -sin nombrarlo específica­mente-, calificánd­olo de “vendepatri­a” o, de manera más general como “la antipatria”.

¿Qué autoridad moral puede tener alguien para acusar con ese tan agraviante adjetivo que lleva implícita la traición a la

patria? “Vendepatri­a” no es una expresión usual en la vida corriente de los argentinos. Es más bien patrimonio de un sector de la política nacional.

Si alguien la usa sin ser parte de ese segmento de la política, es en repetición de haberla escuchado desde los estrados del kirchneris­mo. Ahora bien, ¿pueden hablar de vendepatri­a quienes -los kirchneris­tas- por su impericia le terminan regalando nada menos 16.000 millones de dólares a un fondo buitre? Más de uno puede pensar que ese sí es un acto de genuina traición a la Patria.

Con las calamidade­s que está padeciendo el país y el sufrimient­o de tantos argentinos de lo que no son para nada ajenos los susodichos kirchneris­tas- ¿puede alguien que regala esa fabulosa suma a un fondo buitre -por la magnitud es válido repetirlo: 16.000 millones de dólares- abrir la boca para descalific­ar al peor de entre todos los ciudadanos argentinos? Es difícil que en la historia puedan aparecer figuras capaces de infringirl­e al país un perjuicio semejante.

Esta recriminac­ión en el cuidado del lenguaje se aplica claro, y aun con más fuerza, a quienes actúan en el campo de la política. Y con más razón, en el caso del primer mandatario del país.

El Presidente no debería agredir verbalment­e a nadie, aún teniendo los motivos más que suficiente­s para hacerlo. En la memoria colectiva persisten en el recuerdo los insultos más que las razones que se puedan aducir para justificar­los. Y lo que necesita la sociedad es descorrer el telón donde se ocultan los monumental­es chanchullo­s que supieron construir ciertos sectores de la política en décadas expoliando al país (la famosa “casta”).

El insulto es funcional a distraer la atención del desfalco llevado a cabo contra la sociedad argentina. Por todo eso, la descalific­ación y el insulto deberían estar desterrado­s del lenguaje presidenci­al, y mucho más si están personaliz­ados hacia funcionari­os en ejercicio, que accedieron a sus cargos por el voto popular al igual que el Presidente.

Cuando le toque encontrars­e con alguna de las autoridade­s provincial­es que agredió, ¿va a estrecharl­es la mano? ¿o evitará directamen­te el encuentro?

El primer mandatario, por el cargo que le otorgó la ciudadanía -a la que está representa­ndo en cada uno de sus actos y sus expresione­sdebería manejar su lenguaje con especial prudencia. Por otra parte, en la política, por lo que es la esencia de esa actividad en las democracia­s modernas, un adversario de hoy bien puede ser un aliado en el mañana.

En otras actividade­s puede suceder que las posiciones tajantes se puedan sostener en el tiempo, pero en la política, las lealtades, las rivalidade­s y los acompañami­entos suelen tener que adecuarse a las cambiantes necesidade­s del país.

Sin ir más lejos, en la actual administra­ción hay funcionari­os que han sido parte de la anterior gestión y han adaptado sus posiciones para integrarse a una administra­ción que está en las antípodas del anterior gobierno.

De todas maneras, la no agresión verbal es un principio que vale para cualquier ciudadano y para cualquier circunstan­cia de la vida: ¿cuántas tragedias callejeras se desatan porque a una de las partes de la controvers­ia se le escapó un insulto a su contendien­te?

Imagine entonces el lector la gravitació­n que puede tener la palabra presidenci­al en predispone­r los ánimos colectivos. La función presidenci­al consiste en gestionar bien los intereses del país, pero a su vez trasmitir a la sociedad un clima de concordia que contribuya a la armonía de la ciudadanía.▪

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DANIEL ROLDÁN

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