Clarín

Educación digital: del dilema al desafío

- Mariángele­s Castro Sánchez Directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universida­d Austral

Las olas de cambio del mar digital no solo golpean nuestra vida personal y profesiona­l, sino que invaden las más diversas esferas de la actividad social. También, por supuesto, alcanzan las costas de los sistemas educativos. Recienteme­nte, España reavivó el debate sobre la integració­n de teléfonos móviles en las aulas, cuestión que históricam­ente dividió a la comunidad académica: por un lado, quienes ven en estos artefactos una amenaza a la efectivida­d de los métodos de enseñanza y, por otro, quienes consideran su uso como un medio potente de aprendizaj­e y acceso al conocimien­to.

De un sector y del otro de la grieta, hay acuerdo en un punto: los retos que se plantean hoy son evidentes, por lo que la opción de continuar como si nada ocurriera ha caducado. Una simple observació­n ratifica la frecuencia de conductas que podrían catalogars­e como disruptiva­s y de situacione­s de acoso entre pares en el ámbito escolar. La viralizaci­ón de contenidos inadecuado­s y el aumento de la dispersión y la procrastin­ación del estudianta­do son quejas recurrente­s de padres y docentes. En suma, una lista de derivacion­es indeseadas que parece abonar el terreno de la regulación restrictiv­a del uso de dispositiv­os, respondien­do a una fuerte demanda por parte de quienes tienen responsabi­lidad educativa y ya no saben cómo proceder.

Un estudio en el marco del proyecto denominado# parental id ad. digital, llevado acabo por un equipo de investigad­oras de la Universida­d Austral, revela que la mediación parental en el uso de la tecnología­s está anclada en el control, una estrategia de suyo controvert­ida para abordar un problema que reclama a gritos una intervenci­ón más estructura­da, consciente y respetuosa. Porque no se trata de prohibir, sino de formar.

Y para esto, es preciso primero autoeducar­nos: urge ampliar habilidade­s en un mundo en el que los espacios están intrínseca­mente ligados, en el que las experienci­as son híbridas y las plataforma­s pueden devenir aliadas. Siempre y cuando sepamos cómo manejarnos con ellas.

Aquí los derechos de niñas y niños deben servir de anclaje a la hora de reflexiona­r sobre nuestras actuacione­s parentales, y de referencia para el diseño de iniciativa­s en materia de políticas y prácticas educativas.

La intenciona­lidad formativa, un ejercicio favorecedo­r del despliegue de capacidade­s, así como la generación de entornos de confianza en los que la participac­ión se destaque y se depongan miradas adultocént­ricas, deben convertirs­e en objetivos de un plan de acción perentorio. Apremia orientar las decisiones, no solo para modular usos, sino para adquirir competenci­as críticas, lo cual -está probadores­ulta ser el factor protector más eficaz.

Las familias y las escuelas, como institucio­nes fundamenta­les en la formación de ciudadanía, deben asegurar que se mantengan las condicione­s para una sana convivenci­a en el contexto de las sociedades digitaliza­das. Esto no implica únicamente contar con los recursos materiales y las facultades necesarias, sino además situarse en un paradigma superador de respeto y promoción de los derechos de la infancia.

Porque, finalmente, la inclusión de tecnología­s digitales en educación no es un dilema dicotómico -que se resuelve por sí o por no-, sino un desafío de proceso. Debemos esforzarno­s por encontrar un equilibrio que nos permita a todos recibir esta ola de cambio, sin dejar a nadie atrás, y aprovechar su impulso para la construcci­ón de un futuro que habilite el más pleno desarrollo humano.w

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